Hasta 14 dónuts distintos se pueden encontrar en la tienda de brioches y croissants artesanales Lululu, ubicada en el número 2 de la Corredera Alta de San Pablo, en el barrio de Malasaña en Madrid. De todos ellos, sólo uno destaca sobre el resto, tanto en aspecto como en precio: un dónut de oro.
Se trata de un dulce recubierto de oro comestible de 22 quilates y vainilla de Madagascar. Esta lujosa masa se compra por encargo y no existe un único tipo, sino que “el cliente puede pedir que se recubra cualquiera de los sabores que tenemos”, apuntan desde la pastelería Lululu.
Un dónut recubierto de oro
Chocolate y avellana, pistacho y rosas, tres leches o mascarpone de caramelo son algunos de esos dulces que se encuentran a diario en vitrina. Todos ellos cuestan 5 euros, pero si se opta por la cobertura de oro, entonces el precio ascenderá a 29 euros.
Para su elaboración utilizan huevos, harina, levadura fresca, azúcar, sal, mantequilla, agua y leche. En primer lugar, se prepara la masa del dónut mezclando todos los ingredientes y dejándola reposar entre 24 y 48 horas. Después se deja fermentar a una temperatura graduada, se enfría y el dulce ya estaría listo para ser recubierto de este pan de oro comestible. En cuanto a la respuesta y acogida de la idea, desde Lululu aseguran que cada semana se venden cinco o seis donas de este tipo.
La digestión dorada
La del consumo de oro es una práctica de la que se ha hablado (y criticado) recientemente desde las redes sociales. La polémica foto de Sergio Ramos y Pilar Rubio en Dubái degustando un chuletón bañado en oro el pasado verano o la de Ronaldo en el mundial de Catar este diciembre han puesto en el candelero esta lujosa tendencia no al alcance de todos los bolsillos.
Hamburguesas, pasteles con coberturas de chocolate o champán son algunos de los formatos en los que se ha visto aplicado el oro comestible. Pero, ¿realmente es buena la digestión dorada? “Para nada. El oro no tiene función biológica específica, como sí ocurre con otros elementos”, explica a Consumidor Global la nutricionista Sara González.
Pagar sólo el aspecto
Aún así, está catalogado por la Unión Europea como un aditivo autorizado “E-175”. Tal y como explica la especialista, “es un metal inerte, por lo que se metaboliza y se desecha en su totalidad prácticamente en 24 horas”.
“Por muy llamativo que sea, la cobertura dorada de estos dónuts no mejora su valor nutricional de base y el sabor no cambia en absoluto, pues el sabor del oro también es neutro”, apunta González. En base a las explicaciones de la nutricionista, estaríamos ante un producto por el que sólo se paga su aspecto, ya que no varía ni en su sabor ni en su aporte nutricional.
Efectos sobre la salud
Cabe destacar que no se han hecho estudios de una ingesta masiva y prolongada de oro en el tiempo para saber a partir de cuándo puede desaparecer la inocuidad total. Sí se ha hecho con el consumo de plata, como explica la nutricionista. “Si se ingiere en cantidad y repetidas veces, se acumula en el organismo provocando la llamada argiria, con la característica coloración azul de piel y uñas, y donde en intoxicaciones más graves puede ser letal", subraya.
Para fabricar oro comestible se seleccionan pepitas de unos 22 o 24 quilates (es más maleable cuanto más puro sea). Estas se funden para hacer lingotes que, posteriormente, pasarán por máquinas y luego por unos batidores que las reducirán a finísimas láminas. Finalmente, se seleccionan y se separan las láminas de forma manual en un proceso en el que es necesario personal muy especializado.