A diario recibimos en nuestros teléfonos memes de todo tipo. Algunos son auténticas joyas del humor gráfico que derrochan ingenio y nos hacen soltar unas buenas carcajadas. "¿Quién lo habrá hecho? Menudo artista" es una reflexión que a muchos se nos ha venido a la cabeza después de reírnos con algunos de estos chistes. Pero, ¿es posible registrar cosas que circulan y se reproducen sin control en la era de internet? Sí. Y se ha convertido en un nuevo modo de inversión y de coleccionismo que aspira a revolucionar el mercado del arte y de la creación de contenidos digitales. Se trata de los Non Fungible Tokens --NFT, por sus siglas en inglés--, o tokens no fungibles que, basados en la tecnología del blockchain, permiten otorgar títulos de propiedad únicos a todo tipo de bienes inmateriales, así como una especie de certificado de originalidad de los mismos. Es decir, el autor primigenio del meme de la excavadora y el buque Ever Given encallado en el Canal de Suez podría tokenizarlo y ponerlo a la venta.
A pesar de que los NFT llevan un tiempo en el mercado, ahora están en auge. De hecho, han irrumpido como un elefante en una cacharrería y en las últimas semanas han protagonizado transacciones millonarias y un tanto estrafalarias. Así, han hecho posible la venta de cosas como, por ejemplo, un tuit. Uno de los cofundadores de Twitter, Jack Dorsey (@Jack), utilizó esta fórmula para subastar el primer mensaje publicado en esta red social, que data del 21 de marzo de 2006 y que se puede considerar parte de la historia reciente de la humanidad. El comprador fue el empresario Sina Estavi, quien desembolsó casi 2,5 millones de euros para ser el poseedor del primer tuit de todos los tiempos. “El NFT es la representación digital en un entorno blockchain de cualquier activo no fungible. Permite monetizar bienes intangibles y otorgarles un título de propiedad”, explica a Consumidor Global Luz Parrondo, profesora de la Barcelona School of Management de la Universidad Pompeu Fabra (UPF).
Los mismos peligros que custodiar bitcoins
Todavía es pronto para saber si los NFT son una moda pasajera o, incluso, si existe una burbuja debido al furor inicial que suele acompañar a este tipo de tendencias. No obstante, está dando alas al sector del arte debido al abanico de posibilidades que le brinda. “Muchos autores producían obras digitales y tenían dificultades para monetizarlas. No sabían cómo crear esa exclusividad en algo que puede ser replicado millones de veces”, señala Parrondo, quien considera que con esta tecnología se soluciona de un plumazo esa problemática. Para entender mejor su funcionamiento, la experta de la UPF explica que los tokens que representan divisas --como el bitcoin, por ejemplo-- son fungibles, es decir, intercambiables entre sí. Sin embargo, el que identifica el tuit de Dorsey no. Es único. De este modo, un bien intangible, como es un mensaje en una red social, se convierte en un NFT que es imposible de falsificar, indivisible, verificable y que se puede comercializar.
Por otro lado, el comprador de uno de estos tokens también obtiene toda la información del activo digital en cuestión. Aspectos como el nombre del autor, el año en el que fue creado o de qué modo se hizo, entre otros aspectos. Esto cobra especial relevancia a la hora de traspasarlo a otra persona, que también sabrá por cuántas manos ha pasado antes de llegar a él. Toda esa información figura como un registro contable con un código muy largo que el usuario recibe en su monedero virtual y que hace referencia al archivo digital adquirido. En ese sentido, los riesgos de comprar un NFT son similares a los de poseer bitcoins. La custodia de las contraseñas de acceso a esa cartera digital debe mantenerse a buen recaudo para evitar la pérdida de los activos. “Si se tienen en un pendrive es igual de seguro que tener dinero debajo del colchón. Deben estar en custodios porque existe la posibilidad de que se pierdan para siempre. Creo que cada vez se va a desarrollar más esta figura”, considera la experta de la UPF.
Especulación y coleccionismo
Una foto, un meme, un GIF, un mensaje en una red social o una canción son sólo algunos ejemplos de las cosas que se pueden tokenizar. Sin embargo, cabe preguntarse cuál es el atractivo de poseer algo que puede ser replicado de una forma muy sencilla por cualquiera que tenga un ordenador o un teléfono móvil. Es decir, una imagen puede copiarse y reproducirse hasta el infinito, igual que una canción se puede descargar y escuchar cuando se quiera. “En el mercado NFT hay un poco de todo. Desde el coleccionista que quiere hacerse con piezas exclusivas, hasta meros especuladores a la caza de rentabilidades”, explica a Consumidor Global Toni Moral, fundador de la plataforma de NFT Watafan y miembro de Blockchain España.
En cuanto a los coleccionistas, el valor de una obra digital es, en el fondo, el mismo que el de una pieza física. “Que alguien tenga el cuadro de Los girasoles de Van Gogh no quiere decir que el resto del mundo no lo pueda ver. Hay copias por cualquier sitio, pero sólo una persona lo posee”, asevera Parrondo. Por otro lado, los inversores lo que buscan es el aumento potencial del valor de un activo digital. De este modo, si, por ejemplo, España le declarase mañana la guerra a Estados Unidos y el Gobierno lo publicase en Twitter, la trascendencia de ese mensaje adquiriría un valor histórico y podría revalorizarse al cabo de los años si el Estado lo tokenizase y lo vendiese. Esa lógica se puede aplicar a la pieza digital de un artista con proyección o a la música de un cantante. Las posibilidades en ese sentido son casi infinitas.
Estados Unidos y Asia a la cabeza
“Parece que ahora se empieza a entender un poco mejor qué son los NFT. Hasta hace poco, la gente se preguntaba por qué pagar por un activo digital que se puede replicar millones de veces. Al final, el mercado está hablando y se entiende que sí pueden tener valor. En España vamos más rezagados, pero poco a poco se está asentando. En Estados Unidos y en Asia están más a la vanguardia”, opina Moral sobre el estado de este mercado ahora.
A comienzos de marzo, el NFT de una obra del artista callejero Bansky --Morons, en concreto-- se vendió por 340.000 euros. El token fue creado por un grupo de criptoinversores que compró el cuadro físico por unos 85.000 euros en febrero, lo convirtió en un NFT y después lo quemó en directo a través de Twitter. Es decir, la pieza digital tenía más valor que la propia obra material. “Un NFT no se deteriora y no se puede plagiar. Su vida es infinita. Y su valor, probablemente, también”, opina Parrondo. Más allá del mundo del arte, el propio New York Times subastó una columna del periódico en un sistema de blockchain. “Es mi primer experimento: una columna sobre los NFT que, por sí misma, se está convirtiendo en un NFT y se rematará en una subasta”, reza el texto del periodista Kevin Roose. Se recaudaron 560.000 dólares --unos 477.000 euros-- que se destinaron a causas benéficas.