0 opiniones
La certificación B Corp: ¿sello de sostenibilidad o patraña verde?
Algunas empresas mejoran su reputación gracias a certificaciones de sostenibilidad pagadas, pero los datos de impacto medioambiental no son públicos
A fuerza de repetir insistentemente determinadas palabras, su significado puede vaciarse o incluso pervertirse. Lo han denunciado escritores como George Orwell o Victor Klemperer. Las palabras no son hierbajos, no pueden brotar en cualquier lado. Ensanchar su radio de acción puede degradarlas. Hay algunos ejemplos típicos, como amor o libertad. Hoy también ocurre con el término sostenibilidad. En la actualidad muchas empresas están bajo la lupa por intentar lavar su imagen a través de acciones en teoría sostenibles pero que no provocan cambios reales.
En el ámbito empresarial, la sostenibilidad ha pasado de ser desdeñada a convertirse en un factor de competitividad. Al calor de esta revalorización han nacido varias certificaciones que atestiguan el buen hacer de determinadas compañías. Como el First Certificate de Cambridge para el inglés o la denominación de origen de los vinos y de otros productos alimentarios, pero con empresas y el medio ambiente. Entre estos sellos, sobresale B Corp, un título que pueden obtener las firmas comprometidas con unos estándares de sostenibilidad tras someterse a un proceso de evaluación y a un examen. Así (y sobre el papel), las B Corp son el vehículo que ayuda a las empresas a transitar por un camino más justo.
Compromiso con fecha de caducidad
Para que una entidad sea reconocida con el sello B Corp debe cumplir unos requisitos a priori exigentes. Según se afirma en la web de la organización evaluadora, los responsables de la certificación verifican a la empresa candidata “en todas sus áreas de gestión e impacto: gobernanza, trabajadores, comunidades, medioambiente y clientes”. Es decir, que el examen es exhaustivo e interdisciplinar. La certificación B Corp caduca pasados tres años, momento en que las empresas se someten a una evaluación para ver si pueden renovarla. Actualmente, hay 4.075 compañías de 47 países que poseen esta distinción.
Entre las que operan en España hay de todo, desde una pequeña editorial de cuentos infantiles hasta consultoras medianas pasando por firmas de moda como Ecoalf, empresas de alimentación como Heura, compañías “comprometidas” como Holaluz (que ha sido multada por no mostrar los impuestos en sus tarifas), una gestora de fondos de inversión o una constructora ‘“responsable”.
Una zona de grises
Celia Ojeda, Doctora en biología por la Universidad de Alicante y portavoz de Greenpeace, explica a Consumidor Global que las certificaciones pueden ser positivas, pero sólo con ellas no basta. “Este tipo de sellos son un mundo, y están en boga porque las empresas entienden que tienen que hacer algo para dar respuesta a la preocupación social”. Por su parte, Ana Jiménez Zarco, profesora de Economía y Empresa en la Universitat Oberta de Catalunya (UOC) y experta en emprendimiento, imagen e identidad de marca, señala que en la actualidad algunas entidades han encajado sólidamente la sostenibilidad en su cultura empresarial y otras la utilizan como un reclamo.
Así, según la portavoz de Greenpeace, existe una inmensa zona de grises entre el modus operandi de las grandes empresas del Ibex y el de las corporaciones más sociales o cooperativas. “Consideramos que está bien que haya certificaciones, pero eso no debería significar que las empresas que las consigan tengan vía libre para seguir sobreproduciendo”, alerta. La lógica es un tanto ingenua: confiar al mercado, que es el que ha generado la crisis ecológica con su inclemente búsqueda de beneficios, la responsabilidad de resolverla. De este modo, las B Corp tienen un aire de juez o de árbitro, un poder absolutorio, un “podéis consumir en paz” que no cuestiona las raíces profundas del modelo.
Pagos y sanciones
Hay un precio, como en todas las certificaciones: las empresas pagan anualmente desde 1.000 euros por obtener el sello B Corp, una tarifa que varía en función del volumen de negocio de cada una. “Hay empresas que no son capaces de conseguir la certificación simplemente porque no pueden pagar esa cantidad, a pesar de que quizá sean realmente sostenibles”, señala la portavoz de Greenpeace. Así, existe el riesgo de que las certificaciones se convierten en una marca de distinción. En una medalla en el pecho, pero no de metal, sino de hojas de aguacate y cartón pintado.
Aún más, la doctora en biología desliza que las certificaciones pueden ser una trampa. Entre las que poseen la B Corp también está Capsa Food, cuyo buque insignia es Central Lechera Asturiana. Capsa fue multada con 21 millones de euros por conducta ilícita en 2019. Así, parece difícil sostener que todas las marcas con este certificado “cumplen con los más altos estándares de desempeño social y ambiental, transparencia pública y responsabilidad legal”.
“Si lo sostenible es sólo para una clase social, no funcionará”
Lo ideal, según Celia Ojeda, sería atacar el consumismo y la sobreproducción. Garantizar, por ejemplo, que no se destruyan los excedentes. Además, la portavoz de Greenpeace afirma que las certificaciones pueden confundir al consumidor. La clave para orientar al cliente, dice, está en el etiquetado. “Que no nos engañen con la procedencia. No es lo mismo ‘envasado en Almería’ que ‘fabricado en Almería”. Una empresa que ejemplifica bien este enredo es Patagonia, una B Corp estadounidense de ropa deportiva que está en el podio de las que más se han esforzado por conseguir un estatus verde. En 2001 fundaron, junto a otras entidades, la Asociación para el Trabajo Justo, y desde entonces se han adherido a muchos otros compromisos. Sin embargo, la fábrica de Patagonia más cercana a España está en Eslovenia. La firma tiene alianzas con muchos productores y proveedores a nivel internacional: todas sus fábricas y talleres textiles suman 64. La mayoría están en Asia. Manufacturar y transportar esa ropa a todos los países donde se comercializa tiene un coste ambiental considerable.
El caso de la ropa es uno de los más espinosos. No sólo porque la industria textil es una de las más contaminantes, sino porque vestir prendas fabricadas de modo responsable ha pasado de ser algo marcado por la preocupación ecosocial, casi indie y relativamente accesible, a alcanzar cotas de sofisticación. “Se ha puesto un poco de moda”, reconoce Jiménez Zarco. “Evidentemente, producir de manera sostenible tiene unos costes que luego repercuten en el cliente, pero la ropa de cierta calidad puede ser cara, no nos vamos a engañar”. Y de la sofisticación a la exclusividad chic hay un paso. Ojeda señala que “si lo sostenible es sólo para una clase social, no funcionará”.
¿Quién certifica a los certificadores?
Las B Corps no hacen públicos los datos relativos al impacto ambiental de cada empresa asociada, por lo que hay una cierta opacidad. “Si la empresa no tiene un compromiso real, a la larga siempre tendrá algún problema a nivel interno o externo”, advierte la profesora de la UOC. Además, matiza que las certificaciones privadas pueden ser muy respetadas en determinadas áreas. “Al final, lo que el cliente valora es la promesa de valor a largo plazo”, sintetiza.
Por su parte, Ojeda afirma que el Estado podría hacer mucho más por la sostenibilidad fomentando, por ejemplo, que el pequeño producto llegase a todos los lugares o realizando campañas de concienciación. Mientras tanto, la responsabilidad de consumir de manera sostenible sigue recayendo en el cliente. Aunque a veces no pueda. Aunque cada vez haya menos tiempo.
Desbloquear para comentar