La gente pasa y observa con detenimiento cada uno de los cuadros expuestos. Los retratos del emperador Maximiliano II y la emperatriz María de Austria acaparan la atención en esta peculiar sala del Museo del Prado. Al entrar, parece una más, pero sólo hay que esperar un breve instante para comprobar que se trata de un espacio distinto. Allí se pueden oler los perfumes que utilizaban los protagonistas de sus cuadros.
Junto al acceso de la puerta de los Jerónimos y a mano derecha se encuentra la sala 56. En ella se cuelgan numerosos retratos de personas que muestran guantes y cuyo autor es Antonio Moro, uno de los principales retratistas europeos del siglo XVI.
El olor de los cuadros
“Estos guantes no se usaban para protegerse del frío o para realizar alguna labor, sino por estar perfumados y como señal de estatus”, cuenta a Consumidor Global Alejandro Vergara, jefe de Conservación de Pintura Flamenca y Escuelas del Norte del Museo Nacional del Prado.
La iniciativa es fruto de la colaboración entre Vergara y Gregorio Sola, perfumista senior de Puig, y la aplicación de la tecnología AirParfum de esta empresa de perfumes. La idea se puso en marcha tras el éxito de la muestra temporal La esencia de un cuadro. Una exposición olfativa que la pinacoteca acogió en verano de 2022.
Una fórmula original del siglo XVII
“Mi idea era llamar la atención de esos cuadros que a veces están olvidados, en las salas poco visitadas, con una aportación distinta que mejorara la experiencia del visitante”, apunta Vergara. Así, este nuevo difusor que estará de forma permanente en la sala, permite evocar los olores de esos cuadros gracias a una fragancia que reproduce el olor de un guante perfumado de ámbar según una fórmula original del siglo XVII.
El sistema, explica este historiador de arte, consiste en una máquina conectada a unos botes de perfume que se emiten a través del difusor cuando se pulsa el botón. Esta tecnología además es compatible con entornos relacionados con el arte, pues no emite partículas ni humedad que pueda dañar el soporte de las obras expuestas.
Complementar la experiencia visual
“Al principio es una sensación fuerte, como el olor a cuero, pero luego queda un aroma muy agradable”, cuenta María Teruel, una visitante que no sabía de la existencia del difusor. “Me parece muy interesante porque así se tiene una experiencia más completa que no se queda sólo en lo visual”, opina Teruel.
“La reacción de los visitantes es muy buena. Se trata de una experiencia nueva con la que el visitante aprende algo que no sabía. Es una ayuda para interpretar y acercarte a la cultura de la época a través de los olores que hay dentro del cuadro”, resume el jefe de Conservación del Museo del Prado, Alejandro Vergara. Según los datos de la compañía Puig, más de 4.500 personas ya han probado este sistema olfativo en tan solo una semana.
Poner a la orden día la cultura olfativa
Sobre si esta tendencia se extenderá a otras salas o exposiciones, el Museo del Prado asegura que, por ahora “no está en nuestros planes”. “Siempre estamos pensando en qué podemos hacer para mejorar la experiencia del visitante, pero también debemos cuidar nuestra principal función que es la cultura visual”, explica Vergara.
Finalmente, el historiador de arte recalca el impacto mediático que tuvo la muestra olfativa de verano a nivel internacional, cuando numerosos académicos de distintos países del mundo se interesaron por la iniciativa. Así, cuenta Vergara, se pone a la orden del día la cultura olfativa que tan “olvidada” ha estado en la historia del arte. “Cada rey tenía su propio perfumista, pero sus identidades no han trascendido en la historia porque era un mundo muy profesional y todo permanecía en secreto, hay muy poca información al respecto”, concluye.