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Bécquer se inspiró en este pueblo maldito: el espíritu de una bruja aún vaga allí

Desde que fue excomulgado por la Iglesia, la pequeña aldea Trasmoz, ubicada en la provincia de Zaragoza, ha estado rodeada de un halo de misterio

Ana Carrasco González

Gustavo Adolfo Bécquer

Un vasto manto de oscuridad envolvió al pequeño pueblo de Trasmoz, ubicado en la provincia de Zaragoza, hace ya siete siglos. Todo comenzó cuando el monasterio de Veruela --el primero de la orden cisterciense de Aragón–, bajo el que la localidad negaba a someterse, acabó en el año 1255 con una decisión drástica del abad, Andrés de Tudela, por los diversos litigios: expulsarlos del Reino de los Cielos para toda la eternidad.

La aldea maña situada a las faldas del Moncayo y custodiada por un imponente castillo comenzaba su condena. Más de 200 años después de aquel episodio, en 1511 un nuevo conflicto entre ambos, en esta ocasión provocado por el uso del agua, hizo que el superior de la comunidad lanzara una maldición sobre el señor de Trasmoz, Pedro Manuel Ximénez de Urrea, sus descendientes y todo el lugar, convirtiéndolo desde entonces en un pueblo maldito. Y así sigue. Maldito. 

Una maldición efectiva

Según recogen las supuestas crónicas de la época, para hacer efectiva la maldición con más solemnidad, el abad (con el permiso explícito del Papa Julio II) cubrió el crucifijo del altar con un velo negro, y recitó el salmo 108 de la Biblia en el que Dios maldice a sus enemigos, mientras acompañaba sus cánticos con contundentes toques de campana. Así se sentenció la maldición, con nocturnidad y alevosía.

Trasmoz, el pueblo maldito / ASOCIACIÓN ESPAÑOLA DE AMIGOS DE LOS CASTILLOS

“Oh, Dios de mi alabanza, no calles. Bocas de impíos y traidores están abiertas contra mí”. A partir de esas palabras, Trasmoz se condenó a un halo de misterio que despertó a toda clase de espíritus. Las brujas sobrevolaron con sus escobas y organizaron aquelarres. Los demonios se pasearon por sus calles. Y se originaron los primeros escalofríos por el terror. La leyenda comenzó. 

La leyenda

Se generaron infinidad de mitos sobre nigromancia y aquelarres celebrados en el viejo castillo, lugar de reunión de las brujas de la zona, que se han ido alimentando durante siglos, perdurando en el tiempo. Las supersticiones propias de tiempos pasados en los que el temor a un Dios que les había abandonado se sobreponía a la razón.

El paso del tiempo moldeó y alimentó estos mitos a su antojo, habitando de por vida en el imaginario colectivo de los trasmoceros y, por supuesto, del resto de España. Pero las llamas de estas leyendas se vieron avivadas gracias a la maestría de un enfermo Gustavo Adolfo Bécquer.

Gustavo Adolfo Bécquer

En pleno Romanticismo, el poeta y escritor sevillano, se mudó durante un tiempo al ínclito Monasterio de Veruela para respirar el aire puro que le despojara de la tuberculosis que le perseguía desde 1857. Un lugar idóneo para un romántico, tan apasionado de lo oculto y lo fantástico.

Trasmoz, el único pueblo maldito de España

Durante su estancia el poeta y escritor dedicó al castillo y al pueblo tres cartas de su obra Desde mi celda. Bécquer, además, narró la muerte de Tía Casca, considerada la última bruja de Trasmoz, despeñada por un barranco por sus vecinos, hartos de sus hechizos y males de ojo. Se dice que desde entonces –era el siglo XIX–, su espíritu vaga por el pueblo ya que tal era su maldad, que ni el mismísimo demonio la aceptó en el infierno.

Trasmoz, a día de hoy

A pesar de la excomulgación y la maldición posterior, los vecinos de Trasmoz han continuado llevando a cabo sus prácticas religiosas sin aparente conflicto con el Altísimo ni con la jerarquía eclesiástica. Y es que técnicamente, a día de hoy, la condena sigue firme, ya que ningún Papa –el único que tiene potestad para invalidar dichas sentencias– ha llegado a formalizar la revocación. 

En la actualidad, Trasmoz es un pequeño pueblo que apenas alcanza el centenar de almas encaramado en la falda de una colina coronada por un castillo medieval. La fortificación, hoy en ruinas, fue construida en el siglo XII y abandonada trescientos años más tarde, lo que explica su estado. Hoy el interior del castillo alberga el Museo de la Torre, el Caballero y la Brujería, dedicado a recoger diversos objetos de excavaciones recientes.