La salud es lo primero y, en los últimos años, cada vez más personas toman conciencia de ello. Mientras la medicina avanza, la nutrición se ha convertido en una bandera contra los productos ultraprocesados y el azúcar, así como cada vez más gente se suma a una vida basada en una alimentación equilibrada y el ejercicio físico. Pero, de nuevo, el mercado ha encontrado la forma de convertir la búsqueda del bienestar en un negocio suculento. Este camino es el de los suplementos vitamínicos y los complementos alimentarios.
Tres de cada cuatro españoles tienen en su casa algún bote de vitaminas o minerales, según el estudio Uso de suplementos nutricionales en la población española de la Fundación Mapfre. Algo que llama la atención, cuando la dieta y el clima de España favorecen una alimentación con la que se pueden obtener todos los nutrientes necesarios para el desarrollo físico y mental, según los especialistas consultados. Esta información no figura, sin embargo, entre los reclamos y las promesas de una salud de hierro a golpe de cartera y con la facilidad de ingerir un par de píldoras con el café.
Ni tan efectivo ni tan necesario
Estos suplementos son una concentración de vitaminas u oligoelementos pensados para suplir una carencia, como un déficit de hierro durante una anemia, y no como un refuerzo. En este sentido, el doctor en Nutrición y Biología, Ramón de Cangas, afirma que un consumo extra, ya sea de vitamina C, de calcio o de cualquier sustancia a la venta, no aporta nada.
Y no solo eso, sino que el hábito en su consumo también puede perjudicar a la salud, ya que provoca una confianza en los nutrientes. “La mayor parte de las veces, la matriz alimentaria hace que absorber vitaminas por los alimentos sea mejor, al existir otras sustancias que tienen efectos sinérgicos en su composición. Es mejor la vitamina C de los pimientos que de las pastillas. Más barata y más sostenible”, señala el nutricionista.
Los mayores éxitos, frustrados por la ciencia
Un ejemplo es el de uno de los suplementos más vendidos en España: el colágeno. Una proteína que forma fibras presentes en huesos y tendones y que se recomienda ingerir a deportistas o personas con problemas en las articulaciones. Algunos de los mensajes con los que se publicita hablan de evitar lesiones, fortalecer la musculatura y aumentar la propia masa muscular. Unas declaraciones que chocan de frente con Gemma del Caño, farmacéutica y especialista en sanidad alimentaria: “No es ni siquiera un debate. No existe evidencia alguna de que esta proteína funcione. Es como decir que si comes hígado es bueno para el hígado, no se sostiene por ningún lado”.
Si bien es cierto que no existe un riesgo para la salud por tomar alguna dosis extra estas sustancias --las proteínas como el colágeno se descomponen en aminoácidos y un exceso de vitaminas se expulsa a través de la orina--, estas aseveraciones sobre sus efectos en el organismo no es que sean exageradas, es que, según ellos, son falsas. Y lo mismo ocurre con cientos de productos. Sin ir más lejos, algunos suplementos de hierro o zinc afirman que “favorecen el metabolismo energético adecuado”. Una frase que, en palabras de De Cangas, ni siquiera tiene sentido en un contexto médico.
Hecha la ley, hecha la trampa
Pero entonces ¿cuál es el truco? ¿Cómo es posible que se puedan publicitar productos que en su etiquetado aseguren unos efectos que no cumplen tras ser ingeridos? El origen de todo se encuentra en el Reglamento 432/2012 de la Comisión Europea. “Esta normativa especifica que, según la cantidad que haya de cierto elemento en un producto, se puede anunciar con unas afirmaciones concretas. Al fin y al cabo, la legalidad y la ética son dos cosas diferentes. Y el miedo, vende”, justifica Del Caño.
Con la condición de que los alimentos, o suplementos en este caso, sean fuente de estos minerales o compuestos químicos, es suficiente para jugar con los miedos de la gente. Nadie diría que no quiere tener un desarrollo “normal” de huesos, circulación o cualquier órgano. Los expertos afirman que las personas nos movemos por evidencias tangibles. Un plátano o una naranja, por muchas vitaminas que tenga, no nos garantiza de forma obvia su contenido. Mientras, las pastillas y complementos venden una ilusión por un precio nada desdeñable. Y en ese sesgo, es donde todas estas empresas aprovechan para jugar con los sentimientos de sus clientes.