Sobrevivir al verano es mucho más fácil con una piscina cerca, un lago o el mar. En cuanto llega el calor, estos espacios suelen abarrotarse de gente de todas las edades. Después de todo, cualquier excusa es buena para refrescarse y chapotear un rato en el agua, sobre todo para los niños, muchos de los cuales descubren los baños estivales en estos momentos. Y como en todas las reuniones sociales, es normal dejar a los más jóvenes a remojo mientras uno se encarga de los amigos, la comida o los planes de la tarde.
En este lapso de tiempo, sean cinco minutos o una hora, es cuando suceden la mayoría de accidentes en el agua. La confianza en el pequeño volumen de la piscina o en flotadores de todas las formas y colores suelen convertirse en un cebo para la seguridad de los menores. En el momento menos pensado, estos objetos no solo son inútiles contra los ahogamientos, sino que en algunos casos pueden ser los causantes.
La trampa de los flotadores convencionales
El gran problema de flotadores, churros de corcho y productos similares radica en que sus propiedades difieren del uso que le dan los adultos. En la gran mayoría de casos, la flotación es lo de menos: son juguetes. Su diseño y su función no pasan por proteger a los niños que los utilicen, sino que fomentan un empleo lúdico que a veces puede acabar en situaciones más complicadas. “Existe una sensación de seguridad que es totalmente falsa. Los flotadores se voltean y pueden dejar la cabeza del niño sumergida”, señala María Ángeles Miranda, vicepresidenta de la Asociación Nacional de Seguridad Infantil. Y parece ser que lo mismo ocurre con los manguitos, pues pueden pincharse o soltarse de los brazos, e incluso con los cinturones flotantes, al no asegurar una postura cómoda para sostenerse en el agua.
Tras hablar del resto de opciones, tampoco quedan en mejor lugar que las mencionadas. Ni las aletas de tiburón, ni las tablas para aprender a nadar o las colchonetas inflables. Sin embargo, sí que existe una alternativa que permite respirar un poco más tranquilo mientras los niños se pierden de vista en la piscina: los chalecos flotantes. Miranda advierte de que deben estar homologados, pero que en cualquier caso ofrecen una protección considerable contra los ahogamientos por menos de 50 euros. Además, dejan libres los brazos y las piernas, por lo que facilitan el movimiento en el agua.
La seguridad no es suficiente
A pesar de que estos chalecos supongan una pequeña garantía, no son una solución ante los ahogamientos. Las variables y los accidentes son tan amplios que no se puede confiar en un solo dispositivo para proteger a los más pequeños. Luis Miguel Pascual, vocal de la Asociación Española de Técnicos en Salvamento Acuático y Socorrismo, asegura que el primer factor de riesgo para estos sucesos suele ser la falta de supervisión de un adulto. Los padres o encargados de los niños son los únicos capacitados para poder rescatar a uno que se hunda en el agua. “Cuando los pequeños se empiezan a ahogar, no suelen hacer ruido: no tienen tiempo de gritar y su chapoteo suele ser débil. Según el caso, un minuto puede ser demasiado tiempo para un accidente de este tipo”, comenta el experto.
Desde la Asociación Nacional de Seguridad Infantil están intentando instaurar una figura conocida como Guardián del Agua a través de su campaña Ojo, peque al agua. Este cargo es una posición de cuidador y maestro de juegos que los adultos o familiares deberían repartirse siempre que haya niños en remojo. Miranda recuerda que los adolescentes tampoco deberían cargar con la responsabilidad de vigilar a niños pequeños, por lo que los más mayores tendrían estar siempre encima. De esta manera, no solo aumenta la seguridad en toda la zona, sino que, además, las criaturas tienen a alguien con quien jugar y atender.
Inventos españoles
En medio del debate sobre la necesidad de conseguir verdaderas protecciones frente a los juguetes convencionales, Ignacio Cuesta creó lo que se conoce como un salvavidas inteligente. Bajo el nombre de Wuanap, este aficionado a los deportes acuáticos desarrolló un collar que se activa cuando percibe movimientos o espasmos bajo el agua, lo que automáticamente conecta su mecanismo y se llena de oxígeno a gran velocidad. Así, aun cuando el portador queda inconsciente, el artilugio mantiene la boca y las fosas nasales fuera del agua.
Este equipo tan avanzado está pensado para su uso como factor de seguridad en el trabajo marítimo o para los aficionados a deportes que requieran de agua. Sin embargo, el algoritmo que detecta las situaciones de riesgo puede ser trasladado a herramientas menos especializadas. Lo que es importante es que la tecnología haya extendido sus redes también en el campo de la prevención de los ahogamientos, lo que augura diseños y equipamientos con una mejor respuesta ante los accidentes. Eso sí, no hay que confundir este collar salvavidas con los flotadores de cuello, que también entrañan riesgos.
Protección antes de entrar al agua
A pesar de todo, existen muchas formas de asegurar una vigilancia constante incluso antes de que los más pequeños lleguen siquiera a tocar el agua. La Asociación Española de Pediatría recomienda instaurar sistemas de protección como vallas o tener cubierta la piscina salvo en los momentos de uso específico. Esta norma se convirtió en legislación en Francia al promulgar la Ley Raffarin en el año 2003. Desde ese momento, las muertes por ahogamiento en menores de edad se han reducido cerca de un 70%, según la fuente consultada.
En todo caso, Pascual menciona que la seguridad pasiva puede ser tan importante como la activa. Además de varias formas de vallas y límites para acceder al agua, es importante tener la zona despejada de juguetes u objetos susceptibles de ponerse en el camino de los niños. Y aun con todo, existe la posibilidad de instalar una alarma de inmersión, la cual se activa cada vez que un cuerpo cae al agua mientras está activada. “Lo más importante es la supervisión al ser la medida más versátil para cualquier incidente no esperado”, concluye el profesional de salvamento marítimo.