La fresa es casi un sinónimo del color rojo, como lo es la Navidad o San Valentín: poderosa, afrodisíaca, atrayente. Sin embargo, hasta un color tan icónico puede variar. Al contrario de lo que le pasó a Papá Noel (que, según dice el mito, pasó del verde al rojo gracias a la publicidad de Coca-Cola), esta pequeña fruta se puede comprar en otro tono. Se trata de la fresa blanca, que se cultiva en España y por la gente paga más, aunque sólo sea por su estética.
Es una rareza muy apreciada en Japón, con unos matices diferentes en cuanto al sabor que hacen que se denomine pineberry (mezcla de berry, fresa, y pineapple, piña). Lennon cantó a los strawberry fields, pero quizá tampoco se imaginó que podrían ser blancos como la nieve.
Fresas blancas o “albinas” a las que les falta una proteína
Pablo Feito es uno de los responsables de Feito y Toyosa, una empresa asturiana encargada de distribuir productos hortofrutícolas, entre ellos la fresa blanca. Feito cuenta que hace cuatro años, aproximadamente, se empezó a cultivar la fresa blanca o, como la denomina él, “albina”. La primera vez que la vio fue en Huelva, en un viaje de trabajo para sondear nuevas oportunidades, y reconoce que quizá en ese momento no le dio “la importancia que tenía”. Desde entonces, ha notado que el interés por esta pequeña fruta se ha multiplicado.
“Yo la traigo porque la gente la demanda. Algunos dicen que sabe a piña, pero no sabe a piña”, opina Feito. En cuanto al color, señala que se logra por la composición química, ya que le falta una proteína. Si bien este empresario prefiere no hablar de precios, reconoce que puede ser “hasta cinco veces más cara” que la fresa tradicional.
Tiendas gourmet y clientes exclusivos
Feito la distribuye, principalmente, “a tiendas gourmet, es decir, las que tienen un cliente al que le gusta lo exclusivo”, describe. Quizá el día de mañana, considera, cuando se cultive más superficie con esta fruta, su precio se abarate.
Sobre si será una moda pasajera o algo perdurable, opina que es “una buena pregunta”, pero cree que la clave reside en si el sabor logrará enganchar a los consumidores. Porque, cuando el color ya no impresione, lo importante será lo de siempre.
Desarrollo de nuevas variedades
Estas fresas son sinónimo de éxito en las redes sociales. Se han colado en los vídeos de TikTok y también en muchos comentarios en Twitter. En esta segunda plataforma, multitud de usuarios se preguntan si es un producto real tras ver una foto. El científico Javi Burgos publicó un tuit con este alimento níveo, y la mayoría de las respuestas se cargaron de ironía: que si eran “fresas con anemia”, “con nata” o “confinadas, porque no han visto el sol”.
Entre las empresas de Huelva que la distribuyen sobresale Masiá Ciscar, una de las pioneras. En su web, esta compañía hace referencia a su programa de cultivos propios “en el que trabajamos para mejorar nuestra producción gracias al desarrollo de nuevas variedades de fresa en Huelva”. Masiá Ciscar también ha sacado pecho en Instagram, donde aplaudía que sus fresas blancas habían sido “todo un éxito”, sobre todo, por “su sabor y su color”.
Ni más sabrosas ni más saludables
Sin embargo, hay quienes opinan que estas fresas tampoco son una revolución. Mariano Bueno es experto en horticultura y agricultura ecológica. Este experimentado agricultor y divulgador cuenta que, en realidad, todas las hortalizas son “evoluciones genéticas que se han hecho durante cientos o miles de años”. Unas u otras han prevalecido, explica, por cuestiones de gusto o comerciales. Por ejemplo, Bueno reconoce que los tomates exitosos a nivel comercial son aquellos que tienen una piel dura y resistente, porque eso facilita su transporte. También menciona el curioso caso de las zanahorias: “La mayoría eran de color blanco o amarillo, hasta que en el siglo XVI un agricultor holandés consiguió una de color naranja y se la llevó a la casa real holandesa de Orange”, relata. “Les gustó mucho, y desde entonces, pareciera que el naranja es la única realidad de la zanahoria”, apostilla.
En definitiva, los colores tienen muchas razones y, como en el amor, todo es empezar. De hecho, Bueno reconoce que el sabor y el dulzor no tienen nada que ver con el color, así que vender una fresa blanca “es una cuestión de marketing”. A su juicio, “la gente que pague más por esas fresas lo hará porque son una peculiaridad, no son ni más saludables ni más sabrosas”, argumenta. Tal y como explica, “los agricultores intentan comercializar sus productos, pero las fresas, cuanto más pequeñas y más rojas, más sabrosas”.
“El consumidor pica porque es apetecible”
En este medio las hemos probado para poder opinar con cierto criterio. En concreto, las de Golden Gourmet, un establecimiento madrileño en la exclusiva calle Serrano. Aquí, el kilogramo de fresas blancas cuesta 12 euros, frente a los 8 que cuestan las rojas. A nuestro juicio, el sabor no es extraordinario, y sí tienen un punto a piña apreciable. ¿Es eso bueno o es malo? Se trata, en definitiva, de una fruta que recuerda a otros gustos en el paladar, pero que entra por los ojos.
Desde Goulden Gourmet, Daniel Pacheco explica que se trata de un cruce entre la fresa blanca que venía de Holanda y el fresón español. La traen desde invernaderos de Huelva, y su precio oscila entre los 10 y los 15 euros el kilogramo. “Es un producto que para mucha gente está por descubrir. Llama la atención y el consumidor pica, es estéticamente apetecible”, reconoce. De momento, dan en el blanco.