En la dictadura de la imagen, la gran mayoría de consumidores compra a través de la vista. Las marcas lo saben, y en su lucha constante por diferenciarse y llamar la atención en los lineales de los supermercados ofrecen, cada vez más, productos exóticos y exclusivos de apariencia exquisita.
Por esta razón, hoy se puede encontrar prácticamente de todo en los súper, y la variedad de sabores de las patatas fritas de bolsa es casi infinita. Las pioneras jamón jamón y yorkeso poco tienen que hacer frente a las de sal rosa del Himalaya, foie, vino espumoso, trufa negra o caviar. Pero ¿en qué porcentaje están presentes estos exquisitos ingredientes? El precio varía ostensiblemente, ¿su composición también cambia o la diferencia es insignificante?
Un reclamo vacío
En la imagen del frontal aparecen tres patatas con piel y una lata de caviar de la que se extrae una generosa ración. “Selecta”, “premium” y “caviar” se puede leer en el envase de estas patatas fritas de bolsa de la marca Torres, una de las más apreciadas de España.
La sorpresa llega cuando en la etiqueta trasera se especifica que la cantidad de caviar deshidratado es tan solo del 0,18%. La base, al igual que en la gran mayoría de bolsas de patatas fritas, es patata, aceite de girasol y sal. “Y luego están esos aromas y una cantidad ínfima de caviar. La diferencia entre unas y otras es insignificante”, expone a Consumidor Global Beatriz Robles, doctora en Ciencia y tecnología de los alimentos especializada en seguridad alimentaria.
Un precio infundado
Mientras la gran mayoría de bolsas de patatas fritas de 150 gramos tienen un precio de alrededor de un euro, las patatas fritas de caviar (0,18%) de 110 gramos de la marca Torres cuestan 3,80 euros, cuatro veces más que el resto.
El coste de un producto obedece a muchas variables, no solo a las materias primas. “Lo importante es que tengas claro por qué vas a gastar más que en otro producto similar. Si lo haces, por ejemplo, para favorecer la economía local, para apoyar a una empresa que paga bien a sus empleados o, sencillamente, porque el producto te encanta, es una cosa. Si las compras solo porque has leído ‘caviar’, y resulta que tiene apenas un 0,18%, estás malgastando el dinero”, resume Laura Caorsi, especialista en alimentación y salud. En la misma línea, Robles asegura que esto pasa con todo tipo de productos saborizados con ingredientes sofisticados que al final son iguales a los de la competencia. “No, el incremento de precio no está justificado”, sentencia.
¿Por qué caemos una y otra vez?
Las imágenes de caviar, trufa y fuagrás en las bolsas de patatas seducen a muchos consumidores, aunque después la cantidad de estos ingredientes sea casi inexistente. “Caemos porque nos falta práctica en esto de leer y entender las etiquetas. Nos fiamos y no contemplamos, de primeras, que pueda haber engaños tan gruesos o mala fe”, asegura Caorsi.
Ambas expertas coinciden en que a los consumidores muchas veces les cuesta distinguir entre publicidad e información nutricional, entre otras razones, porque algunas empresas dedican tiempo y muchos recursos a diseñar sus envases y reclamos para que así sea.
Una normativa demasiado laxa
La normativa europea dice que, si un ingrediente se destaca en el etiquetado con palabras o gráficos, entonces hay que poner el porcentaje en la lista posterior. Pero esto tiene excepciones: los componentes que se utilizan con fines aromatizantes pueden no incluirse. “No hay una cantidad mínima que deba contener el producto para destacar un ingrediente. Si tiene un 0,18% de caviar ya puede destacarlo. Al mismo tiempo, si pone ‘sabor a’ tampoco es necesario que esté presente el ingrediente”, explica Robles, quien cree que la normativa se lo pone muy fácil a las empresas, lo que representa un problema para el consumidor.
“La normativa es laxa y falla, por imprecisa, permisiva o pánfila”, advierte Caorsi, quien opina que los consumidores tienen en sus manos el elegir marcas que sean honestas y castigar a aquellas que nos engañan de manera sistemática y deliberada.