Hace apenas 40 años, los españoles se quedaron maravillados al conocer frutas como el kiwi o el aguacate, que en ese momento comenzaban a comercializarse en el país. El acceso a nuevas fuentes de nutrientes saludables, como ocurre en el caso de los frutos y las hortalizas, siempre es una buena noticia, aunque desde hace unos años la preocupación por el impacto que tiene el comercio internacional en el clima ha puesto en el punto de mira a muchos productos que vienen del exterior.
No hace tanto la papaya o el lichi eran novedades y ahora lo son otras frutas como la pitahaya, conocida como fruta del dragón, muy demandada por sus propiedades o la yaca, una de las frutas más grandes del mundo, típica del sudeste asiático, muy solicitada por su textura fibrosa y su sabor dulce.
La huella ecológica
Sin embargo, uno de los problemas que presenta el consumo de estos alimentos exóticos es el impacto medioambiental generado por su importación y distribución desde países lejanos. Un estudio del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) señala que la emisión de los barcos mercantes supone, de media, unos 25 gramos de CO2 por kilómetro y tonelada de carga. Así, si el peso medio de una yaca es de 25 kilos y se importa desde la India (la distancia por mar entre Bombay y Barcelona es de unos 8.500 kilómetros), cada unidad genera algo más de 5 kilos de CO2 en su trayecto hasta España. En el caso de la pitahaya, cuyo peso medio es alrededor de 300 gramos por unidad, su trayecto desde Vietnam (unos 13.300 kilómetros de navegación), deja una huella medioambiental de 100 gramos de CO2 por pieza.
“Además de esto, se debe tener en cuenta el proceso industrial que conlleva su producción y la deforestación asociada a los terrenos de cultivo, el trato nefasto hacia los trabajadores y el transporte en camión desde el puerto hasta las tiendas”, explica Andrés Muñoz, representante del área de Soberanía Alimentaria de la ONG Amigos de la Tierra, ya que muchas de estas frutas llegan primero a Alemania o los Países Bajos antes de entrar en España por carretera, lo que aumenta 20 veces la producción de dióxido de carbono.
Golpe al bolsillo y alardes nutricionales
Pero no sólo el medioambiente se ve afectado por este tipo de importaciones. El bolsillo también sufre la moda de las frutas exóticas. Los precios del jackfruit en España se sitúan entre los ocho y diez euros el kilo, mientras la gran demanda de fruta del dragón ha impulsado su coste hasta los 15 o 20 euros el kilo. “Por muchos usos o propiedades con las que se publiciten estas frutas, no tienen ningún nutriente que no podamos obtener con productos nacionales”, indica Raquel García, nutricionista en la clínica NutriSense en Huesca.
Los principales reclamos de estas frutas son su gran contenido en vitaminas y minerales. El jackfruit se publicita como una gran fuente de proteínas y fibra, mientras que los rasgos más destacados de la pitahaya son su gran contenido en vitamina A y C así como en hierro. Sin embargo, la nutricionista aragonesa García señala que en cuanto a la vitamina C y el hierro, un pimiento rojo de toda la vida tiene más y no te lo venden como superalimento.
Alimentos exóticos de proximidad
En algunos puntos de Almería y Málaga se han encontrado microclimas que imitan a la perfección el entorno natural de algunos árboles frutales. De hecho, ya existen un par de empresas asentadas en el sur de España que se dedican a plantar y comerciar con pitahayas, aunque su producción no es capaz de asumir la demanda de todo el mercado español.
Este problema no es exclusivo de las frutas orientales. España importa, también, una gran cantidad de alimentos como las piñas de Costa Rica o las naranjas de Marruecos, ya que la industria alimentaria se niega a aceptar la estacionalidad de algunas verduras y frutas. “Lo importante no es tanto el valor nutricional, sino comer de proximidad y de temporada, ya que de esta forma la fruta es más sabrosa, contiene más propiedades y sale mucho más barata para el consumidor”, concluye García.