“El mayor premio es compartirlo”. “Pon a jugar tu suerte”. “¿Y si cae aquí?”. Son algunos de los eslóganes de anuncios recientes de la Lotería de Navidad. Pueden parecer más o menos trillados, pero funcionan. Según Loterías y Apuestas del Estado, cada español gasta de media unos 60 euros. En 2020, las ventas alcanzaron 2.582 millones de euros. Una cifra similar al presupuesto proyectado para el Ministerio de Justicia en 2022. No está mal, teniendo en cuenta que la venta de lotería registró un bajón por el coronavirus.
Por comunidades, las que vendieron más décimos fueron Madrid y Andalucía. Considerando las cifras en relación al número de habitantes, los más jugones están en Castilla y León. Si la alegría va por barrios, como dice el dicho, la esperanza y la ilusión también. Porque, ¿qué nos mueve realmente a comprar un décimo? ¿La ilusión de ganar un gran premio, a pesar de que la posibilidad es mínima? ¿O es más bien una especie de temor previsor? Lo desvelamos.
Del sentimiento de comunidad al “no vaya a ser que…”
“Queridos vecinos: he pensado que si me toca este número nada me haría más ilusión que celebrarlo con la gente que aprecio”. Esa es la primera frase que escuchamos en el anuncio de la lotería de Navidad de este año, menos lacrimógeno que el de años anteriores. De manera muy hábil, los creadores apelan a la comunidad, al sentido de pertenencia. A grandes rasgos, el anuncio presenta a los vecinos de un pueblo que, de manera altruista, van compartiendo décimos de lotería anónimamente con sus conciudadanos. Todos participan de esa misteriosa oleada de generosidad. Todos son magnánimos. Patada para Hobbes: no siempre el hombre es un lobo para el hombre.
La psicóloga Carolina López-Ibor, codirectora de la clínica Reactiva, señala a Consumidor Global que, a nivel emocional, el motor fundamental que mueve a comprar lotería es la ilusión. “Por eso vivimos los días previos al sorteo con una energía y unas ganas diferentes”, razona. Añade, además, que todos nos vamos contagiando porque aunque sabemos que la posibilidad es mínima, existe. Y existe de verdad. “No abandonamos la creencia de que ese año pueda ser el nuestro”. La experta argumenta que empezamos a fantasear muy rápidamente, por ejemplo, con qué haríamos con el dinero. “El soñar y el desear es algo sanísimo, algo vital para nuestra vida”, defiende la psicóloga.
“No nos acordamos del dinero perdido”
Por su parte, la psicóloga Ana Morales hace referencia al sistema de refuerzo cerebral, un mecanismo que funciona con toda clase de juegos de azar. Morales señala que este circuito es el encargado de que aprendamos a identificar un estímulo “potencialmente reforzante” que genera una serie de sensaciones positivas "y estimulación de neurotransmisores”. De hecho, es el mismo mecanismo que se activa disfuncionalmente en el caso de las adicciones, pero eso no significa que sea malo per se: “es necesario para nuestra supervivencia y explica muchas de nuestras conductas”, sostiene Morales.
Asimismo, la experta razona que, “si nuestro cerebro pensase como un algoritmo perfecto o una máquina con una lógica completamente racional”, no tendría tanto sentido que jugásemos la lotería, porque inclinaría la balanza el hecho de saber que es estadísticamente muy poco probable que toque algo. Pero se nos da bien fantasear. “El simple hecho de pensar en las cosas que esa inyección monetaria podría acarrear en nuestras vidas ya activa este circuito de forma reforzante”, precisa la experta. Y lo malo no pesa tanto: “Tenemos una serie de sesgos y herméticos en nuestra forma de guardar la información vivida, no nos acordamos de forma automática del ‘dinero perdido’ y sí de los premios o ganancias”.
La psicología de las masas
De entre los últimos, quizá el más idóneo para escudriñar la amalgama de sentimientos que provoca la lotería sea el anuncio de 2014. Ese anuncio mostraba a Manuel, un hombre corriente enrabietado porque el Gordo había tocado a todos los habituales del bar menos a él. “Si es que, para una vez que no compro…”, cavilaba. Aquí está la primera clave: el terror ante la posibilidad de que todos los de nuestro alrededor se enriquezcan mágicamente y nosotros no. Tierra trágame. Es un tren áureo que pasa una vez en la vida y a Manuel le ha arrollado. Es miedo, pero está muy cerca de la envidia. “Hay muchos que tienen ilusión genuina, pero también hay una parte de temor. No sólo nos mueven las emociones positivas, sino también las negativas”, precisa la codirectora de Reactiva. Menciona “la psicología de las masas”: “al final, nos vamos contagiando y también funcionamos por espejo”.
Volvamos al anuncio. La mujer de Manuel le convence de que baje al bar de Antonio, ese espacio poroso entre lo público y lo privado. Aquí corre el champán: los parroquianos andan celebrando. Nuestro protagonista hace de tripas corazón y le da la enhorabuena a Antonio, que, como cabría esperar, está pletórico. “Mira que cara de felicidad tienen, míralos”, le insta. A continuación, en un movimiento de contrastes de todo menos sutil, se enfoca a Manuel, que está más cerca de las lágrimas de pura rabia que de sonreír. Cuando pide la cuenta para marcharse (no soporta el ambiente), Antonio le comunica que el precio es de 21 de euros. 20 del décimo más uno del café. Antonio le había guardado un décimo, lo que significa que Manuel también es rico. No se queda fuera. Se ha obrado el milagro. El rayo de luz de Fra Angelico le ilumina la cara. Ahora sí, las lágrimas brotan.
El paso del tiempo
De algún modo, los anuncios de lotería operan como un termómetro capaz de medir la temperatura emocional del país. Si en 2013 Marta Sánchez, Raphael, Bustamante y Montserrat Caballé protagonizaron un anuncio que, sin pretenderlo, resultaba hilarante; otras veces los creativos publicitarios han pulsado la tecla de la emotividad exacerbada. Sin cortarse. El anuncio de 2020, con un país desmoralizado y cabizbajo por las muertes que el coronavirus había causado, quiso hablar del paso tiempo y prestar un homenaje intergeneracional. Transmitía el mensaje de que cambian las ciudades, cambian las modas y las canciones; pero los sueños y las ilusiones son los mismos. El final del anuncio tocaba la fibra con una señora mayor que contaba a una mujer joven que, gracias a ella, no se había sentido sola ese año.
Así, los anuncios transmiten la idea de que lo mollar no es el premio, sino la experiencia. Pero gastarse 200 euros en décimos de lotería y ganar las bromas de un familiar escuece. “Cuando no te toca, es un batacazo importante”, reconoce López-Ibor. “Perdemos la posibilidad de que nuestra vida cambie, de que ese proyecto que había crecido en la fantasía se materialice, así que sí existen los celos y la envidia hacia la gente a la que sí le ha tocado”, comenta la psicóloga. “Normalmente ese duelo dura muy poco, porque en el momento en el que chocamos con la realidad, aterrizamos”, detalla.
¿Lo importante es participar?
Según los estudios matemáticos, la probabilidad de que el Gordo de Navidad le toque a una persona que compra un décimo es del 0,001 %. Es ínfima, pero es más que en otros sorteos, como la Primitiva o el Euromillón. Además, la Navidad (donde proliferan los juegos de amigo invisible, las cenas o los regalos para la familia) favorecen una virtud muy concreta que no se fomenta tanto en ninguna otra época del año: la generosidad. We feel it in our fingers, we feel it in our toes.
López-Ibor expone que esa adrenalina de los días previos, esa “gasolina para el cerebro” que conlleva la posibilidad de que la lotería toque, otorga al comprador la posibilidad de soñar y lo transporta a un estado de ilusión muy diferente a la apatía de la cotidianidad. “Algo bonito que nos recuerda la posibilidad de soñar”, destaca la psicóloga. Lo malo es que, muchas veces, los sueños, “sueños son”.