Domingo de noviembre. Noche. Fuera está lloviendo. La tarde ha pasado muy lentamente y la perspectiva de trabajar al día siguiente sólo añade abatimiento. Son ya las diez y media y quedan pocas horas para descansar en la cama, donde se busca una placidez opuesta a la negrura exterior. Pero resulta que la cama está fría y que los precios de la luz siguen marcando récords. Así, una solución cada vez más extendida para sortear la calefacción y no tiritar al meterse entre las sábanas pasa por escoger una manta eléctrica.
La escena puede ser diferente: un día laborable cualquiera, teletrabajo. Entumecimiento de la espalda tras horas y horas delante del ordenador. Sobrecarga muscular y dolor real. Y frío. Frío en general. En este caso, la variante del cubrecolchón eléctrico es la manta térmica ajustable al cuerpo, la evolución de la bolsa de agua. Las hay de muchos tipos y precios, y algunas van más allá del confort para ofrecer supuestos beneficios para la salud. Pero, ¿pueden ayudar al cuerpo o sólo constituyen un placebo? Los expertos lo resuelven.
No es una manta mágica
Una cosa es recurrir a la manta para dar respuesta a un problema de salud y otra bien diferente hacerlo por el mero placer de recibir calorcito. En ambos casos, una búsqueda rápida en Internet arroja multitud de resultados de mantas térmicas que prometen "aliviar el dolor muscular" o "liberar tensiones". Raúl Ferrer, vicesecretario del Colegio Profesional de Fisioterapeutas de la Comunidad de Madrid, reconoce que la termoterapia es un tratamiento realizado por especialistas que tiene por objetivo “dilatar los vasos sanguíneos y aumentar el flujo de sangre que llega a los músculos a través de la aplicación local de calor, reduciendo la presión sobre la zona, mejorando la elasticidad y aliviando también el dolor, ya que el calor puede tener un componente analgésico”.
Ahora bien, Ferrer, que es también experto en fisioterapia y dolor, puntualiza que cuando una persona padece dolor muscular debe consultar en primer lugar a su fisioterapeuta. “No es conveniente que adopte medidas sin que un profesional sanitario analice su caso”, señala. Asimismo, subraya que es importante identificar el origen de la dolencia para aplicar las técnicas que sean necesarias; si no, la manta eléctrica podría ser contraproducente. En la misma línea, el fisioterapeuta Airam Ramos explica a Consumidor Global que, si bien el calor puede oxigenar y dar riqueza al tejido corporal, la manta “no es más que una herramienta añadida”. Y en ningún caso la panacea. “Si una persona tiene dolor de espalda, pasa diez horas sentado y se aplica calor, no puede esperar milagros”, aclara.
Dilatar las tuberías
El hecho de que la manta eléctrica de Lidl esté agotada da idea de la popularidad del producto. Costaba 19,99 euros y tenía una potencia de 60 W. La cadena alemana añadía en la descripción del producto que era “transpirable para una gran comodidad al dormir”. En Amazon hay opciones que van desde los 25 a los 80 euros. Entre ellas, la marca Dissupo ofrece una manta de franela, con un aspecto entre el corsé y la capa de obispo, que funciona como una almohadilla térmica para espalda y hombros y que cuenta con apagado automático. En Twitter, un termómetro útil para sondear opiniones, este tipo de aparatos son muy aplaudidos. “No sé cómo será el cielo, pero si no hay manta eléctrica no quiero saber de él”, escribe un tuitero.
Ramos explica que la manta puede ser una herramienta útil si se utiliza correctamente y explica la dilatación de forma muy gráfica: “Imaginemos que los vasos del cuerpo (las arterias o las venas) son tuberías. El calor provoca que se agranden un poco, lo que se denomina vasodilatación, y, así, las zonas donde hay molestias se oxigenan con nutrientes sanos que limpian las sustancias inflamatorias”. Pero el beneficio del calor sólo funciona a corto plazo. El cuerpo no puede recibirlo de forma constante y tampoco podemos ir por la calle con la manta (no porque sea una frikada, sino porque se conectan a la corriente). “Lo que genera beneficios a medio y largo plazo es el ejercicio”, zanja.
Modular la intensidad para evitar desgracias
Ferrer detalla que, si la manta no está pautada por un profesional sanitario, se puede utilizar “para problemas que pueden empeorar con calor”. Por ejemplo, si alguien sufre una caída y se aplica sin más la manta para aliviar el dolor, es posible que al principio tenga una sensación de mejoría, “pero si ha tenido alguna fractura o fisura, tendrán que aplicarle un tratamiento específico”, argumenta Ferrer. Más allá de un uso perjudicial para la salud, en alguna ocasión el empleo excesivo de las mantas eléctricas ha desembocado en tragedia: su sobrecalentamiento puede provocar incendios y desgracias. Ferrer apela al sentido común de leer las instrucciones y detalla que la mayoría de los modelos del mercado incluyen un control de temperatura, “que permite modular la intensidad para evitar quemaduras”.
La de Lidl, por ejemplo, cuenta con un apagado automático después de unas horas. La recomendación del experto, a nivel general, es utilizar una manta eléctrica “durante sesiones de 30 minutos como máximo, aplicándola durante 10 minutos seguidos y haciendo un descanso del mismo tiempo antes de volver a usarla de nuevo. También conviene dejar un tiempo de reposo de dos horas entre sesiones”. Ramos, por su parte, puntualiza que las mantas caldean zonas superficiales. “Si queremos dar calor a estructuras del cuerpo más profundas, tenemos que irnos a aparatos mucho más caros que están en las consultas”, resuelve. Además, incide en la utilidad de moverse y permanecer activo. Concluye que la manta puede ser una herramienta positiva pero que “el arma secreta” es el ejercicio. Y eso no se puede comprar en Amazon.