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Paseo de Gràcia, el boulevard de los sueños rotos
La majestuosa avenida barcelonesa, admirada en todo el mundo, ya no es un espacio cultural para goce y disfrute del público local, sino un escaparate de lujo enfocado al turista
The show must go on era mentira. Los teatros, circos y escenarios de artes escénicas hace tiempo que corrieron el telón. El último de sus cinco cines, el Comedia, acaba de encender las luces para siempre. Y si Gaudí alcanzase a vislumbrar las que proyectan sobre la fachada de su onírica casa Batlló, le daría un síncope.
Sus 42 metros de ancho, que otrora albergaron espléndidos jardines, cafés con música de Wagner y hasta uno de los mayores parques de atracciones de Europa, ese espacio de ocio y recreo a los pies de una arquitectura que es poesía para la vista, esa serendipia permanente y ese epicentro cultural para goce y disfrute de los barceloneses son, en la actualidad, dos siglos después de su nacimiento, una sucesión de hoteles y escaparates de lujo para turistas extranjeros. El callejón de las almas perdidas con bolsos de 5.000 euros al hombro y una hamburguesa de McDonald's o un vaso de Starbucks en la mano. Paseo de Gràcia, el boulevard de los sueños rotos.
Vía romana
Durante los siete siglos que los romanos permanecieron en Cataluña, la zona que hoy ocupa el paseo de Gràcia era un camino de tierra, rodeado de campos, que conectaba la antigua Barcino con las vías que llevaban a Octavianum (Sant Cugat) y Egara (Terrassa).
“Era un camino romano que empalmaba con la Riera de Sant Miquel, la de Cassoles, la de Vallcarca… y llegaba hasta Octavianum. Está documentado”, expone a este medio el presidente del Taller d'Història de Gràcia Josep Maria Contel.
Un sendero de la ciudad amurallada a la Vila de Gràcia
Durante la Edad Media, los campos que se extendían desde la muralla norte de Barcelona, que se levantaba en el Portal dels Orbs -luego Portal de l'Àngel-, hasta la calle Bonavista, que hoy hace de frontera entre las dos grandes avenidas de la ciudad y las callejuelas del barrio de Gràcia, “era una zona de protección de la muralla donde no se podía construir”, explica Contel.
Lo único que había en esta amplia zona rural era un convento franciscano, llamado Santa María de Jesús y ubicado delante de donde hoy está la casa Batlló; y un sendero, denominado camino de Jesús entre Portal de l’Àngel y el edificio religioso y camino de Gràcia hasta el pueblo homónimo, que conectaba ambas poblaciones. En 1812, las tropas napoleónicas demolieron el solitario edificio y poco después nacería el paseo de Gràcia.
Los Campos Elíseos barceloneses
Tras varios proyectos fallidos para arreglar el camino de tierra, un impuesto de 20 reales de vellón por cada cerdo sacrificado en Barcelona y tres años de obras, en 1827 se inauguraba el paseo de Gràcia.
“La zona estaba hecha un asco, pero la urbanizaron con la idea de imitar al esplendoroso bulevar parisino y ganar un amplio paseo repleto de árboles y atracciones”, apunta el catedrático de la Universidad Autónoma de Barcelona y autor del libro El populismo: cómo las multitudes han sido temidas, manipuladas y seducidas (Cátedra, 2020) José María Perceval. “Era un pedregal”, coincide Contel, quien explica que esta obra supuso una liberación para la encorsetada Barcelona.
Paseo de Gràcia, un divertimento
Se abrieron los jardines Campos Elíseos, Prado Catalán, Jardín de la Ninfa, Criadero, Tívoli y Español, y la zona se llenó de restaurantes y teatros de madera. Se instalaron majestuosas fuentes de mármol por donde corría el agua y las primeras farolas a gas se prendieron en 1852. A cada paso, el barcelonés y el graciense se topaban con representaciones, cafés, música y una variada oferta de ocio y cultura. La guinda de la fantasía fue el parque de atracciones Campos Elíseos, que contaba con ocho hectáreas de extensión y una montaña rusa envidiada en media Europa.
Era 1853, el Plà Cerdà todavía era solo eso, un plan que no empezaría a ejecutarse hasta 1860, y l’Eixample era un inmenso espacio verde de recreo, un lugar de ensueño a las afueras de la ciudad donde pasear y ser visto. Un divertimento. "Dentro de la ciudad amurallada todo era estrecho y poco ventilado. Paseo de Gràcia era lo opuesto”, recuerda Contel. El 24 de agosto de 1854, Barcelona logró derribar sus murallas y respirar. Barcelona, ciudad abierta.
De Barcelona al cielo
En el número 2, el arquitecto Pau Martorell construyó la primera casa de paseo de Gràcia, la Casa Sicart, en 1867. Paralelamente, en 1872 empezó a circular el primer tranvía barcelonés, que conectaba el Portal de l’Àngel con la plaza Lesseps, y numerosos circos se instalaron en las orillas del boulevard hasta convertir la ciudad en una capital circense.
Seducida, la aristocracia se apoderó de las codiciadas parcelas y empezó a construir sus palacetes para presumir de fortuna. Entre finales del XIX y los albores del XX, se levantaron en el paseo los edificios con las fachadas más bellas jamás vistas: Casa Amatller (1900), de Josep Puig i Cadafalch, Casa Lleó Morera (1905), de Lluís Domènech i Muntaner, Casa Batlló (1906), reformada íntegramente por Antoni Gaudí, Casa Milà (La Pedrera, 1910), de Gaudí, y Casa Fuster (1911), de Domènech i Muntaner. Una arquitectura rompedora que colocó a paseo de Gràcia a la altura de la Quinta Avenida de Nueva York y de los Campos Elíseos de París, al tiempo que embriagaba al transeúnte con sus líneas curvas, obligándole a levantar la vista y admirar su gran belleza camino del cielo de Barcelona.
El 'Quadrat d’Or'
Era la calle del teatro, del circo y, más adelante, del cine. “El ocio entró con mucha fuerza en el paseo de Gracia, que se convirtió en un lugar donde a la burguesía le gustaba mostrarse”, expone el director del grado de Historia de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC) Jaume Claret sobre el denominado Quadrat d’Or del modernismo catalán. “Durante décadas significó muchas cosas…”, añade.
En los años cincuenta, la especulación cambió los jardines y los lugares de artes escénicas por edificios de pisos donde se instalaron grandes sedes bancarias y despachos de notarios. “El problema del paseo de Gràcia es que muchos de los señoritos que construyeron sus palacios allí, en el escaparate de la riqueza, perdieron sus fortunas heredadas y todo acabó en manos de fondos de inversión”, apunta Contel. Por suerte, los cines Fémina, Savoy, Fantasio, Publi y Comedia, nacidos en la década de 1930, seguían abarrotados de soñadores.
La metamorfosis
Poco después, “el automóvil se comió el paseo de Gràcia, que perdió la rambla central y gran parte de su arboleda, dejando de ser un espacio que invitaba al paseo para convertirse en una carrera de obstáculos”, recuerda Perceval.
“El Drugstore de paseo de Gràcia, número 71, entre las calles de Valencia y Mallorca, se inauguró a bombo y platillo en 1967 y contó con la rutilante presencia de Salvador Dalí. Además de restaurante, bar, una tienda de comestibles y algunas boutiques, contaba con una librería a la que llegaban cómics franceses”, rememora el escritor Ramón de España en su libro Barcelona fantasma (Vegueta Ediciones, 2022). Pero todo tiene su final. Nada dura para siempre. Tarde o temprano, los sueños también se desvanecen.
El boulevard de los sueños rotos
En los últimos tiempos, los comercios y equipamientos culturales de toda la vida se han visto obligados a abandonar sus casas mientras las firmas de moda internacionales y las cadenas hoteleras de lujo, esquina tras esquina, colonizaban las arterias del paseo. Eso sí, las Nike, Adidas, Puma, Zara, Mango, H&M, Louis Vuitton, Burberry, Prada o Cartier, entre otras, generan el 27% de las ventas libres de impuestos de toda España. Paseo de Gràcia, de epicentro cultural a sede central del consumismo.
“Cuando la ciudad pasa a un ámbito global, sus espacios de exhibición se transforman. Las mismas tiendas que puedes encontrar en París o Nueva York, desarraigadas de la ciudad y adaptadas al horario de los cruceros, se injertan dentro del tejido urbano clásico de Barcelona, que pasa a ser un simple escenario más dentro de un mundo globalizado que dirigen los grandes capitales. Ese es el juego”, reflexiona el profesor de historia Jaume Claret sobre el fin de la gran ilusión del paseo de Gràcia. Otro paraíso perdido para el barcelonés.
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