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La guerra de la patata: Francia ya no es el único rival de España

Ver en los supermercados productos nacionales todo el año no siempre es posible, ya que proveedores de otros países se cuelan en el mercado con precios más bajos

Núria Messeguer

Un agricultor con dos puñados de patatas / PIXABAY

En España hay unas 2.000 variedades de patata registradas. Sin embargo, en los lineales de los supermercados durante los meses de invierno es difícil encontrar alguna made in Spain. Por contra, el consumidor encontrará un amplio surtido francés.“La patata francesa es más bonita, blanca y sin tierra”, señala Alberto Duque, miembro de la Coordinadora de Organizaciones de Agricultores y Ganaderos (COAG).

No obstante, el tubérculo galo ha quedado relegada a un segundo plano después de que la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria prohibiera uno de los gases que los proveedores franceses utilizaban para alargar su conservación. Además, el consumidor español está cada vez más concienciado con la calidad de los alimentos y demanda en los supermercados productos autóctonos. Pero, pese a ello, a España le han salido nuevos competidores, como los países de África del Norte e Israel

Problemas con la  patata francesa 

La siembra de la patata, por lo general, se inicia en España cuando arranca la primavera. Después, entre agosto y septiembre se recoge y se pone a la venta. Sin embargo, durante unos meses del año  los supermercados recurren a la patata importada de Francia para suplir la escasez de la española. 

“Los franceses son los reyes de la patata de conservación”, asegura Eduardo Arroyo, agricultor y presidente de la Asociación de Productores de Patata de Castilla y León. Esta referencia hace mención al tubérculo que se recoge durante su temporada, pero se aguanta o mantiene --de manera artificial-- durante nueve  meses a baja temperatura. “Francia por el tipo de tierra y clima que tiene consigue mantener mejor las patatas. En España, sin embargo, se oxidan más”, señala  Duque. Con todo, este método de conservación ha sido cuestionado. En 2020  la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA) prohibió en todos los estados de la Unión Europea el uso de clorprofam (CIPC), uno de los componentes que se utilizan para mantener el tubérculo de conservación durante tantos meses. La decisión se basó en diversos estudios que señalaban que este gas era perjudicial tanto para la salud humana, como para el medioambiente. Por ello, este año la importación de patata francesa de conservación ha caído en España el 6,7 % respecto la campaña anterior, según datos de la Federación Española de Asociaciones de productores exportadores de frutas, hortalizas, flores y plantas vivas (Fepex).

Los agricultores españoles cogen la delantera

“Los supermercados no han tenido otra que cambiar de proveedores y empezar a hacer caso a los nacionales”, subraya a este medio Arroyo. En este sentido, Mercadona ha sido una de las cadenas de alimentación que ha optado por el cambio, impulsando la revalorización de la patata nueva española. “Que uno de los grandes te haga caso lo cambia todo, ya que  después los otros supermercados lo seguirán”, insiste Arroyo. Así, el pasado año Mercadona compró más de 92.000 toneladas de patatas de origen nacional, un 7 %  más que en otras campañas.

Por otro lado, en España se han empezado a impulsar otros métodos de siembra y la producción ya no está localizada sólo en el centro y el norte del país. “Ahora también se cultiva en Andalucía y Murcia. Por el clima son unas patatas más tempranas y pueden suplir la escasez de los meses de invierno”, explica Duque de la COAG. Así, aunque el mercado español sigue necesitando de la patata francesa para ofrecer este producto al usuario todo el año, “son muy pocos meses, de noviembre a febrero, y esto cada vez irá a menos”, remarca Duque. 

Un campo de patatas / PIXABAY

La entrada de una nueva competencia 

Sin embargo, la patata española cuenta con nuevos competidores, más allá de la versión gala. Se trata de los países de África del Norte e Israel. “Nos hemos quitado a los franceses y ahora nos hemos encontrado con los africanos”, bromea Duque. 

Tanto la patata española como la africana son variedades nuevas, es decir, frescas, que no pasan por ningún proceso químico. A juicio de Duque, si la versión española se diferencia de la francesa por la calidad, de los africanos se distingue por la trazabilidad. “Ellos tienen unos precios de mercado más bajos porque las condiciones laborales de sus trabajadores son más precarias, utilizan pesticidas prohibidos en Europa y, además, no pasan tantos controles fitosanitarios”, se queja este agricultor. De esta manera, según Duque, la única forma de competir con esta patata es que el consumidor “entienda por qué tiene que pagar un poco más y así no fomente estas prácticas”. 

Cuestión de precios 

El precio de la patata nueva española en el supermercado oscila entre los 0,90 euros y 1,40 euros el kilo. Ahora mismo, el productor nacional recibe 35 céntimos por kilo de patata vendida, una cantidad “buena”, según apuntan algunos profesionales del sector, ya que se ha  llegado a pagar a 6 céntimos el kilo. “Una vergüenza”, subraya Duque. 

Sin embargo, la patata nueva africana e israelí tiene un precio medio de 1,20 euros el kilo, un coste inferior. En este sentido, Arroyo señala que “ahora el consumidor se fija en el tipo de patata que compra, si es nueva o de conservación, pero no tanto en la procedencia del producto”. Por ello, este productor considera que, a veces, el usuario acaba comprando patata africana sin saberlo. Por ello, los agricultores recomiendan  prestar más atención a las etiquetas. “Por apenas  20 o 30 céntimos más, el consumidor puede adquirir un producto más ético y de origen nacional”, concluye Duque.