Supongamos que una persona se encuentra perdida en el centro de Madrid y desea fervientemente regresar a los años 80. No busca exactamente un chapuzón de nostalgia inspirado por Stranger Things o por el show Yo fui a EGB, sino una breve recuperación: pasar un rato divertido en un tiempo que ya no es. Quizá mostrarle cómo era aquello a su hijo o alguien más joven. No tiene Delorean ni entendió muy bien Tenet. Si es domingo, puede que en el Rastro encuentre algún dispositivo de esa época remota que le permita retrotraerse, pero, si no, será misión imposible. A no ser que dirija sus pasos a uno de los dos locales Rockade que hay en el centro de la capital, cada uno en una de las dos zonas de ocio referenciales: Malasaña y La Latina.
Pero Rockade no nació en Madrid, sino en el Ensanche de Bilbao, a escasos metros del Museo Guggenheim. Sus fundadores, la familia Marchante, son bilbaínos y desde allí decidieron extender su personalísimo artefacto a Madrid. Tienen la apariencia de bares, pero no lo son: son cápsulas del tiempo, experimentos (se necesitan monedas en efectivo, ¿no es revolucionario?) de diversión, compartimentos de un Halcón Milenario que tiene por todo combustible la mejor variedad de cerveza.
Un local ochentero “en todos los sentidos”
Uno de los responsables cuenta a Consumidor Global que Rockade nació hace dos años y medio, pero ellos llevan tres décadas en hostelería. La idea surgió en plena pandemia. “Un local que fuera ochentero en todos los sentidos, porque esa es la música que nos gusta, aunque también ponemos otras“, explican. Y así es: mientras hablamos, un tema de Dorian sigue a This boots are made for walkin.
El local de La Latina está situado en la calle del Almendro, una vía estrecha algo menos popular que la Cava Baja, paralela. Al mismo entrar, sorprende su eclecticismo: es un bar más íntimo que estrictamente oscuro, donde la iluminación tenue favorece el brillo de los recreativos. Se suceden extensas alfombras de tonos rojizos y unos farolillos de estilo oriental con carteles de películas y discos icónicos, desde Scarface a The Cure. Y, justo al llegar, un golpetazo: la primera máquina Arcade que recibe al visitante es una Green Gold con el Street Fighter. Al bajar las escaleras, la planta inferior se descubre como un paraíso retro en el que revisitar Pacman, Tetris, Pinball (desde Attack from Mars hasta El Caballero Oscuro), Súper Pang…
El reino del Arcade
En el piso inferior también hay un pequeño espacio, casi una cueva, en lo que debió ser la antigua bodega o despensa del edificio (en esta zona de Madrid abundan las cavidades subterráneas, y el local está junto a unos restos de la muralla árabe) en la que hay otra máquina para jugar a un juego de carreras de coches. Casi casi Site-specific. A pesar de la concentración de estímulos, es un lugar tranquilo. No hay tralla ni competición, sino una atmósfera como para, al marcharse, irse a casa con la sonrisa puesta. De hecho, reconocen, la estética de los locales ha motivado que se haya convertido en escenarios de varios rodajes. “Hemos tenido varios videoclips, sesiones de fotos, entrevistas para programas, han venido a verlos para alguna producción internacional…”.
Al principio, los responsables de Rockade iban a utilizar las máquinas como elementos decorativos, pero se cruzó en su camino un experto (“un friki”, bromean) de las máquinas Arcade que las compra, restaura y colecciona en Bilbao. “Fue un milagro”, indican. Sin él, seguramente no habría sido posible dar esta impronta a sus establecimientos. “Hay que controlar de esto. Muchas de estas máquinas son originales, tienen un mantenimiento brutal. Algunas tienen 40 años y hay que revisar bien sus muelles, sus fusibles… Todo es mecánico”, explican.
Variedad de cervezas
En cuanto a la clientela, no es Rockade un espacio para adultos buscando una juventud perdida: abundan los jóvenes que se pican a los juegos y degustan la sorprendente oferta de cervezas del local. “Nos pareció que pegaba con el estilo: cerveza, pop y rock. En este local de calle del Almendro hemos puesto 14 grifos, es cierto que no es habitual ver tantos. Además, cuatro o cinco son craft beer. Luego tenemos otros 16 botellines, y algunos también son craft. Son más caros, pero vemos que hay mucha gente metida en el rollo cervecero dispuesta a pagar algo más por una cerveza más artesana y diferente, con sabores que no tienen nada que ver con los normales”, explican.
Así, se puede brindar con ediciones numeradas de Alhambra, con una Salve Txirene (vasca, como ellos) u optar por el exotismo afrutado de una Nómada Passiflora. Pero no es un sitio de especialidades para expertos: quien no quiera liarse tendrá, claro, una Mahou. También hay cócteles y, para comer, una carta lograda y efectiva de inspiración street food.
“No hay un ambiente de engancharse”
Pero el ingrediente principal es (y debe ser) el buen rollo. Rockade no es un local de recreativos para picarse o extasiarse como Marty McFly con Johnny B. Goode. “La gente es maja, si ve que alguien está esperando en una máquina, a veces hasta se animan a jugar uno contra el otro. No hay un ambiente de engancharse, se viene a jugar unas partidas, a disfrutar del ambiente y a pasárselo bien”, explican. En las máquinas, cada partida (habitualmente, con tres vidas) cuesta 1 euro.
Desde Rockade reconocen que, como los locales están funcionando bien, en el futuro les gustaría abrir más en otras ciudades y expandir su personalísimo universo. “Creemos que no hay nada parecido, y mucha gente que viene nos dice que le encantaría que hubiese uno en su ciudad”. En cualquier caso, no tienen prisa por planear nuevas inauguraciones ni por recorrer caminos alternativos. “¿Carretera? A donde vamos no necesitamos… carreteras”.