La tierra de la gratuidad no existe. En 2023, nada es gratis. Ni el sobrecito de kétchup de Burger King. Ni el hielo del café. Ni la amnistía. Nada. Hay más descuentos y ofertas y últimos billetes a este precio y promociones y últimas habitaciones a este precio y juegos para ganar vales y maneras de perder el tiempo que nunca, pero nada es gratis.
La verdadera casa de la gratuidad, y la única, es la escuela de aprendices de barbero. Allí todo es gratuito. El que quiera ahorrarse los 12 euros que cuesta, de media, afeitarse y cortarse el pelo en España, puede dirigirse a la Academia Casanova de Peluquería y Estética de la calle Sants de Barcelona; pero es necesario armarse de valor.
La peluquería gratuita
Para entrar en ella es imprescindible conocer el lugar, fijarse en el letrero que reposa junto a la entrada del local, sito en el número 380 de la citada vía, o leer este artículo y tener el temple y la sangre fría de atreverse a cruzar el umbral del centro de formación profesional. “Corte masculino GRATIS. No pierdas la oportunidad”, reza el cartel a pie de calle. “Entra e infórmate”. Yo lo hice.
Tras cruzar la puerta uno se halla en una peluquería bien equipada. El suelo es de grandes baldosas de un gris brillante y las paredes están cubiertas de espejos. Hay vitrinas con champús, acondicionadores, maquinillas eléctricas y otros utensilios. Son las nueve y media de la mañana.
—¡Buenos días! —saludé—; venía por lo del corte de pelo gratuito.
—Claro. Deje que pregunte a la profesora.
La sala de maniquís
Al cabo de un par de minutos apareció ella. Llevaba el pelo corto y dos pares de tijeras enfundadas en una cartuchera de cuero atada a la cintura.
—¿Cómo va de tiempo? —preguntó.
—Bien… Bueno… Tampoco tardarán dos horas, ¿no?
—No, pero te lo digo porque están empezando…
—Sin problema.
—No te preocupes. Si hay cualquier problema, vendré yo. Pero no te preocupes. ¡Ven!
Y la seguí, bajo dos largas hileras de fluorescentes blancos, como el que enfrenta el pasillo de un hospital, tumbado en la camilla, camino del quirófano. Dejándome llevar hasta donde termina la peluquería y empieza el más allá. Hasta una sala aparte. La sala de maniquís. Y yo.
Wasim está asustado
Alrededor de las paredes de la estancia había un tropel de muchachos con la camiseta negra de la academia y sus respectivos maniquís. Al entrar en la sala, tres o cuatro de ellos se pusieron a cuchichear y a reír por lo bajo. Escrutándome. Los otros no se movieron de donde estaban y siguieron mojando, peinando y cortando el pelo de las pelucas de los maniquís.
—Mmm… —dudó la profesora, mirando uno por uno a los aprendices, mientras ellos esperaban inquietos—; Wasim te cortará el pelo. Yo empezaré y él te lo cortará. Prepáralo, Wasim.
Y yo me dirigí a la única butaca de la sala de los maniquís. Wasim me acompañó, a paso lento, sin abrir la boca. Me colocó la bata negra, la correspondiente cinta para no dejar espacio entre ella y mi cuello, y cogió el atomizador con pulso tembloroso.
—Wasim está asustado —dijo uno de los aprendices desde el fondo de la sala.
—No tengas miedo, Wasim, yo te doy mis consejos —secundó otro con voz irónica, desatando las risas de los demás.
Un disparo de agua impactó en mi ojo derecho.
Peine y tijera
Tras preguntarme lo que quería, la profesora empezó a pelarme. No sin antes avisar al resto de los aprendices, que se acercaron hasta juntar ocho o diez cabezas sobre la mía.
—Un poco de máquina por los lados y repasamos con peine y tijera hasta igualarlo todo —anunció la maestra mientras lo ejecutaba todo con precisión—. Y en la parte de arriba, sólo peine y tijera. A los que hayáis practicado en casa, os resultará más sencillo. A los otros… ¿Está claro? Sigue tú, Wasim. Tranquilo, lo harás muy bien. Y no hagas caso a estos… El resto, coged la peluca y practicad de nuevo la permanente.
—¿Oooootra vez? —protestan varios aprendices al unísono.
—¡Oootra vez! Luego haremos teórica. Y la semana que viene tocaremos navaja y barba.
Ayer, antes de venir, concienciado por un viejo artículo de Ernest Hemingway y lo que dice sobre la muerte por ahorcamiento o degollamiento, me afeité.
El corte de pelo
El corte de pelo no estuvo mal. Algún tirón al principio; tal vez excesiva fuerza aplicada sobre la oreja izquierda, al apartarla para rasurar, fruto de los nervios; sin mayores sobresaltos y con conversaciones refrescantes entre los aprendices, incluido algún que otro piropo dirigido a los cabellos de los maniquís.
Wasim apenas abrió la boca. Seguramente, apenas hable español, pero presta atención y tiene sensibilidad. De eso no cabe duda. Acabado el trabajo, me acompañó a la puerta y me despidió muy atento. Con una pequeña reverencia. En silencio.
Tengo que volver dentro de dos semanas para analizar cómo ha quedado el corte y ver si hay que hacer algún arreglo. Volveré. Sin miedo. Volveré, me sentaré en la única butaca, entre los maniquís, y pondré mi vida en las manos cada vez menos inexpertas de Wasim. Porque él sólo quiere aprender.
Este artículo está inspirado en el reportaje de Ernest Hemingway titulado El afeitado gratuito, que se publicó en el Star Weekly el 6 de marzo de 1920.