Esta es la crónica de una locura anunciada. Martes. Centro de Madrid, barrio de Trafalgar. Junio acaba de comenzar, pero las altas temperaturas ya se han instalado. Aquí, en esta zona comercial tranquila y elegante, hay estos días un barullo inusual. Colas extensas, pero poco rectilíneas, que dan la vuelta a la manzana. Mick Jagger ha estado hace poco en la capital, pero este ajetreo no se debe a él ni a Rosalía ni ninguna otra estrella de rock, sino a la nueva tienda de Shein en Madrid que estará abierta durante tres días, hasta el domingo 5 de junio, en la calle Sandoval.
El gigante asiático de la moda barata y rápida ha desatado fervor entre el público madrileño, sobre todo el femenino. Nos asomamos a este nuevo establecimiento temporal. Intentamos acceder. Imposible. Fracasamos. Pero hablamos con los que sí lo han logrado.
Shein, de la locura a la decepción
Al avanzar durante un largo rato, sólo se ve gente y más gente. La cola va desde la confluencia de la calle Fuencarral con Hartzenbush hasta la esquina con Carranza. Y de ahí por Ruiz hasta llegar a la calle Sandoval. Pasamos durante metros y metros al lado de jóvenes que permanecen en fila como orugas. Conforme avanzamos, sus caras viran de la alegría al abatimiento. Finalmente, se ve la puerta de la tienda. Oímos algunos aplausos y algún grito. Una señora pregunta si es que regalan algo.
Tras un rato con los ojos como platos, una chica sale de la tienda con expresión de alivio. Lleva una bolsa de Shein. Una bolsa que la convierte en una las elegidas, de las que ya ha podido acceder y comprar. Se llama Denisa, y cuenta a Consumidor Global que ha hecho cola desde la mañana. En total, cinco horas de espera para entrar. Y no le ha merecido la pena. “Lo único bueno es que puedes probarte las cosas, pero nada más. Hay más tallas online. No volvería a repetir la experiencia, básicamente por la cola que hay, porque es una locura”, argumenta.
Un vestido por 4 euros
Pero Denisa no se ha ido de vacío. Nos muestra que ha llegado a comprar tres prendas: dos vestidos, uno por 4 euros y otro por 6; y también un top por 9 euros. Antes, ha vivido el vía crucis del resto, pero, por suerte, por la mañana el sol no era tan inclemente. Las que aún no han tenido tanta suerte obstaculizan la entrada de viviendas, comercios y restaurantes. Se trata, mayoritariamente, de chicas entre los 15 y los 20 años. Hay algo de fenómeno pop y algo de horror vacui. Cuando abrió WOW, las colas no eran tan tremendas. Tal aglomeración ha convocado a la Policía: distinguimos hasta dos furgones de antidisturbios y varios coches.
El gentío genera algunas fricciones. Un agente, que intenta controlar el tráfico, reconoce escuetamente que no se esperaban esta afluencia. En la misma línea, el portero de un portal pegado al Centro Sanitario Sandoval observa con displicencia el panorama. “¿Tú te crees que esto es normal?”, inquiere. Negamos con la cabeza, no vaya a ser. “Será barato, pero vamos… Como si la gente nunca hubiera visto una tienda… No entiendo por qué lo han organizado en una calle tan estrecha como ésta”, cuenta. Asentimos exageradamente. Nuestra aceptación le da alas.
Media hora para hacer una compra
Alejandra es otra de las chicas que ha conseguido comprar, pero nos cuenta que la tienda de Shein “decepciona un poco” tras varias horas de espera. “Yo esperaba que fuera otra cosa”, lamenta. Las expectativas eran desmedidas. Por eso, dice, ha comprado algo “por amortizar” la cola. Lo más frustrante es que “no había tallas, si pedías una prenda de otra talla te decían que no podían bajar al almacén a buscarla”, expone. Además, de chico no había casi nada, (“sólo un rinconcito”), y a la hora de pagar apenas cuatro cajas, dos para pagar con tarjeta y dos para el efectivo.
Está claro que a Shein le va lo fast, pero el dato más revelador en esta jornada alucinante es que las consumidoras tenían un límite de media hora para hacer sus compras. “¿Y si te da por probarte toda la tienda?”, preguntamos. Alejandra ríe. “Nos han tenido que decir ‘chicas, hay que ir terminando’. Si lo llego a saber, lo compro desde el sofá de mi casa, tan ricamente”, remarca Alejandra.