Se dice que los libros nunca son caros, sino una inversión. No porque al final se recupere lo gastado, sino porque permiten vivir otras vidas, ser más conscientes del mundo que se habita, emocionarse con unas palabras colocadas en un determinado orden. Además, el oficio de editarlos está rodeado de un halo romántico: ese largo escritorio de madera sobre el que se apilan fracasos y victorias en forma de manuscritos; y ese editor que bebe café y apura un cigarrillo antes de decidir si les dará vida o no. Sin embargo, editar también tiene que ver con hacer llamadas, enfrentarse al Excel y resolver rompecabezas. El último, el encarecimiento del papel, que sacude a las editoriales pequeñas.
La mayoría sacrifica una parte de sus beneficios para evitar que leer salga más caro al lector, pero coinciden en que es una crisis multifactorial que debe resolverse rápido. Si no, no habrá final feliz y los libros subirán de precio.
Sin papel en las imprentas
Newcastle Ediciones es una pequeña editorial que, a pesar de lo británico del nombre, se ubica en Corvera, un pequeño pueblo de Murcia. Su dueño, Javier Castro Flórez, explica a Consumidor Global que ha habido momentos “dramáticos” en los que el papel que él quería “directamente no existía”. Como solución, desde la imprenta le proponían otro tipo. Cambiar de formato y pasar página. “Tampoco están claras las causas, o al menos las imprentas con las que yo trabajaba no lo aclaran. Hay un consumo mayor de cartón, se dice que una posible especulación con el papel, y todo sumado a un boom editorial”, enumera.
Este editor lo es desde hace unos 10 años por la pura pasión de editar, no porque realmente considere vivir de ello. Desde entonces, ha percibido cómo la piscina de la edición se ha llenado de nadadores de todo pelaje que se lanzaban porque podían hacerlo. “Se ha ido creando una burbuja que es buena para los lectores, porque hay muchas opciones, pero a nivel de negocio quizá no lo sea tanto”, admite Castro.
El precio sube hasta un 40 %
Algo similar barruntan desde La Uña Rota, una editorial segoviana que, tal y como explica Carlos Rod, su editor, publica unos 15 libros al año. “Es una cifra algo por debajo de la media, algunas de nuestro tamaño se van hasta los 25 o 30”, comenta. “A nosotros, el precio del papel nos ha subido entre un 30 % y un 40 %, pero ya no es sólo el incremento del coste, sino la carestía. No hay papel. También es cierto que son fechas malas: en abril se celebra Sant Jordi y en mayo la Feria del Libro de Madrid, así que la edición se satura”, explica.
Javier Castro aprovecha para matizar el concepto de editorial pequeña. “A veces se aplica a editoriales que ya son medianas, pero hay cientos como la mía en la que somos autónomos y estamos una o dos personas, no más. Lo que ocurre en España es que se venden muchísimos libros de muy pocos autores, pero aquí vender 800 libros no es ninguna tontería”, señala.
¿Los grandes hacen acopio?
Los factores que encarecen el precio son variados. “Las grandes editoriales acumulan mucho papel para que no les pase esto, y ese movimiento también nos afecta. Pensemos que el mundo editorial funciona conforme a las fechas: si te has comprometido con la distribuidora y no llegas al día fechado, el plan previsto se trastoca”, expone Rod.
Desde Hiperión, un referente de la poesía que publica libros desde 1975, dicen escuetamente que sí han notado el aumento del precio, pero no aclaran más detalles. Por su parte, Daniel Osca, de la barcelonesa Sajalín Editores (dedicada a la narrativa traducida) reconoce que sí han notado un incremento del papel, aunque algo menor: “De entre un 10 % y un 20 %”, precisa. Osca explica que Sajalín no ha repercutido los costes al lector final y cree que el papel está más caro, entre otras razones, porque ahora ha habido mucha demanda. Sin embargo, lo que más le preocupa es la escasez. “Espero que sea algo temporal”, afirma.
Los fabricantes prefieren a Amazon
También lo espera así Castro, pero no lo ve muy factible. Cree que se abre un nuevo capítulo para la edición: “Pienso que las cosas suben, pero luego les cuesta mucho bajar. Lo hemos visto con la gasolina, por ejemplo. No creo que editar vuelva a ser igual de barato”, lamenta. A veces, una nueva edición quita más de lo que da. Andrea Galaxina es la editora de los fanzines de Bombas para Desayunar, un proyecto que se define como una “microeditorial”. Galaxina contó en Twitter que imprimir la tercera edición de uno de sus libros había sido 400 euros más caro que imprimir la primera. Entre una y otra mediaban sólo cuatro meses de diferencia. “Un desastre. Morir (arruinarse) de éxito. Será la última tirada que imprima”, expresó.
Rod añade un actor más a la escena: Amazon. Cuenta que tanto el gigante del e-commerce como otras empresas del estilo “cada vez usan más cartón para su packaging y sus envíos, y eso afecta a los fabricantes, que ven en estas compañías un cliente más atrayente, porque paga mejor”, relata. Así, se da la paradoja de que el cartón, que se usa en vez del plástico porque es más sostenible, dificulta la viabilidad de los pequeños artesanos de libros.
Falta de suministros “de todo tipo”
Pre-Textos es una empresa radicada en Valencia que publica narrativa clásica y contemporánea, ensayo y filosofía desde 1976. Silvia Prat, una de sus responsables, cree que el sector vive una situación “rara”, con falta de suministros “de todo tipo”. En cuanto al precio, describe que han percibido encarecimientos de hasta el 40 %. “Y las últimas noticias son que va a subir más”, lamenta.
Además, desde las imprentas tampoco ofrecen justificaciones claras. “Algunas dicen que el papel viene de Rusia, y que como la situación está como está, sube de precio; pero yo no sé si es verdad”, relata Prat. De momento, Pre-Textos no ha subido el coste de sus libros, aunque puede que lo haga. “Intentamos que no repercuta y bajamos nuestro margen, pero si esto continúa así tendremos que subirlo. Lo mínimo, pero sí, habrá que subir”, admite.
Subir el precio como última opción
En La Uña Rota divisan el mismo panorama incierto. Si la situación no cambia pronto, dice Rod, no tendrán más remedio que incrementar el coste. “Me temo que tarde o temprano tenderemos que hacerlo, no de forma drástica, pero ya vemos que hay editoriales que lo están subiendo”, cuenta. El desajuste se nota también en las reimpresiones. En 2014, esta editorial publicó un libro de unas 800 páginas que salió al mercado por 25 euros. “Entonces estaba bien, era un precio razonable, pero ahora, con los costes actuales, ese importe ya no se ajusta ni es rentable”, explica.
En definitiva, bajo su punto de vista, el encarecimiento hace que se tambalee el negocio de estas pequeñas empresas. “A los grandes les afectará más tarde, como suele ocurrir. Los que menos tenemos notamos antes los problemas”, opina Rod. En este sentido, desde Fnac reconocen que existe un problema de papel, pero tampoco les quita el sueño. “Desde hace unos meses sí ha habido cierta escasez. No es algo nuevo, de alguna manera es cíclico. En nuestro caso, no ha supuesto grandes problemas: ser más finos en las previsiones de venta y quizá en algún momento adelantar las compras para asegurarnos de que tendríamos determinado libro”, explican a este medio fuentes de la compañía.
"Reducir la ganancia, cruzar los dedos y rezar"
“Yo no subiré precio”, explica Castro. “Lo que he hecho es reducir la ganancia, cruzar los dedos y rezar”, dice. Argumenta que el precio de sus libros es barato: siempre cuestan en torno a los 10 euros. “Y tomarte un gin-tonic en Madrid o Barcelona te puede costar más” comenta, con un punto de sorna, pero con razón. “Pero si lo subo, sería más complicado, porque quizá ya no serían tan atractivos para el lector”, cavila.
A pesar de lo dramático de la situación, a Rod también le quedan reservas de humor: “Quizá habría que poner en la solapa cuánto cuesta realmente hacer un libro para que la gente lo entienda, porque a veces no se es del todo consciente: cuánto cobra el maquetador, cuánto es el material, el porcentaje que se lleva el autor…”, detalla. Otra solución a la desesperada para que el negocio continúe siendo rentable (“un poco de ciencia ficción”, comenta Rod) consistiría en “decirle a los autores que sus novelas no pueden exceder las 150 páginas”, bromea.