Ya sea en la playa, en ferias e incluso en mitad de la calle, cada vez es más habitual toparse con un puesto o tienda que vende fruta fresca ya cortada, de temporada, lista para comer durante un paseo. Se trata de un tentempié sano y económico, con muy pocas objeciones en un momento en el que las comilonas vacacionales hacen acto de presencia. Sin embargo, su ingesta conlleva ciertos riesgos que conviene conocer.
Estas frutas troceadas, por muy buen aspecto que presenten, pueden ocultar algunos problemas en forma de bacterias. Después de todo, sigue siendo un alimento que se expone a varios factores que pueden poner en peligro la salud de aquellos consumidores que confían en los beneficios de estos frutos.
Patógenos presentes
La fruta, por lo general, es un alimento que contiene una gran cantidad de agua, nutrientes orgánicos y azúcares. Unas características ideales para la proliferación de bacterias de todo tipo, ya que constituyen un medio en el que pueden multiplicarse rápidamente gracias a la humedad y sustento abundante. “En estos casos, los microorganismos más comunes en las frutas manipuladas podrían ser la salmonella, la listeria o restos de E.Coli”, señala a Consumir Global Elena González, bióloga y especialista en seguridad alimentaria.
El gran peligro de estas bacterias es, por un lado, su presencia en todo tipo de lugares, y por otro, su resistencia en diferentes medios. Un producto que haya estado en contacto con la tierra y se haya manipulado sobre una misma superficie es capaz de transmitir estos patógenos a cualquier otro alimento que se acerque. González asegura que en la mayoría de casos se producen síntomas similares a una gastroenteritis, como fiebre, diarreas o dolores abdominales intensos, pero sin mayor virulencia. No obstante, los mayores de 65 años, niños menores de 5 años y las personas inmunodeprimidas deberían andarse con ojo, ya que para ellos estas infecciones pueden derivar en cuadros más graves.
Manipulación y superficies
Pero todas estas bacterias no solo llegan a las frutas por su contacto con el suelo o con espacios donde estos microorganismos se reproducen con facilidad. Las herramientas que se utilizan para procesarlas y el tipo de distribución también son riesgos que pueden favorecer la presencia de los patógenos. Félix Martín, especialista en seguridad alimentaria y miembro de Restauración Colectiva, asegura que la mejor forma de prevenir estas intoxicaciones es pelar y comer el fruto al momento. La fruta y la verdura son alimentos crudos, por lo que tienen una gran contaminación superficial. Si se usa un mismo cuchillo en diferentes piezas o se apoya en una tabla sobre la que ha estado en contacto la piel de otra hortaliza es muy probable que se pueda contaminar.
La distribución también puede ser un causante de la proliferación de estos microorganismos. Al estar en contacto con el oxígeno o dejar varios pedazos en contacto directo, es más probable que los procesos de descomposición faciliten su aparición. “El problema no es la presencia de patógenos, ya que es normal. Lo peligroso es dejar que se reproduzcan y aumente el número de bacterias en una pieza de fruta. Es en ese momento cuando se puede dar una intoxicación”, explica Félix Martín.
Cuestión de temperatura
Imaginemos un caso en el que se ha trabajado con cuidado el tratamiento de la fruta. Las herramientas y tablas se han limpiado a la perfección, la higiene ha sido la correcta y el espacio de trabajo estaba desinfectado. Y tras estas medidas, la fruta ya troceada se presenta en un envase bien cerrado para que la gente la consuma. ¿Habría algún problema? Pues sí, es más habitual de lo que podría parecer. Elena González abre el melón, y nunca mejor dicho, de las sandías o calabazas partidas en los supermercados. “A temperatura ambiente, las bacterias duplican su número cada 20 minutos de forma exponencial. Por mucho que lleve un film alrededor o cualquier plástico, no es suficiente. Es un riesgo innecesario y totalmente normalizado por vendedores y clientes”, denuncia la asesora en seguridad alimentaria.
En esta misma línea se expresa Félix Martín. El profesional afirma que no es problema del calor o de la temperatura ambiente, sino de la mano del hombre, ya que disponemos de todas las herramientas y equipos suficientes para controlar si un alimento está a la temperatura adecuada para su conservación. Otra historia es cuando una persona es negligente hacia aquello que vende o incluso ante lo que consume. Sobre el tiempo máximo que una fruta puede aguantar en el exterior siendo segura, establece el máximo en dos horas desde que se ha pelado o troceado. A partir de ese momento, o se desecha o se refrigera a menos de cinco grados. De lo contrario, que cada uno se atenga a las consecuencias.