Toca ajustarse el cinturón. No solo por la inflación, sino también por la falta de energía. Y todo apunta a que la situación va para largo.
Hace unos días, el Congreso ratificó las medidas de ahorro energético que el Gobierno aprobó a principios de agosto, siguiendo las directrices europeas. En las últimas semanas, los ciudadanos, los consumidores, las hemos sufrido en nuestras propias carnes, en plena ola de calor. La temperatura del aire acondicionado en bares, restaurantes, comercios y edificios públicos se ha limitado a 25 grados. Y en las oficinas, a 27. Además, se ha recortado el horario de la iluminación de los escaparates.
División de opiniones
El debate está abierto. Muchos consumidores se han adaptado con facilidad al nuevo escenario. Otros, en cambio, lo consideran un inaceptable paso atrás en el bienestar que tantos años –siglos– ha costado conseguir y extender a casi todo el mundo.
Sea como fuere, las restricciones van camino de perpetuarse. Y, aún en plena canícula, ya se advierte de que el invierno será duro. La nueva normativa prevé que las calefacciones en las zonas públicas no podrán superar los 19 grados.
Alternativas
Preparen los abrigos. Hay que ahorrar energía, nos dicen. Pero algunos consumidores ya se empiezan a preguntar si, además de ahorrar, no se debería pensar en cómo generar más energía sin contaminar el planeta con CO2.
Quizás, además de adoptar medidas de eficiencia energética, debería acelerarse e intensificarse la producción de energías renovables… y también de energías verdes, entre las que la Unión Europea incluye la nuclear. Seguro que muchos consumidores lo agradecerían.