Cuatro Bodas y un funeral es uno de esos clásicos noventeros que levantan el género de la comedia romántica. Hugh Grant era joven y guapo; y, en el momento de casarse, su personaje deja plantada a la novia después de que su propio hermano sordo revelase al cura que Grant alberga dudas. Es rocambolesco, porque es una persona sin voz la que recurre al “hable ahora o calle para siempre”, pero funcionó. Hasta a Boyero le gustó. Si bien la película plantea diferentes situaciones relacionadas con los misterios del casamiento y el amor, en ningún momento aparece un fotógrafo que deja colgados a los novios. Algo así es lo que estuvo a punto de sucederle a Carolina Yagüe.
Esta afectada cuenta a Consumidor Global que todo empezó el pasado mes de abril, cuando ella y su novio buscaban fotógrafo para su boda, para la que ya habían cerrado fecha. “Somos de los primeros de nuestros amigos en casarnos, y no teníamos mucha idea de cómo va esto”, relata. Decidieron mirar en Bodas.net, que dispone de un servicio gratuito de wedding planer, donde, entre otros servicios, “te buscan un fotógrafo. Ellos se ponen en contacto con los fotógrafos para que estos envíen información sobre sus servicios a clientes potenciales. Lo hacen también con floristerías o con fincas”, recuerda Yagüe. Así, Bodas.net contactó con 10 o 15 fotógrafos, entre los que estaba el elegido. Su nombre, al menos para este artículo, será Roberto.
600 euros para formalizar la reserva
Yagüe comprobó que el precio de los servicios de fotografía y vídeos para enlaces era “una locura”. Tras considerar varias opciones, encontraron una empresa cuyo nombre comercial era Vivieron felices y comieron sandía. El presupuesto inicial era de 1.700 euros, pero les ofrecieron un descuento porque “estaba libre la fecha de nuestra boda”. Hablaron con Roberto y les convenció. “Vimos las fotos que hacía y estaban bastante bien. Era económico y nos cuadraba, así que los contratamos”, narra Yagüe. Para cerrarlo, había que abonar el 40 % en concepto de reserva, es decir, 600 euros. “Es lo que hacen los fotógrafos, la maquilladora, la peluquera… Era normal, entonces no me extrañó nada”, apunta.
Pero había algunos detalles raros. La empresa tenía una cuenta de Instagram en la que subía fotos. “No la actualizaban mucho, pero yo lo achaqué a que en esos meses no se casaba tanta gente”, dice Yagüe. Después llegaron junio, julio y agosto; los meses pico, y en la cuenta tampoco apareció nuevo contenido. Yagüe y su pareja empezaron a sospechar. “A mediados de octubre, me meto en el apartado de Comunidad de Bodas.net, donde la gente puede escribir lo que le dé gana, y veo un post en el que se decía que Vivieron felices y comieron sandía eran unos estafadores. Yo con el corazón en la garganta. Había experiencias muy malas, como la de una pareja a la que, 24 horas antes de su boda, los fotógrafos les habían cancelado el evento por problemas familiares”, cuenta Yagüe. Y saltaron las alarmas.
Los fotógrafos subcontratados no cobraban
“También había gente a la que no le habían entregado las fotos después del evento. En nuestro contrato se decía que las fotos se entregarían 15 días después de la boda, y el vídeo 45 días después”, recuerda Yagüe. Otros novios, en situación similar o peor, ya habían intentado ver qué ocurría y Roberto les había dicho que había tenido un boom de trabajo, pero les aseguraba que todo acabaría saliendo. Para compartir testimonios y decidir qué hacer, varias parejas crearon un grupo de WhatsApp, con el fin de apoyarse en lo bueno y en lo malo, en la riqueza y en la pobreza.
“La gente empezó a ponerse en contacto con fotógrafos que habían trabajado con él. Aclararon que Roberto no les estaba pagando, por lo que, a su vez, ellos no estaban entregando el material. Ese era el colapso real”, explica Yagüe. Ella y su pareja escribieron en varias ocasiones al fotógrafo, primero en un tono cordial, pero intranquilos porque estaban escuchando cosas “un poco raras” y les gustaría confirmar que todo iba bien. “Nos dijo que sí, que todo correcto, simplemente estaba liado, pero que todo seguiría con normalidad. Estábamos mosqueados, pero no tomamos ninguna decisión. Dejamos pasar el tiempo”.
“Estaba desaparecido”
Al poco, la pareja de Yagüe escribió de nuevo a Roberto, y entonces ya no respondió. “No contestaba a las llamadas, había bloqueado el WhatsApp, había quitado las direcciones de la web… Había gente que le estaba mandando burofaxes a ver si contestaba, y tampoco. Estaba desaparecido”, expone Yagüe, que empezó a temer por sus 600 euros. Semanas más tarde apareció una noticia al respecto en un medio de comunicación que denunciaba estos mismos hechos. “Cuando esto salió, él apareció. Mandó un mensaje larguísimo en el que decía que era un pico puntual de trabajo, pero que toda esta situación y las acusaciones vertidas sobre su persona le habían provocado un trastorno mental transitorio. Era tremendo, terrorífico. Todo parecía desmoronarse, pero decía que todos recibirían su trabajo”, subraya Yagüe.
Su pareja y ella redactaron un nuevo mail, “muy educado”, en el que repasaban todos los hechos que habían ocurrido que les impedían confiar en él, así como las razones por las que querían rescindir el contrato de mutuo acuerdo y que les devolviera el dinero. Quedaban varios meses, así que Roberto tendría tiempo de buscar a otra persona. Les contestó en un tono tranquilizador, defendiendo que todo se estaba arreglando, pero a Yagüe ya no le valía. Quería cortar y recuperar su dinero. “Le volví a ofrecer llegar a un acuerdo, y le avisé que llegaríamos a las instancias necesarias”.
Una nueva empresa y huir hacia adelante
Mientras ella debatía, en el grupo de WhatsApp cada vez había más nervios. Algunos habían recibido el reembolso, otros sus fotos, aunque con una edición “muy mala”, pero otros no tenían nada de nada. Alguien se enteró de que Roberto había dejado la empresa y ahora planeaba operar con otra, Fotopizza, al tiempo que volvía a restringir las llamadas de los afectados y a bloquearles en WhatsApp.
Por eso, Yagüe considera que Roberto buscaba “seguir con su actividad intentando huir de lo que había hecho mal y buscar nuevos novios”. Le escribió por enésima vez, y también decidió contactar con Bodas.net. Con la empresa, su sensación es que “lo único que hicieron” fue borrar el perfil de Roberto de la web, así como todos los posts en los que se comentaba qué estaba sucediendo con él. “Básicamente, les dio igual que otra persona los contrate”, opina Yagüe.
Bodas.net se defiende
Este medio ha preguntado a Bodas.net por este asunto, desde donde remarcan que Vivieron felices y comieron sandía ya no forma parte de su directorio. “No toleramos las actividades comerciales fraudulentas ni las violaciones de nuestras condiciones de uso. En cuanto recibimos una reclamación fundamentada que afecta a algún negocio presente en nuestras plataformas, nuestros equipos inician una investigación interna”, defienden. Además, añaden que eliminan de la plataforma a los profesionales que no cumplan y que, cuando ocurre algo así, buscan “dar apoyo a las parejas ofreciendo las alternativas que puedan estar en nuestra mano”.
El problema reside en que si una pareja se queda colgada por un profesional al que ellos permitían operar, las alternativas son escasas. Hasta que alguien hace un movimiento inesperado. Una campanada. Cuando parecía que la situación llegaba a punto muerto, uno de los afectados, desesperado, logró contactar con un familiar de Roberto. Esta persona reculó y les dijo que la familia pagaría las deudas que hubiera. Se creó una cuenta de correo y, después de vivir una odisea, Yagüe firmó una rescisión y ha recuperado sus 600 euros. Pero hay otras parejas que aún no lo han hecho. “Entiendo que ya no les debe quedar dinero e intentarán evitar las rescisiones de contrato”, cree esta futura novia. El que se casa, dicen, por todo pasa