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Descubre el químico tóxico que acaba en nuestra comida
El PFOA se usa en todo tipo de productos cotidianos y es considerada una amenaza para la salud y el medioambiente
El ácido perfluorooctanoico (PFOA) es una sustancia química artificial y potencialmente tóxica que se utiliza en todo tipo de productos de uso cotidiano desde los años 40. Sartenes antiadherentes, tejidos impermeables, alfombras, ordenadores y hasta las bolsas de las palomitas para microondas contienen este compuesto. La Agencia Española de Seguridad Alimentaria y Nutrición (Aesan) lo considera uno de los contaminantes orgánicos persistentes más importantes.
Es una amenaza tanto para la salud humana como para el medioambiente. Se acumula en el organismo y una exposición prolongada al mismo puede afectar al metabolismo, al sistema reproductor y estar detrás de la aparición de ciertas enfermedades --desde distintos tipos de cáncer hasta desórdenes neuronales y la diabetes--.
Exposición al PFOA
La Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA por sus siglas en inglés) publicó en 2020 su opinión científica sobre los riesgos para la salud que entraña la presencia de esta sustancia y otras similares en los alimentos. El informe asegura que la dieta --sobre todo el pescado y los productos cárnicos-- es la principal fuente de exposición a los PFAS, el grupo general de más de 4.700 químicos diferentes al que pertenece el PFOA. Aunque también señala otras, como la contaminación del aire o el agua.
“La presencia del PFOA hoy en día es ubicua. Si analizas la grasa de un oso polar, que habita en un medio que se supone prístino y libre de contaminantes, tiene concentraciones de PFOA. Si nos hiciesen análisis de sangre masivos, se vería que prácticamente todos tenemos PFOA o algún otro derivado, aunque en concentraciones muy bajas”, asegura a Consumidor Global Paloma Fernández Freire, investigadora del Departamento de Biología de la Universidad Autónoma de Madrid (UAM) y miembro del equipo que publicó un estudio sobre los efectos de este químico en las células.
Cataluña y Galicia, entre las más afectadas
El Centro Nacional de Sanidad Ambiental (CNSA) del Instituto de Salud Carlos III realizó en 2017 el primer estudio en España sobre la distribución geográfica de la exposición a seis tipos de PFAS --entre ellos el PFOA--. Tras analizar la concentración de estos compuestos en el suero sanguíneo de 755 adultos de entre 18 y 65 años, la investigación concluía que los residentes en Cataluña y Galicia presentaban los valores más elevados, mientras que los de Canarias tenían los más bajos. Además, el PFOA aparecía en casi todas las muestras tomadas.
“Los hombres presentaron niveles más altos que las mujeres y se confirma que la lactancia contribuye a una reducción de la carga corporal para todos los PFAS en las mujeres”, añade el estudio. La edad también es un factor importante a la hora de valorar la exposición a estos compuestos. Su carácter bioacumulable hace que cuantos más años se tengan, mayor sea la presencia en el organismo.
Una situación incontrolable
Entre las conclusiones del estudio del que ha formado parte Fernández figura que las células no recuperan su estado natural una vez que han estado expuestas a esta sustancia. A ello se añaden los cambios observados en la membrana plasmática (lo que delimita la célula), donde aparecieron burbujas. “Cualquier cosa que altere un poco la membrana plasmática puede tener una serie de efectos inesperados e impredecibles dentro de la célula”, aclara la investigadora.
Fernández subraya que la exposición a este tipo de químicos es “incontrolable” porque es fruto de la degradación de los materiales en los que se han utilizado. En ese sentido, la EFSA detalla que estos compuestos llegan a la comida a través del suelo y el agua contaminados y utilizados para cultivar los alimentos, entre otras vías.
Difícil de sustituir
Uno de los principales problemas del PFOA es que resulta complicado encontrar un sustituto en sus aplicaciones industriales. De hecho, a pesar de que en la Unión Europea (UE) está prohibida su fabricación y comercialización desde el 4 de julio de 2020, existen excepciones, como las espumas ignífugas e, incluso, algunos productos sanitarios implantables. Sobre ello, Fernández opina que la fuerza de los lobbies de la industria química y lo acostumbrada que está la sociedad a utilizar este tipo de compuestos evita que se prohíban todos los usos del PFOA.
Asimismo, esta experta considera que la generación de nuevas sustancias químicas por parte de la industria sobrepasa la capacidad para hacer los estudios toxicológicos a los que realmente deberían someterse cuando estos salen al mercado. Por ello, Fernández, lamenta que los análisis que se realizan solo solventan la parte normativa, pero tienen limitaciones a la hora de determinar si estos nuevos compuestos son seguros o no, sobre todo en exposiciones prolongadas y en combinación con otros contaminantes.
Multas millonarias
En 2017, la compañía química estadounidense DuPont tuvo que pagar una histórica multa de 670 millones de dólares (unos 570 millones de euros) para compensar a las 3.500 personas que contrajeron diferentes tipos de enfermedades en Parkersburg, un pueblo del estado de Virginia Occidental, debido a la contaminación del agua al contener PFOA. La empresa utilizaba este compuesto en la fabricación del teflón, uno de los materiales más empleados para las sartenes antiadherentes. De hecho, tras este polémico caso, ahora es habitual ver en el etiquetado de estos utensilios domésticos el reclamo “libre de PFOA”.
A pesar de estar prohibida su comercialización en la UE, todavía hoy en día siguen en circulación multitud de productos fabricados con PFOA. “La entrada en vigor de estas restricciones ha hecho necesario el control en las importaciones, pues se debe garantizar la igualdad de oportunidades en el mercado”, añade la Federación Empresarial de la Industria Química Española (Feique).
Evitar los procesados
La investigadora Fernández cree que una de las opciones para minimizar la exposición al PFOA --si bien es complicado debido a su omnipresencia-- es apostar por comida que haya tenido una producción lo más orgánica y sostenible posible. Cuanto menos procesados estén los alimentos, menos expuestos estarán a esta sustancia.
“Es difícil para los ciudadanos evitar totalmente la exposición a los PFAS. Usar productos de cuidado personal y materiales de cocina libres de este químico y evitar el contacto directo con productos que lo contienen ayuda a reducir la exposición”, insiste la Agencia Europea de Medio Ambiente (EEA, en inglés). “Se puede lograr una menor exposición a PFAS utilizando productos de consumo con etiquetas ecológicas y comprando marcas libres de estos compuestos”, agrega la organización, que no arroja demasiada luz sobre cómo los consumidores pueden realmente detectar este compuesto químico en todo lo que comen.
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