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Apagón nacional: en pocos meses ya no podrás llamar desde una cabina telefónica
Ya no son un servicio público esencial y el Gobierno eliminará la obligación de mantenerlas en 2022, al igual que las guías de teléfonos
La comunicación es imposible. No hay señal. Aquí, en este refugio del pasado que fuera testigo impasible de palabras de amor desesperado y de conversaciones en clave contra la dictadura, aquí, en esta cabina modelo Garza que sirviera de escenario al irrepetible José Luis López Vázquez para ganar un Fotogramas de Plata en 1973, ahora reina el silencio. Es un silencio que a nadie incomoda. Han dejado de ser esenciales para la sociedad. “Cuando los teléfonos tenían correas, los hombres eran libres”, se puede leer en la pared grafiteada de una cabina de la plaza Lesseps de Barcelona, entre anuncios de profesores de alemán y de plazas de parking para coches medianos en venta.
La verdad es que han envejecido mal y hace años que ya nadie las mira. De las 100.000 cabinas que había en el año 2000 en España, todavía permanecen en pie 14.824. Muchas no funcionan, y las que sí permiten llamar, enviar un fax o un SMS --el último intento por adaptarse a los nuevos tiempos-- acumulan una media de 0,17 llamadas al día, según datos de Telefónica. En 2019, un real decreto prorrogó su agonía dos años más, pero ahora el Gobierno ha anunciado que eliminará la obligación de mantenerlas como servicio público en municipios de más de 1.000 habitantes, por lo que desaparecerán de nuestras calles y plazas en 2022.
El último refugio
A veces, se da por supuesto que todo el mundo tiene acceso a teléfonos móviles, pero eso, desgraciadamente, “no es así”, apunta Ferran Lalueza, profesor de Comunicación de la UOC, quien explica que hay gente de cierta edad que no ha entrado en las nuevas tecnologías.
“Han sido el último refugio de ciertas personas que no tenían otros medios de llamar. Pero es innegable que su uso es residual, que su mantenimiento es una ruina, que son objeto de vandalismo, y que no son como las cabinas inglesas, que las exponen y subastan”, expone a Consumidor Global José María Perceval, profesor de Historia de la Comunicación de la UAB. “Son el elemento más importante de comunicación del siglo XX y sí se les puede dar una segunda vida”, apunta Jaume Gilabert i Torruella, alcalde de Montgai (Lleida), sobre las cabinas con puertas y techo (Garza).
Bibliocabinas
Las primeras cabinas fueron instaladas en 1928 en Madrid, por lo que no cumplirán el siglo de vida por poco tiempo. Sin embargo, algunas sí alcanzarán los 100 años gracias a las iniciativas de algunos consistorios y centros cívicos. “Telefónica nos comunicó que si queríamos mantener el servicio de cabina teníamos que pagar una cantidad anual. Les dijimos que no nos interesaba, pero les pedimos que nos dejasen la cabina porque es un bien patrimonial del pueblo. Quitaron el teléfono y nosotros nos quedamos el chasis”, explica Gilabert, que junto al centro cultural Lo carreró invirtió 600 euros en la restauración de una cabina modelo Garza que ahora es un punto de intercambio de libros en la plaza del pueblo. “Te acercas, eliges un libro y dejas otro”, explica el alcalde sobre esta bibliocabina que cuenta con varias estanterías (las inferiores con cuentos para niños) y siempre tiene las puertas abiertas. “Muchas poblaciones rurales, que no tienen biblioteca o está en desuso, podrían hacer lo mismo y poner la cultura a pie de calle”, añade el político.
Por el momento, el barrio de Sant Genís dels Agudells de Barcelona, donde se encontraba la última cabina con puertas y techo de la ciudad (fue retirada a principios de 2021), planea hacer lo mismo e instalar un punto de intercambio de libros en la plaza Meguidó. “Nosotros la dinamizaremos, pero hay que estudiarlo bien para que no la vandalicen”, apunta Meritxell Rodríguez, la directora del Centro Cívico Casa Groga, que no se atreve a adelantar una fecha de inauguración.
Tótems electrónicos
En Logroño, por ejemplo, tras conocer la noticia de la desaparición de las cabinas telefónicas, han anunciado que sustituirán ocho quioscos de prensa y veinte cabinas por tótems electrónicos, que serán soportes publicitarios digitales para dar visibilidad y un nuevo impulso al comercio minorista de la ciudad.
El objetivo de esta iniciativa “es proporcionar una nueva plataforma publicitaria al comercio local y dar una nueva utilidad a elementos de mobiliario urbano que actualmente están en desuso o en mal estado”, explica la concejala de Comercio logroñesa Esmeralda Campos. Al mismo tiempo, en Andalucía se han llevado a cabo proyectos piloto reconvirtiendo las cabinas en puntos de recarga y de información turística, “pero todavía no sabemos el recorrido y alcance que tendrán”, aseguran a Consumidor Global desde Telefónica.
Llamadas perdidas
“Cada vez llamamos menos. Sobre todo, los jóvenes. Al tener más opciones para comunicarnos, también los adultos hacemos menos llamadas. WhatsApp, las notas de voz y otras formas de comunicación instantánea reducen las opciones de tener que llamar a alguien”, expone Lalueza.
La telefonía continúa y está en expansión, “pero el fijo muere”, apunta Perceval, quien recuerda que antes hablabas desde la cabina de la plaza y siempre estaban las típicas personas que ponían la oreja y escuchaban tu conversación. “Ahora te espían por otros lados”, añade este especialista.
“Pronto llegaremos a Matrix”
La evolución de la comunicación ha producido “un fenómeno contradictorio de dependencia, aislamiento y control exhaustivo al mismo tiempo”, advierte Perceval.
“Nos hemos convertido en proletarios de las redes. Trabajamos para ellas. Pronto llegaremos a Matrix”, sentencia este experto en referencia a la tetralogía cinematográfica de ciencia ficción en la que los seres humanos son esclavizados por las máquinas.
Un final alternativo y feliz
“No hay previsto ningún plan de nuevos usos ni de almacenamiento”, aseguran desde Telefónica. Entonces, ¿qué se puede hacer con las cabinas Garza para que no desaparezcan? “Hay que ir con cuidado con la museificación. ¿Quién lo va a utilizar y quién lo va a pagar? ¿Qué sentido tiene su continuidad?”, se pregunta Perceval, que insiste en buscar un uso que interese a la población para que no acaben como “esas estaciones de tren fantasma de algunos pueblos que son el paraíso de los grafiteros y te despiertan una melancolía terrible”.
En Inglaterra, por ejemplo, más de 6.000 cabinas que prácticamente nadie usaba han sido convertidas en minibibliotecas, galerías de arte o lugares para guardar desfibriladores. El programa Adopte un quiosco permite a las organizaciones locales comprar una de las míticas cabinas por una libra y transformarla en algo útil.
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