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Los alimentos caducados que sí pueden consumirse sin problemas para la salud
La fecha de caducidad de los productos frescos debe ser respetada para evitar riesgos, pero la de otros alimentos no perecederos ofrece un poco más de margen
El desperdicio alimentario supone un grave problema a nivel mundial. La FAO estima que uno de cada tres alimentos que se producen acaba en la basura, muchos de los cuales son perfectamente aptos. De hecho, confundir la fecha de consumo preferente y la de caducidad es algo habitual entre los consumidores. Un estudio de la Asociación de fabricantes y distribuidores (Aecoc) sobre los hábitos en los hogares señala que un 43 % de los españoles considera que un alimento es seguro aunque esté caducado y el 73 % los consume aún pasada la fecha de caducidad.
Estas fechas estimadas por los fabricantes orientan a los consumidores para saber hasta cuándo pueden tomar un alimento sin que su estado tenga consecuencias negativas en la salud. Pero, como complemento a lo marcado en el envase, usar los sentidos es también clave para saber si podemos alargar la vida de ese alimento o si, por el contrario, debemos desecharlo.
Más allá de una fecha
La fecha de caducidad del envase indica que, a partir de entonces, el alimento puede sufrir cambios en su seguridad o en sus características organolépticas, es decir, en su sabor, olor, textura o color. “Se debe acatar porque se aplica a alimentos que, por su alto contenido en agua, proteínas, vitaminas, minerales o grasas es más fácil que se estropeen o que su estructura se vea alterada”, explica a Consumidor Global Anna Costa, nutricionista y portavoz del Colegio Oficial de Dietistas-Nutricionistas de Cataluña. Es relevante, sobre todo, en productos frescos, que necesitan una temperatura de mantenimiento o que son más perecederos, como la carne o el pescado, en los que una alteración “puede conllevar un riesgo para nuestra salud y, a partir de la fecha señalada, es más probable que eso ocurra”, matiza Costa.
Sin embargo, las características nutricionales de otros alimentos “hacen que sea más complicado que se multipliquen microorganismos, lo que garantiza que su vida útil sea más larga y que tomarlos más allá de la fecha indicada no entrañe riesgos”, agrega esta experta. Es el caso de la bollería, las legumbres secas, las latas y las conservas.
Usar el sentido común
Decidir si comer estos productos aún cuando su fecha de consumo recomendada ha expirado puede ser difícil para los consumidores. Pero, en este caso, los sentidos juegan un papel esencial. Hay que observar si algunas de las características sensoriales, como el olor o el color, se han visto alteradas o incluso probarlo en una pequeña cantidad para comprobar si su sabor ha variado. “Si visualmente apreciamos cambios como moho o podredumbre es mejor desecharlo. Si hay cambios menos visibles, como un bollo más duro de lo que debería, dependerá del gusto del consumidor si quiere comerlo o no”, afirma la nutricionista Costa.
El yogur es uno de los ejemplos más comunes. En 2017, el Ministerio decidió cambiar la fecha de caducidad de este alimento, que era de 28 días desde su fabricación, por una fecha de consumo preferente como medida para combatir el desperdicio de comida. Sin fecha de caducidad, es decisión del consumidor si lo toma más allá de las recomendaciones del fabricante. “Siempre que al abrirlo siga teniendo aspecto de yogur, es decir, mismo color, textura y olor, podría comerse sin problemas para la salud”, asegura Ana Bellón, nutricionista del Centro Médico Bellón de Madrid.
Otros productos con margen
Asimismo, la leche es otro de los productos comunes que disfruta de cierto margen. “Si el brick está abierto, deberemos consumirlo en unos pocos días. Pero, si está cerrado y se ha pasado la fecha, hay que mirar su aspecto. Es fácil saber si la leche está mala porque se agria, huele y sabe mal”, explica Bellón.
Por el contrario, puede darse el caso de que, productos con un consumo preferente muy amplio, como las latas en conserva, deban desecharse antes de la fecha correcta si se observa que la lata está abollada o abombada. O si un huevo huele mal o tiene aspecto deshidratado, a pesar de consumirse dentro de los 28 días que estipula la normativa, también debería tirarse a la basura.
Alimentos ‘inmortales’
Mientras, las frutas y verduras a granel, que conservan su piel o cáscara, no tienen fecha de caducidad ni de consumo preferente porque las bacterias afectan a la piel. “Mantienen su esterilidad por dentro y la piel se desecha o se limpia si se va a comer”, explica Costa. Ocurre lo contrario con las que se compran envasadas, como una lechuga en una bandeja de plástico o una piña troceada, que “tienen fecha de caducidad porque ha habido una manipulación del alimento y una modificación de su atmósfera y han podido entrar bacterias”, matiza la nutricionista.
Además, existe una serie de alimentos casi inmortales, que no caducan por mucho que se olvide el bote abierto al fondo del último estante de la cocina. Se trata de la sal, el azúcar –ambos, además, conservantes naturales--, la miel y las legumbres secas. Éstas últimas “no caducan, aunque cuanto más viejas sean, peor sabrán y se cocerán”, concluye Bellón.
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