Una persona decide enseñar inglés a otra de forma gratuita. El estudiante, a cambio, se compromete a pasear al perro de su profesor de idiomas como compensación, sin que haya ninguna transacción de por medio. Esta forma de consumo, más responsable y solidaria, se aleja de los pagos y pone en valor el tiempo que, como dice el refranero español, es oro. Así funciona un banco de tiempo, es decir, un lugar donde intercambiar servicios y habilidades.
Cada persona ofrece lo que sabe hacer y recibe aquello que necesita. “Todos los servicios que se intercambian tienen el mismo valor: una hora de tiempo de cada persona”, explica a Consumidor Global Marta Roca, portavoz de la Asociación Salud y Familia, impulsora del primer banco de tiempo de España, que surgió en Barcelona. Por ejemplo, una hora de lecciones de cocina equivale a 60 minutos de pequeñas chapuzas, como arreglar un enchufe.
Ahorro económico
Si un cliente acudiese a una tienda para arreglar un aparato que se ha roto o contratar a un profesor de guitarra y pretendiera no pagar por ello, sería tratado de loco. Sin embargo, ese sistema al que estamos acostumbrados limita el acceso a determinadas actividades y servicios para los que cuentan con presupuestos ajustados. Por eso, los bancos de tiempo eliminan el pago y el intercambio de dinero, basándose en una cadena de favores.
No obstante, cuantificar el ahorro económico con este intercambio de habilidades resulta complicado, pues depende mucho de los servicios que se reciban y se necesiten. Así, cada hora de una clase particular de idiomas puede superar los 20 euros, comprar una tarta en una pastelería puede rondar los 10 euros y contratar a una persona para cuidar de los niños se sitúa en torno a 10 y 15 euros. Pero Roca recuerda que ese no es el beneficio más destacable de un banco de tiempo. “El ahorro económico existe, pero se recibe algo a cambio de otra cosa, por lo que se paga con tiempo”, matiza.
Un talonario de horas
Para Roca, las principales ventajas de esta estructura se basan en conocer personas nuevas y formar parte de una comunidad, pues los integrantes de cada banco suelen ser vecinos del mismo barrio. De hecho, existen muy pocos casos de malas prácticas en los que los usuarios se hayan acercado a un banco de tiempo sólo para obtener un beneficio y sin dar nada a cambio. Aunque, para evitar que eso ocurra, “se realiza un control de las horas intercambiadas”.
De hecho, cada participante que se inscribe es titular de una cuenta de tiempo y obtiene un talonario para pagar o recibir servicios de otra persona. En esa cuenta corriente, los números no corresponden a euros, sino a minutos u horas.
Como los vecindarios de antes
El banco de tiempo Intertiempo Rivas, en Madrid, nació hace 15 años. “Antes, los vecinos de un bloque se conocían e interactuaban bastante. Así, cuando alguien no podía recoger a los niños del colegio o tenía algo estropeado en casa, pedía ayuda al resto. Pero esto ya no es así y un sitio donde intercambiar este tipo de favores es muy útil”, explica Luisa Villegas, portavoz de este banco de tiempo.
En Intertiempo Rivas hay casi 400 usuarios que ofrecen sus habilidades o servicios. Desde ayudar a hacer la declaración de la renta, impartir clases de guitarra española, preparar una fiesta de cumpleaños, traducir textos, acompañar a personas mayores al médico, hacer la compra o cambiar una cremallera son sólo algunas de las múltiples cosas que se pueden pedir y ofrecer.
Idiomas y compañía, lo más intercambiado
Durante la crisis sanitaria provocada por el Covid-19 algunos bancos de tiempo en España se paralizaron por las restricciones, pero otros se transformaron en pilares fundamentales para identificar las necesidades sociales y ayudar a los más vulnerables. La solidaridad se apoderó de muchos españoles que acompañaron y ayudaron a los que más lo necesitaban durante el encierro.
Es más, en medio de una situación tan complicada, aumentó la oferta y la demanda de charlas de psicología positiva, cursos rápidos para enseñar a utilizar un teléfono móvil y poder comunicarse con familiares o ayudas de forma remota, acciones que, al fin y al cabo, no tienen precio, aunque no siempre sea tan fácil verlo.