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Comer insectos: una 'golosina' sana sin un futuro prometedor en España

Estos pequeños animales son una importante fuente alternativa de proteínas y grasas pese a la reticencia que todavía existe a su consumo

Mónica Timón

Un plato con varios insectos, en este caso grillos, para consumo humano / PIXABAY

El país y la cultura donde se nace moldean los prejuicios y las preferencias alimentarias de cada persona. A partir de ahí, hay quienes se sienten atraídos por la gastronomía ajena y los platos más singulares y quienes prefieren mantenerse fieles a la comida más tradicional. Entre la oferta culinaria, los insectos son uno de esos alimentos que no todo el mundo se atreve a probar y que causan todavía cierto rechazo o recelo en las culturas más occidentales, a pesar de considerarse un manjar en los países asiáticos.

Sin embargo, su presencia puede comenzar a crecer, más pronto que tarde, en el mercado europeo. En este sentido, en enero de 2021, la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA) publicó su primera evaluación completa sobre una propuesta que utiliza un insecto, en concreto, el llamado gusano de la harina, como alimento de consumo humano. ¿Es éste el pistoletazo de salida para que grillos, hormigas y larvas ganen peso en la dieta española y europea?

Alternativa a la carne

En 2013, la FAO publicó un informe que apuntaba a la introducción de insectos en la alimentación humana como posible solución al hambre en el mundo. En varias ocasiones, la OMS también ha hecho mención a este alimento por sus propiedades nutricionales. “Los insectos son una fuente proteica muy interesante desde el punto de vista cuantitativo, pero también cualitativo, pues la calidad es muy alta”, explica a Consumidor Global Diana Martin, investigadora en insectos comestibles del Instituto de Investigación en Ciencias de la Alimentación (CIAL-CSIC). De hecho, tienen un alto valor biológico y sus aminoácidos “son análogos a los que aportan otros alimentos de origen animal como la carne o los huevos”, asegura. Además de las proteínas, los insectos aportan también grasas, aunque su cantidad y calidad depende de la especie y del estado en el que se consuman. Así, en estado larvario, es decir, con apariencia de gusano, tienen un contenido de grasas más alto que los que se consumen en estado adulto, matiza Martín.

Pero no sólo eso. Los beneficios de consumir insectos van más allá de los meramente nutricionales. “Tienen efectos antioxidantes, antimicrobianos e incluso antiinflamatorios”, añade la investigadora del CIAL. Además, como resulta lógico, criar hormigas o saltamontes --animales del tamaño de un cacahuete-- no necesita de los mismos recursos que criar ovejas o vacas, por lo que su consumo tiene una ventaja adicional. “Comer insectos potencia un sistema de alimentación con menor impacto ambiental que el tradicional”, recuerda Martín.

Un riesgo muy controlado

Como cualquier alimento que se comercializa en Europa, la venta de insectos se realiza bajo el cumplimiento de una normativa muy rigurosa de seguridad e higiene, que abarca desde el proceso de cría en las granjas hasta su tratamiento y envasado final. Martín cuenta que las evaluaciones de la EFSA sirven, precisamente, para clarificar y minimizar todos los riesgos de estos nuevos alimentos y garantizar un mercado regulado y seguro.

No obstante, el riesgo cero es difícil de conseguir. “Existe la posibilidad de que algunas especies desencadenen alergias análogas a las que provocan los ácaros del polvo o el marisco en personas sensibles a estos alérgenos. Pero el riesgo estaría controlado y debe advertirse en el etiquetado para que pueda ser identificado por esas personas”, matiza. En relación a la presencia de metales pesados y de virus o bacterias, “no son muy diferentes a los que se pueden encontrar en otros alimentos y no es un riesgo que preocupe”, asegura. De hecho, y aunque a muchos no les guste asumirlo, el consumo accidental de insectos es real y se da con frecuencia, “sin que entrañe riesgos, a pesar de no estar regulado”, explica Martín.

Un complicado cambio de chip

Incluso la gastronomía española incluye ciertos alimentos que pueden resultar curiosos para otras. Los percebes, las crestas de gallo o la sangre cocida en forma de morcilla son viandas que no se consumen en otros países y que llaman la atención a quien prueba la cocina patria. Por tanto, introducir insectos en la dieta sería cuestión de cambiar la mentalidad y acostumbrarse.

Sin embargo, “ni hemos cambiado el chip ni lo cambiaremos, porque es un aspecto cultural muy profundo”, difiere Alberto Pérez, propietario de Insectum, una de las pocas tiendas de venta de insectos comestibles en España, ubicada en Valencia. Su experiencia tras años vendiendo hormigas, tarántulas, escorpiones o cucarachas para consumo humano es que pocos consumidores logran vencer la reticencia a comer estos productos, aunque cada vez entran más clientes a la tienda interesados en saber.

De un bocado, en harina o en barritas energéticas

Llevarse a la boca una tarántula o una cucaracha entera puede causar mayor impresión a los consumidores que hacerlo como parte de una receta. “Se pueden moler, convertir en polvo y hacer pasta, bizcochos, barritas energéticas o suplementos de proteínas, una manera más fácil de que entre por los ojos para su consumo”, explica Pérez.

En su tienda, se pueden adquirir todo tipo de productos, desde cervezas con proteínas de insecto, grillos bañados en chocolate o piruletas con un gusano en su interior. También hay tarántulas enteras por 15 euros la unidad, escorpiones negros por 11 euros cada uno o 14 gramos de langostas por 13 euros. Y el insecto favorito de Pérez, las hormigas culonas, se vende por 6,50 euros el envase de 10 gramos. “Son muy sabrosas y están deliciosas”, asegura.

Algunos productos a la venta en la tienda Insectum / CG

Un futuro poco prometedor 

¿Ganarán peso los insectos en la dieta española y europea? “Creo que no va a ser un alimento que sustituya por completo a ningún otro de origen animal, pero tampoco va a ser anecdótico. Formará parte de la cesta de la compra y de la gastronomía en distintas formas de consumo”, pronostica Martín. Además, a juicio de la experta, los esfuerzos a nivel europeo a favor de una alimentación más sostenible también servirán de impulso para el crecimiento de esta industria. Mientras, Pérez se muestra más reticente. “Tardará muchos años en verse como algo habitual, si es que llega a darse alguna vez”, asegura.

No obstante, ambos coinciden en el hito y el importante paso adelante que supone para esta industria la luz verde a la primera solicitud de incluir el gusano de la harina como nuevo alimento, aunque aún queden varios pasos para su introducción definitiva. “Falta mucho desarrollo de normativa y regulación para dar un verdadero impulso a su consumo”, concluye Pérez.