Tras una cena con varios amigos, después de alargar con los postres y animarse a pedir algún chupito, toca pagar la cuenta y decidir si simplemente se divide el coste entre todos los comensales o si, por el contrario, toca sacar la calculadora y calibrar qué ha tomado cada uno para que pague lo suyo. La situación se puede volver incómoda si, por ejemplo, uno de los comensales no ha bebido nada y el resto ha pedido varias rondas de cerveza. Ante este dilema, la ciencia tiene una respuesta.
El estudio The inefficiency of splitting the bill, publicado por dos matemáticos en The Economic Journal, compara situaciones distintas en las que grupos de comensales deciden pagar a escote y otros de forma individual. Así, las conclusiones de los expertos reflejan que los comensales piden más platos cuando el coste se divide entre todos a partes iguales. Por eso, desde el punto de vista de la economía, ese comportamiento es ineficiente para el grupo, porque toca pagar más. En cambio, cuando se paga por separado, los comensales están, en cierto sentido, comedidos, y piden menos.
Optar por los platos más caros si la cuenta se reparte
Más allá de que el ticket final sea más elevado cuando se reparte entre todos por igual, el estudio presta atención a las implicaciones de optar por los platos más caros o más baratos de la carta. De este modo, cuando un comensal que pretendía optar por una opción económica o sencilla (por ejemplo, un filete de ternera), es capaz de cambiar de opinión si ve que, a su lado, su amigo ha optado por el pulpo. La sensación es que, si la cuenta se va a repartir, a escote, no tiene sentido escoger lo barato.
Asimismo, no ponerse en la piel de las personas que han pedido menos (por ejemplo, del abstemio que no ha probado el vino ni la cerveza) no es percibido como algo tan negativo como podría ser parecer tacaño.