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La camiseta de tu grupo favorito puede salirte más cara en Razzmatazz por esta comisión
La sala barcelonesa cobra hasta un 20 % de los ingresos por esta vía para que sus empleados sean los que vendan y el dinero se declare, mientras artistas y fans lo ven como un abuso
Suele estar junto a la entrada, lejos del escenario, pero bien visible para los fans. A veces es un stand más discreto, otras, se convierte en una auténtica oda al postureo y al consumismo de productos tan variados como chapas, camisetas, tazas, discos, pósters y, por qué no, frisbees y todo material en el que se pueda plasmar un logo. Los puestos de merchandising en las salas de conciertos son un elemento más en los eventos y, aunque lo habitual es que el 100% de los beneficios de estas ventas vayan a parar al artista, la sala Razzmatazz de Barcelona se lleva hasta un 20 % de comisión por cada venta.
Esto se traduce en precios más caros en los artículos al tener que compartir caja con el propietario o que incluso se opte por la decisión más radical y no vender ningún producto durante el concierto. Esto fue lo que hizo la banda británica Mudhoney en su paso por la Ciudad Condal el pasado mes de septiembre. “Queremos anunciaros que no venderemos merchandising en nuestro concierto de Barcelona porque la sala insiste en cobrarnos altas comisiones. No vamos a cobrar de más a nuestros fans ni a perder dinero por vender”, publicó el grupo en su cuenta de Facebook.
Comisiones del 10 % al 20 %
El porcentaje de comisiones que aplica Razzmatazz a los artistas por la venta de sus artículos depende del tipo de sala alquilada, de si el grupo es nacional o internacional y de la cantidad de productos a vender. Así pues, para conjuntos extranjeros se cobra un 20 % de las ganancias en la Sala 1, un 15 % en la 2 y un 10 % cuando esta tiene un aforo reducido de 400 personas. En el caso de grupos nacionales, este porcentaje se reduce a un 15 % en la sala principal y un 10 % en la secundaria.
Fans y artistas creen que se trata de “un abuso” por parte de los propietarios de los locales. Luis Paúl es melómano y frecuenta las salas, además de formar parte de un grupo musical. “Yo suelo ir a conciertos y comprar merchandising, pero en salas de pequeño aforo, donde no se cobran estas comisiones. No sé si las bandas subirán los precios de sus productos, yo no lo haría por respeto a los fans, pero dependerá de cada cual”, cuenta a Consumidor Global.
La sala gestiona la venta
Lluís Torrents, gerente de la sala Razzmatazz, explica a este medio que el motivo de la aplicación de esta política es “garantizar que la venta que se efectúa dentro de nuestras instalaciones se haga cumpliendo la legislación laboral y fiscal”. Además, la sala pone a parte de su personal para encargarse de la venta. “Nuestra actividad está sujeta a muchas inspecciones tanto fiscales como laborales y no nos podemos permitir correr riesgos de que haya gente que no esté debidamente asegurada”, añade Torrents.
Sobre el procedimiento, el responsable de la antigua Zeleste explica que la sala recibe el producto a vender unos días antes, se hace un inventario y el espacio se hace cargo de todo el proceso. Al final del concierto se vuelve a contar el material y sobre la mercancía vendida se aplica la comisión. “En caso de algún tipo de descuadre, la sala lo asume en su totalidad”, subraya el responsable del espacio. Sobre la música grabada en CD o vinilo, Razzmatazz asegura que no cobra ningún porcentaje a los grupos por su venta.
Una práctica poco habitual
“Para nosotros es un servicio que damos a las bandas y que muchas veces es deficitario porque se vende poco. El impacto que tiene en nuestra facturación es muy pequeño, ya que no supone ni un 0,5 % de nuestros ingresos, así que es solo un servicio para garantizar que las cosas se hacen de forma correcta”, remarca el gerente de la sala.
Lo cierto es que muy pocas salas aplican la misma política que Razzmatazz con el merchandising de los artistas. Naiara Lasa, directora de la Oficina Artística de la también barcelonesa sala Apolo, cuenta a Consumidor Global que en su caso “no cobramos nada porque creemos que es un producto propio del artista y es una ayuda extra para ellos”. En esos conciertos, el personal de venta lo suele traer el artista o el promotor del evento. En la misma línea coincide el fundador de La Trinchera en Málaga, José María Ochoa. “Aunque es lícito, es otra forma de sacar dinero y a mí me parece feo, por eso no lo hacemos”, señala el empresario.
“Machacar al artista y al fan”
Laura M. trabajadora de otra sala de conciertos, la REM de Murcia, opina que en este sector “cada uno puede hacer lo que quiera con su sala, pero no nos parece bien”, y añade que “quizás en un festival está justificado porque son muchos días, pero en un concierto aislado no”. Esta trabajadora indica que algunas veces los artistas tienen “algún detalle o propina” con la persona que se ocupa de vender los artículos si ellos no traen a nadie para encargarse de la venta.
Para Jordi Oliva, experto en industria musical y profesor en la UOC, recurrir a estas prácticas supone “machacar al artista y al fan” y cree que es muy probable que se pueda generalizar y extender a otras salas, aunque por el momento sólo lo aplican grandes espacios como Razzmatazz. Por su parte, el músico Luis Paúl espera que termine en un “experimento fallido y que promotores de salas más pequeñas con pocos escrúpulos no intenten implementarlo”.
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