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Este refugio antiaéreo de la Guerra Civil se esconde en un parking y acaba de abrir al público
Fue construido por los vecinos, entre 1937 y 1939, en la plaza de la Revolución de Barcelona, y ha permanecido abandonado hasta ahora
En la superficie, la vida transcurre con normalidad. Es un día de finales de septiembre, la temperatura es agradable y suena ese batiburrillo de sábado por la mañana. El sol se filtra a través de las hojas de los árboles y calienta las losetas de la plaza, que se abren por la entrada grafiteada de un parking. Un metro. Dos. Tres, cuatro, cinco. Doce metros bajo tierra, en la planta -4B, hay decenas de coches aparcados y una palabra y un número escritos en el suelo: “Refugi 267”. Si uno recorre las líneas rojas, que representan las estrechas galerías, llega hasta la puerta de este refugio antiaéreo de la Guerra Civil de la plaza de la Revolución de Gràcia, en Barcelona, que acaba de abrir sus puertas al público tras más de ochenta años abandonado.
En el subsuelo, la vida se paró un día de mediados de marzo de 1939, cuando la contienda llegaba a su fin. Aquí abajo, reinan la humedad y el silencio, pero todavía se perciben las reminiscencias de los bombardeos de la aviación italiana -dirigida por Benito Mussolini, aliado del bando sublevado-, y de las muertes y el sufrimiento que causaron entre la población civil.
Los bombardeos
“Fui sola a hacer unas compras, oí las sirenas de alarma, algo que aún no había oído antes, las piernas se me pusieron a temblar. Me quise calmar, no hacer caso, pero, de sopetón, oí un ruido de aviones sobre mi cabeza y unas explosiones no muy lejanas. Y ahí me tenéis, corriendo hacia el metro y escondiéndome en la estación como tanta otra gente”. Este es el testimonio de Amàlia Cruzate, vecina de Gràcia, en su libro de memorias Les meves Amàlies.
Ante el peligro inminente, los vecinos, con la ayuda del Ayuntamiento de Barcelona, que creó el Servicio de Defensa Pasiva Antiaérea, se organizaron para construir una extensa red de refugios -solo en Gràcia llegaron a haber más de 90-.
La construcción
Entre febrero y marzo del 37, se produjeron los primeros bombardeos de los aviones fascistas en Barcelona.
“Hace unos días nos reunimos los vecinos de las calles Torrijos, Terol, Vallfogona, Perla y Ramón y Cajal, y decidimos organizarnos para construir estos refugios. Era algo imprescindible. Los edificios de este barrio no ofrecen ninguna seguridad en caso de bombardeo”, relataba Josep Planta en el artículo ¡Refugios! ¡Refugios!, publicado en el diario Última hora el 22 de marzo de 1937.
El refugio
“Cuando sonaban las sirenas, cogía unas mantas, agarraba a las criaturas, Santi tenía unos meses y Jordi cinco años, y con mi madre corríamos escaleras abajo hasta la plaza del Diamant”, relata María Martínez en Gràcia, temps de bombes, temps de refugis: el subsòl com a supervivència, un libro de Josep M. Contel, presidente del Taller de Història de Gràcia, quien nos abre la puerta del Refugio 267, el de la plaza de la Revolución.
Nada más entrar, una estrecha galería con las paredes de tocho encaladas y un largo banco de obra conduce al visitante hasta la sala de curas y una pequeña estancia que hacía las funciones de farmacia. “Prohibido entrar. Sanidad”, se puede leer en una pared. En la sala de curas todavía permanecen los cuatro puntos de anclaje de una camilla, el desagüe para la sangre y un pequeño fregadero de la época. “Si alguien estaba muy grave, lo trasladaban al dispensario de la plaza de la Vila cuando cesaban las bombas”, apunta Contel.
El olvido
“El trabajo se suspendió, dos o tres meses antes de acabar la guerra, la gente dejó de trabajar. Quizás porque ya no existía la voluntad de terminar algo que se sabía que no tenía demasiada utilidad, pues los aviones ya no bombardeaban Gràcia”, relata Miquel Parcerisas en el libro de Contel.
El refugio permaneció en el olvido hasta 1994, cuando fue descubierto al iniciarse la construcción de un parking en la plaza. Sin embargo, el hallazgo no detuvo las obras, y por ello solo se conserva la parte de la enfermería, un 5% de la construcción original, a petición del Taller d'Història de Gràcia.
La decadencia
Durante los primeros 2000, los que sabían de su existencia podían pedir las llaves al guardia del aparcamiento y entrar. Era un sitio oscuro que quedaba apartado, y algunos lo aprovechaban para “echar un polvo o chutarse. Encontrabas botellas y de todo”, explica Contel, que en 2015 pidió al Ayuntamiento de Barcelona que hiciera una intervención para recuperar el histórico lugar.
“Me dijeron que no existía, que no les constaba”, apunta Contel, que en 2018 logró enseñar el refugio a varios empleados de los servicios técnicos del ayuntamiento y convencerles de la necesidad de poner en valor este escondite de la memoria.
Cómo entrar
El refugio abrió sus puertas coincidiendo con la Fiesta Mayor de Gràcia, y sobre todo lo visitan escuelas y barceloneses interesados en la historia de la ciudad. Las visitas se realizan los domingos en grupos de 15 personas (por lo reducido del espacio), y las entradas se pueden comprar a través del correo electrónico del Taller de Historia de Gràcia por 3 euros.
Al salir del refugio, o del parking, por el ascensor que da al quiosco de prensa, que ahora está cerrado, uno espera encontrarse a los niños jugando a la Rayuela en la plaza, pero los años han pasado. Ahora los pequeños pasan pantallas en un teléfono móvil y en el suelo el único dibujo que hay reza: “El precio del metro cuadrado en Gràcia no nos cuadra”.
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