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El negocio del coleccionismo: pagar cientos de euros por muñecas e insectos disecados

Internet es un gran cajón de sastre donde encontrar verdaderos tesoros, tanto para los coleccionistas como para los amantes de los objetos más peculiares y raros

Mónica Timón

Una colección de Playmobil / AESCLICK

“Cuando llegó a casa uno de los trenes que me faltaba y que hacía años que llevaba buscando, fui más feliz que un niño el día de Reyes”, confiesa a este medio César Sanagustín, coleccionista y secretario de la Asociación Española de Coleccionistas de Playmobil (Aesclick). Lleva toda la vida comprando muñecos y accesorios de esta empresa de juguetes alemana. Su afición comenzó de manera natural. Casi sin darse cuenta. “Había crecido con los Playmobil y me gustaban mucho. Poco a poco me fui haciendo con más y, a día de hoy, mi colección, junto a la de mi mujer y mi hijo –también coleccionistas-- supera las 5.000 figuras”, detalla a Consumidor Global. “Son más de las que necesito, pero menos de las que quiero”, bromea.

El coleccionismo, como el de Sanagustín, es una forma de ocio que consiste en reunir objetos de todo tipo. Los bibliófilos recopilan libros, los numismáticos reúnen monedas, los vitólfilos coleccionan anillas de puros y los conquiliólogos hacen lo propio con conchas de moluscos. La lista de objetos para coleccionar es infinita. Pero también hay quienes, sin considerarse coleccionistas, buscan y compran objetos muy peculiares y raros por unos precios bastante desorbitados. ¿Cuánto se gastan y son capaces de pagar estos incondicionales?

Colecciones caras y aseguradas 

Para los coleccionistas, cada pieza es única y especial y tiene un valor que trasciende su precio monetario, que puede ser excesivo en ocasiones. En una tienda, un objeto de Playmobil parte de los dos euros y asciende hasta los 100 euros si es una pieza grande, como un castillo. Pero cuando se trata de una figura de edición limitada o peculiar, su precio se dispara. “Mis piezas más caras son dos trenes: uno que compré por 250 euros y otro por 450 euros”, detalla Sanagustín. Aunque otros amantes de la marca han llegado a pagar 250 euros por un muñeco del Príncipe de Beukelaer y 4.000 euros por una montaña rusa. Hay personas con verdaderas fortunas invertidas en estos muñecos que contratan pólizas específicas o las incluyen en el seguro del hogar para mayor protección. “Un amigo tiene asegurada su colección por más de 25.000 euros, y lo vale”, cuenta Sanagustín. 

Pero no es, ni de lejos, la cifra más alta para un coleccionista. En 2010, un particular compró una muñeca Barbie ataviada con un collar con un diamante por más de 250.000 euros, un modelo único en el mundo. La vestimenta de los famosos en el cine es también otro objeto de colección. Y caro. Un cinéfilo llegó a pagar más de cuatro millones de euros por un vestido de Marilyn Monroe. Y, si aún guardas pesetas en casa, presta atención, porque el precio de una moneda de cinco pesetas del año 1949 ha superado los 12.000 euros.

Las compras online más peculiares 

Pero no hace falta ser coleccionista para adquirir ciertos objetos, al alcance de cualquiera en internet. Por ejemplo, las tiendas online de antigüedades son un gran cajón de sastre en el que encontrar objetos muy peculiares, desde mobiliario antiguo, hasta réplicas de partes del cuerpo como calaveras humanas por 119 euros o una mano momificada por algo menos de 100 euros. La taxidermia cuenta con secciones propias en algunas webs donde se pueden adquirir toda clase de animales, ya sea enmarcados, en vitrinas o en un pedestal. Es posible comprar una cabra por 750 euros, una perca por 250 euros o una gran variedad de insectos disecados a partir de los 60 euros. 

Además, las plataformas más comunes de compraventa también tienen tesoros escondidos. Por ejemplo, eBay lanza cada año su lista de Compras más interesantes y caras. La última, de 2019, incluye ventas tan exclusivas como el póster del concierto de la primera gira de los Rolling Stones de 1964 por 20.800 euros, un cómic de Marvel de 1962 por 26.600 euros o una tarjeta con el autógrafo del jugador de fútbol americano Tom Brady por 332.000 euros. Vivir una experiencia única también es algo por lo que mucha gente está dispuesta a pagar grandes cantidades. Hubo quien pagó 3,.74 millones de euros por una comida con el inversor americano Warren Buffett, otro fan que invirtió más de 35.700 euros en un almuerzo con el presidente del equipo de baloncesto Dallas Mavericks y saludar a la cantante Miranda Lambert le costó más de 85.000 euros a otro fanático. 

Lidiar con la muerte 

“En una colección, los objetos están desposeídos de su valor práctico y sólo guardan un valor simbólico”, explica Isabel Pinillos, psicóloga y autora de la tesis El coleccionista y su tesoro: la colección. Para estos aficionados, los objetos simbolizan diferentes valores, como la belleza, la cultura o la sabiduría. “La persona proyecta ese valor en el objeto, y, cuando por fin lo posee, le revierte a él mismo”, añade la experta.

Además, con estos ansiados objetos, los coleccionistas “satisfacen otras necesidades, como el refuerzo de la autoestima por conseguir algo exclusivo y único”, añade Pinillos. Y la psicóloga va incluso más allá. “También es una forma de lidiar con situaciones negativas, como el paso del tiempo o la muerte, pues tienen el control total”, explica.

Objetos con poder de evocación

Alguno ha podido pensar que su costumbre de comprar un imán para la nevera cuando visita un nuevo país puede hacerle coleccionista, pero esa acción no siempre responde a esta afición. “Los coleccionistas no hacen compras casuales. Planifican lo que quieren, lo buscan, lo compran y, cuando lo tienen, lo organizan cuidadosamente”, asegura Pinillos. De hecho, les suele caracterizar un afán de curiosidad y gusto por explorar. 

La colección también tiene un poder de evocación muy potente e importante y recuerda emociones placenteras. De hecho, preguntado sobre qué le aporta su colección de Playmobil, Sanagustín lo tiene claro. “Es un retroceso a mi niñez y una forma de vínculo con mi familia y muchos amigos que comparten esta pasión”, asegura. “Ya no compro como antes porque las colecciones hay que guardarlas y empiezo a tener problemas de espacio”, lamenta Sanagustín. Pero insiste: “aunque hay quien me llama friki, coleccionar me hace feliz”.