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Cómo han cambiado los electrodomésticos: menos resistencia, peores piezas, pero precios inamovibles
Las neveras, los lavavajillas y las lavadoras de hace unas décadas podían aguantar perfectamente 20 años sin averías, mientras que las actuales no pasan cinco años sin sufrir algún problema, una tendencia que aumenta el gasto familiar de forma exponencial
Pocas situaciones dan tanta rabia como el momento en el que un electrodoméstico deja de funcionar. Para bien y para mal, estos aparatos se han convertido en una parte sustancial de nuestra vida. ¿Cuántos días podría aguantar una familia sin un frigorífico o sin aire acondicionado en plena ola de calor? Por eso, mucha gente ahorra durante meses para invertir en un buen equipo que asegure una mínima calidad y una buena resistencia durante el paso de los años. Hace apenas dos décadas, la mayoría de adquisiciones se convertían en compras para toda la vida, con neveras trabajando sin descanso durante 20 años o lavadoras heredadas de padres a hijos.
Sin embargo, en la actualidad, esta longevidad mecánica ha desaparecido de forma progresiva. Al mismo tiempo que la oferta de electrodomésticos se multiplica y comienza a conectarse con el internet de las cosas, su tiempo en casa se reduce drásticamente, ya que cada vez son más frecuentes las averías y los fallos en su funcionamiento. Pero, además, estos problemas son cada vez más difíciles de solucionar por expertos, lo que suele obligar a adquirir un nuevo aparato, con su consiguiente gasto y huella ecológica.
Obsolescencia en casa
La pérdida de resistencia en electrodomésticos es un hecho contrastable, aunque se ha producido de manera gradual. “Una nevera debería durar 25 o 30 años y hoy por hoy con tres o cinco ya tienen problemas, lo mismo ocurre con las lavadoras, en menos de cuatro años muchas ya arrastran problemas impensables hace una generación”, explica Javier Rodríguez, técnico especializado en electrodomésticos en los Servicios Rapid Técnic. Este profesional está convencido de que estos contratiempos están premeditados por los fabricantes.
Algunas estrategias que Rodríguez se ha encontrado en su trabajo han sido, por ejemplo, la de una calidad cada vez más baja en algunos componentes fundamentales para el funcionamiento. De esta manera, el beneficio de la empresa lo es por partida doble: reducen gastos en materiales y, al mismo tiempo, hace que los usuarios compren más electrodomésticos. Esto se aprecia en piezas concretas como el desagüe de las neveras o la goma de la escotilla de las lavadoras. “En muchos casos, me encuentro con partes remachadas que hasta hace unos años no lo estaban. Lo único que se consigue es que esas partes no se puedan cambiar por otras”, señala el técnico.
La llegada de las placas electrónicas
Otro de los grandes problemas de los aparatos modernos es la introducción de sistemas electrónicos que amplifican sus funciones o permiten optimizar sus tareas. Pero, claro, esto también tiene un lado negativo que afecta de lleno a su funcionamiento a largo plazo. “Una gran parte de las averías que atendemos vienen de la placa electrónica, un pequeño dispositivo que organiza los microchips que gestionan el trabajo de los electrodomésticos”, cuentan Andrés y Pau Orenga, padre e hijo encargados de su compañía homónima de reparación de equipos en Castellón. Estos expertos en los entresijos de los aparatos aseguran que a medida que se ha reducido el tamaño de los transistores se ha complicado su reparación. Hace unos años podían arreglar el 80% de los problemas electrónicos; hoy dicen que es casi imposible.
“Se rompe un transistor de plástico y cobre que vale 16 céntimos y ya tienes que tirar todo el equipo y comprar uno nuevo”, explican los técnicos. Según han visto al diseccionar los electrodomésticos rotos, en demasiadas ocasiones faltan protecciones de esta placa. Y claro, además del coste integral de comprar un nuevo aparato, la cantidad de residuos no deja de aumentar. La familia Orenga comenta como cada vez tienen que llenar más contenedores con equipos o restos de los mismos cada semana.
El futuro de los reparadores
Esta tendencia de usar y tirar pone en un aprieto a los profesionales especializados en reparaciones o sustituciones de electrodomésticos. Con un IVA del 21% y unos recambios proporcionados por empresas cada vez más deslocalizadas de Europa, los tiempos y los costes que exigen una reparación son el último clavo en el ataúd para la opción de mantener un aparato eléctrico en casa. “Antes se podían hacer pequeños presupuestos y alargar la vida útil de neveras o lavavajillas, ahora prácticamente solo nos encargamos del diagnóstico. La compra de otro aparato se ha convertido en la norma”, explica Javier Rodríguez.
En lo que respecta a la empresa familiar de los Orenga, culpabilizan a las grandes marcas de aprovecharse de los consumidores sin tener en cuenta el costo económico y medioambiental que tiene este sistema. Grandes compañías como Balay, que dividen sus piezas entre China, Marruecos o Turquía para abaratar costes y dificultar el acceso a recambios rápidos no hacen más que establecer como canónico un servicio que busca la renovación de equipos necesarios para el día a día de muchas familias.
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