Cuando se piensa en la sal, casi nadie cae en la infinidad de tipos de sales que existen. La clásica de mesa es la primera que se viene a la mente. También es la más usada. Un kilo de sal fina, de yodo o la gruesa no supera en la mayoría de los supermercados los 90 céntimos. Existen muchas alternativas de sales en el mercado. Algunas opciones, las más sibaritas, cuestan casi 50 euros el kilo. Pero, ¿compensa pagar por estos productos gourmet?
Un consumo excesivo de este conservante natural no es bueno. Sin embargo, en su justa medida, resulta esencial para mantener el equilibrio de líquidos en el cuerpo humano. El límite de ingesta se cifra en los 5 gramos al día, aunque puede variar en función de la persona. Lo explica a Consumidor Global María Aguirre, nutricionista de bluaU de Sanitas.
Ninguna función extra
Existen diferentes tipos de sal. Fina, de escamas, gruesa o de yodo son las más conocidas. Pero también existe la sal líquida. Esta es bastante difícil de encontrar en los lineales de los supermercados. Páginas como Amazon sí que las venden y ¡ojo! su precio dista bastante de la sal más tradicional.
El gigante del comercio electrónico vende la marca Sal de Añana, y un bote de 300 ml cuesta 14,38 euros. 47,93 euros el kilo. Frente a los 90 céntimos de la sal más clásica, el precio se multiplica por 50. ¿Merece la pena? Da igual si la sal viene en grano o líquida. No aporta ninguna función extra más allá de potenciar el sabor de la comida. Se acabó.
¿Cuestión de uso?
Dentro de las sales más comunes, también hay notables diferencias de precios. Por ejemplo, una caja de 250 gramos de sal de escamas de la marca Maldon cuesta 5,55 en Caprabo, un supermercado popular en Cataluña. Esto supone 22,2 euros el kilo. La diferencia de coste respecto a la tradicional no es tan llamativa como la de la sal líquida. Pero sigue notable.
La nutricionista María Aguirre explica a este medio que la diferencia entre una sal final o una gruesa no recae tanto en su composición como en su uso. "La sal de mesa y la sal de yodo son las más comunes en términos de equilibrio de líquidos y función tiroidea. Las sales gruesas y de escamas se utilizan principalmente por sus características culinarias", argumenta.
¿Por qué hay tanta diferencia de precio?
Las diferencias nutricionales entre sales no son un factor determinante para fijar los precios de este producto. Así lo subraya María Aguirre. La experta pone el foco en los procesos de producción, el origen, la presentación, la demanda y el márketing. Un argumento que va en línea con los de Paco Lorente, consultor de márketing. Este experto señala dos aspectos: funcional y emocional.
Si merece la pena o no pagar diez o veinte veces más por una sal pija es algo que "depende de los estímulos por los cuales está motivada la compra del producto", según declara el experto a este medio. "Si buscamos una sal de uso diario para cocinar en casa, nos decantamos por un producto funcional. También puedo comprar una sal con un color especial o que viene de un sitio concreto por la emoción que me aporta", explica Paco Lorente.
Pequeños lujos para los consumidores
Básicamente comprar una sal que cuesta 5 o 10 euros el kilo, en muchas ocasiones, no tiene otro objetivo que la satisfacción personal. Queda muy bonito sobre la mesa, un tarro con una sal que tenga pétalos o que sea de un color o forma peculiar. "Muchos productos cotidianos se están gourmetizando. Actúan como pequeños caprichos que se dan los consumidores en su día a día", sostiene Paco Lorente.
Visto desde un punto de vista racional parece absurdo gastarse tanto dinero en la sal. Pero no ocurre lo mismo cuando el consumidor se adentra en el supermercado. "Cuando nos enfrentamos a una decisión de compra en un lineal de un supermercado, muchas veces actuamos bajo estímulos emocionales", sostiene el consultor de marketing.
¿Lo caro siempre es más bueno?
La brecha de precios es fundamental para hacerle creer al consumidor que está ante un producto más bueno. Paco Lorente así lo ratifica. Subraya que esto es algo muy común en las botellas de vino, por ejemplo. "Tiene que haber un gap lo suficientemente amplio para que el cliente conecte y piense 'si vale cinco euros, es bueno sí o sí'", sostiene en referencia a la sal.
Ahora bien, una vez que el cliente prueba el producto es cuando su opinión puede cambiar y puede quedar desencantado por su relación calidad-precio. Mientras tanto, los lineales siguen acumulando tantas novedades como productos existen. "Estamos encontrando a un consumidor que tiene hambre de descubrir cosas. La sal es un producto más de tantos que han visto esa oportunidad. Cambiando el envase ya captan la atención del público", concluye Paco Lorente.