Cuando un joven decora su habitación, suele recurrir a sus propias fotos con amigos y a las típicas postales. Quizá alguna bufanda de un equipo deportivo. Un tiempo después, se independiza (al menos así debería ser) y llegan los posters de películas, las láminas artísticas, quizá algún collage más o menos profesional y, finalmente, un cuadro. En cuanto al mobiliario, el primer y siempre estable escalón es Ikea. Pero, ¿y si alguien quisiera plantar en su pared un mosaico de época romana? ¿O quitar una mesita para colocar un tocador francés del XVIII?
En Feriarte, la feria de coleccionismo y antigüedades que se celebra estos días en Madrid, es posible. La muestra aúna destellos de arte contemporáneo con objetos centenarios exquisitos, desde ánforas griegas o mármoles romanos hasta pulseras de Cartier pasando por muebles neoclásicos. No es el rollo pintoresco de El Rastro, sino el ambiente exclusivo de una boutique. Pero una boutique con el espíritu del bolsillo de Doraemon. Con antigüedades que son joyas. Reliquias. Y, en pintura, casi todos los grandes nombres españoles que vengan a la mente: dibujos menores de Picasso, Dalí o Miró y cuadros de Sorolla, Zuloaga, Pere Pruna, Esteban Vicente, Saura, Carmen Laffón o Fernando Zóbel. Un óleo de este último se vende por 60.000 euros. Es como visitar un museo y a la vez ver un capítulo de Los Bridgerton. Entramos en la feria y te la contamos.
De ánforas griegas a esculturas de Mesopotamia
Peggy Guggenheim, mecenas fundamental en el desarrollo del arte de la segunda mitad del siglo XX, aseguraba que a la hora de coleccionar no había que dejarse llevar por el dinero, sino por la pasión. En Feriarte se despiertan pasiones, desde luego, pero los dígitos de la nómina también importan. El evento se celebra hasta este domingo 21 de noviembre en el pabellón 3 de Ifema, donde más de 60 anticuarios y galerías han dispuesto sus stands para deleite del público (y de unos pocos compradores). El recorrido no es laberíntico, lo que el visitante agradece. Los organizadores incluso se han tomado la deferencia de colocar butacones (ojo, estos no son estilo Luis XVI) para favorecer el descanso.
Si se acude allí dispuesto a guiarse por el instinto y convertirse en un sabueso, la jugada puede salir mal. Pero sí es importante precisar que todas las piezas cuentan con las garantías adecuadas, lo que significa que no se la pueden colar con baratijas al comprador. Aitor Merino, historiador del arte y especialista en arte contemporáneo, detalla a Consumidor Global que un equipo de expertos ajenos a los anticuarios certifica que las obras expuestas sean de la fecha que se indica. Lo que muchas veces no aparece especificado es el precio. Si queremos saberlo, tocará preguntarle al responsable del stand. Aquí unas pinceladas: ánforas griegas con escenas míticas perfectamente conservadas por 12.000 euros, una escultura mesopotámica del año 3.000 a.C por 27.000, o un sarcófago egipcio de madera por 30.000.
“¿Esto no debería estar en un museo?”
En Feriarte no sólo hay objetos decorativos, sino piezas arqueológicas de primer orden como cascos de bronce del siglo VI a.C., pendientes de oro precolombinos o brazaletes de época prehistórica. También dejan con la boca abierta unas espadas de bronce o una serie de catanas junto a armaduras japonesas centenarias. A la luz de estas obras de arte, la pregunta es inevitable: ¿Esto no debería estar en un museo? Beatriz Martínez, experta en arte que ha trabajado en galerías, concede a Consumidor Global que el aspecto más espinoso es ese, discernir qué debe ser privado y qué no. “Al fin y al cabo, los artistas contemporáneos venden para vivir, pero hay antigüedades que no deberían venderse y que tendrían que pasar al Estado”, razona. Así, entrarían a ser patrimonio de todos.
El sector es antiguo, pero está muy vivo. “Hay una tendencia a pensar que el mercado artístico más activo es del arte contemporáneo, pero no es así”, explica Martínez. “Hay muchísima gente que comercia con este tipo de objetos. De hecho, entre las antigüedades y el comprador puede existir una relación más personal, porque el coleccionista de arte contemporáneo muchas veces compra por comprar y bajo lo que dicte el mercado”, apunta. Merino, por su parte, comenta que Feriarte es una feria “bastante antigua, de los años 70” y que en los últimos años ha evolucionado. Pero eso no significa que funcione con la precisión de un reloj suizo. Merino cuenta que este año se expone en la feria un boceto de Goya que ha generado polémica. “Casi todos los especialistas están de acuerdo en que no es de él”, revela.
La sombra del expolio
En otros casos, como en piezas de arte íbero o tallas de vírgenes románicas, el origen último es imposible de determinar. La sombra del expolio siempre planea sobre el arte, incluso en instituciones prestigiosas a nivel internacional. Merino señala que, con frecuencia, las piezas llevan décadas en las colecciones de los anticuarios, que en su día las adquirieron por métodos que entonces eran legales. Entre los más llamativos, relata que determinados conventos vendían piezas para financiarse. “No digo que sean mecanismos éticos, pero en ese momento estaban permitidos”, señala el historiador.
Así, hoy hay piezas un tanto nebulosas, donde los orígenes últimos son imposibles de rastrear o plantean dudas. Algo así como el pecado original. Tampoco interesa saberlo. Interesa que estén bien. En algunos stands, los responsables han colocado lupas para que los coleccionistas puedan apreciar los detalles de los cuadros góticos. Martínez sugiere que, aunque parezca algo añejo, estos objetos tienen interés para muchas instituciones a la hora de trazar una suerte de perfiles personales o incluso antropológicos: “En algunos museos contemporáneos se ha puesto de moda la idea del gabinete de curiosidades, que consiste en prestar atención a las cosas que coleccionaban artistas como Picasso”.
El Estado y los compradores
“La mayoría de los fondos que compra el Estado en subastas son piezas de arte moderno o contemporáneo, porque no hay muchas casas especializadas en arqueología”, señala Merino. El experto cuenta que el Estado se gastó, hace unos años, 60.000 euros en dos capiteles para el Museo Arqueológico, pero esos movimientos son poco frecuentes. Además, según Merino, esta política está justificada: “Hay que ser sinceros: los fondos de colecciones arqueológicas en España están muy bien nutridos, en general hay de todo para construir una visión bastante completa, cosa que no sucede con el arte contemporáneo”.
El perfil del comprador es variado. Pueden ser tanto empresarios del sector como decoradores profesionales, o gente con trabajos ajenos al arte que vehicula sus intereses estéticos adquiriendo espejos o baúles que parecen sacados de Orgullo y prejuicio o de El hombre de la máscara de hierro. El mascarón de un barco inglés del siglo XVII (que sabe a Piratas del Caribe), por ejemplo, puede convertirse en un icono si se coloca de manera adecuada en una coctelería. Pero para eso, además de pagar el importe, hace falta tener ojo. Y eso también es un arte.