Son las dos de la madrugada, pero Demi Moore no tiene sueño y está en el taller de su casa, frente a un torno. Trata de dar forma a un jarrón. Cuando llega Patrick Swayze, ella le explica cómo debe hacerlo: “pon las manos aquí, bien mojadas, y deja que el barro resbale entre tus dedos”. Suena Unchained Melody, de Righteous Brothers. La escena puede resultar cursi, tierna o envidiable, pero es icónica.
Ghost se estrenó en 1990, y desde entonces el mundo ha seguido mecanizándose, estandarizándose, y la artesanía ha ido relegándose a los márgenes. Hasta ahora. Como respuesta creativa a la uniformidad imperante, el interés por la cerámica lleva unos años muy vivo. Esta revalorización no se circunscribe a bonitas vajillas hand made, sino al propio proceso de fabricación. Al gira el torno gira. Así, algunas personas acuden a los talleres de cerámica buscando relax, aunque la terapia puede no salir muy barata.
Tacto y vista
En ciudades como Bilbao, Valencia, Madrid o Barcelona, el interés por estos talleres se ha disparado. Ha ayudado el hecho de que algunas influencers hayan hablado de ellos en Instagram. Es el caso de María Pombo, quien moldeó un joyero y explicó en un post que su experiencia en Lumbre y Barro había sido casi terapéutica. Este taller, ubicado en el madrileño barrio de Gaztambide, suma 14.000 seguidores en Instagram. No obstante, no es un hobby barato.
Los precios varían mucho en función de la ciudad y el establecimiento, pero cada clase puede ir de los 20 hasta los 75 euros. En el espacio bilbaíno Buztin Artean, un taller de iniciación a la cerámica de 6 horas cuesta 90 euros. En ElTorn de Barcelona, un curso intensivo de torno (12 horas en total) asciende a los 265 euros. Ll fabricación de objetos se ha convertido en un pasatiempo y, también para muchos, en un privilegio.
“Entre el barro y las manos no hay nada”
Valencia es una de las ciudades españolas con mayor tradición cerámica. Aquí, la porcelana, la loza, el barro y la arcilla son cultura. De hecho, la capital del Turia tiene un Museo Nacional dedicado a este arte, donde se exponen vasijas griegas del siglo VI a.C., azulejos medievales y platos de Picasso. Con este background, CUIT nació hace dos años y medio como un espacio en el que “poder experimentar con proyectos personales o por el simple gozo de trabajar por primera vez con el barro”. Celia, una de sus responsables, cuenta a Consumidor Global que con los confinamientos perimetrales la gente tuvo que optar por las opciones de ocio que había en su ciudad. “Y se engancharon, porque quien lo prueba repite”.
Asimismo, Celia argumenta que es una práctica muy sensorial. “Entre el barro y las manos no hay nada: es una sensación muy gratificante”. En esta línea, apunta que es una actividad muy agradecida. “Se obtienen resultados en poco tiempo. No es que vayan a ser obras de arte, pero salen cosas”. Y la progresión es rápida.
Mujeres creativas
El perfil de las personas a las que seducen estos talleres es muy variado. Desde CUIT apuntan que hay más mujeres que hombres, y que son relativamente jóvenes: entre los 25 y los 45 años. “Hay muchos perfiles creativos, por ejemplo, diseñadores que se pasan todo el día delante del ordenador a los que les gusta sentir la materialidad, la fisicidad del barro”, explica Celia.
En el centro de Madrid, este auge es muy notorio. Los barrios de Lavapiés, Malasaña y Las Letras suman decenas de estos establecimientos. En Chamberí no había ninguno hasta que llegó Táctil. Flor, la encargada del espacio, relata que, desde la pandemia, este auge de la cerámica se ha convertido “en una locura”. Entre los motivos, alude a que en un contexto en el que no todo es presencial, “estamos desvinculados los unos de los otros, y el tacto se ha convertido en una cosa que hay que pensar dos veces”.
Tirar de paciencia
Según explica Flor, cuando una persona está dando forma a una pieza en el torno debe estar “totalmente presente”. Destaca el equilibrio y la capacidad meditativa necesarios para que el recipiente salga adelante. Sin embargo, lo más importante para los alumnos no es irse a casa con un cuenco resultón. “La idea es valorar el proceso por encima del producto final. Si la pieza se te rompe, tienes que empezar otra vez. Aprendes a desarrollar la paciencia”, defiende.
Táctil abrió a finales de mayo y actualmente tiene unos 80 alumnos, según su encargada. En su establecimiento, las clases regulares cuestan unos 140 euros al mes. También hay cursos intensivos los fines de semana (3 días, 6 horas en total) por 120 euros. Flor comenta entre risas que los profesores tienen algo de gurús: “Enseñan cómo fabricar la pieza, pero su sabiduría es aplicable para la vida”.