Los españoles han incrementado la compra de productos frescos el 8,8 % durante 2020. En concreto, la inversión ha supuesto un gasto de 260 euros más que el año anterior. Estas son algunas de las conclusiones que los supermercados Aldi han recogido respecto al consumo de alimentos frescos por parte de las familias a lo largo de un año tan complicado.
El gasto medio en alimentos frescos ha crecido el 14,1 % hasta los 2.192 euros, lo que ha supuesto más de un tercio del valor final de la cesta de la compra. Entre los productos más solicitados, uno de cada 3 euros invertidos fue dedicado a la fruta y la verdura, mientras la carne y el pescado detuvieron la caída progresiva que arrastraban desde 2013, con un aumento del consumo en hogares del 10 % y 11 %, respectivamente.
Factores tras los cambios
La búsqueda de un producto de calidad es fundamental para que las familias decidan invertir en alimentos frescos en los supermercados, aunque el principal motivo continúa siendo la conveniencia de poder comprar varios artículos diferentes en un mismo espacio y la proximidad del negocio.
Sin embargo, se ha apreciado en 2020 cómo el consumidor cada vez da más importancia a aquellos atributos que justifican la calidad del alimento. Poder demostrar su denominación de origen, que se trata de producto de proximidad o el sello de bienestar animal son incentivos que contribuyen en la compra. De hecho, un 67 % de los consumidores utilizan el etiquetado para decidir si adquirir o no un producto.
El valor de la sostenibilidad
Otro de los grandes motivos para el aumento de los alimentos frescos ha sido su contribución a la ecología y la reducción del impacto en el medioambiente. La principal opción para comprar este tipo de alimentación es a granel, ya que el 80 % de los clientes consideran que el envase forma parte del producto en sí y tres de cada cinco consumidores admiten que afecta en su decisión de compra.
La cadena de valor también está presente en las reflexiones de los compradores. Conocer la procedencia del producto, su país o región, así como el tipo de cultivo o el precio pagado a los agricultores y ganaderos es una exigencia cada vez más recurrente en un consumidor preocupado por su huella ecológica y comprometido con la justicia social. Estas cualidades, que antes pertenecían a un nicho concreto de personas jóvenes o activistas, se ha extendido como una exigencia general para los supermercados.