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La guerra por los precios bajos vuelve invisibles a los supermercados colaborativos
El primero de estos proyectos surgió en Nueva York en los 70, pero no llegó a España hasta dos décadas después y aún existen pocas iniciativas
Hace 48 años, un grupo de personas se unió en el neoyorquino barrio de Brooklyn para demostrar que otra forma de consumir era posible. Su idea parecía sencilla: no querían ser sólo clientes de los supermercados, sino también propietarios de los mismos para poder decidir qué productos se vendían, de qué forma se gestionaban e incluso ajustar los precios y el margen de beneficios. Así nació Park Slope Food Coop, el primer supermercado colaborativo del mundo. Este proyecto, revolucionario en los años 70, se ha convertido a día de hoy en un proyecto con más de 17.000 socios y 15.000 tipos de productos a la venta.
En España, sin embargo, este modelo de consumo no se vio hasta la década de los 90 y su acogida por los consumidores tampoco ha sido tan positiva ni aplaudida como en Estados Unidos o en Francia, donde su proyecto más conocido, La Louve, cuenta con más de 6.000 socios. En el mercado español apenas surgieron al principio dos iniciativas aisladas, en Pamplona y Vitoria, y no fue hasta bien entrados los 2000 cuando comenzaron a surgir otros proyectos en ciudades como Madrid, Barcelona y Mallorca, que cuentan con menos apoyos.
Sin gran repercusión en España
Laura Vicens es socia y portavoz de El Rodal, un pequeño supermercado ubicado en Sabadell. El negocio nació en mayo de 2018 con apenas 90 socios y, casi tres años después, ya cuenta con unos 250. Sin embargo, el número de iniciativas y de personas que se unen a este tipo de proyectos es, en comparación con otros países, menos llamativo. De hecho, más allá de las personas realmente comprometidas, Vicens no considera que este modelo termine de calar en España. “Hay bastante gente que conoce el proyecto y cree que es una buena idea, pero se quedan en la superficie. Vienen a comprar, pero no se implican más allá”, lamenta.
Por su parte, desde Supercoop, una iniciativa colaborativa que abrirá sus puertas este año en el madrileño barrio de Lavapiés, aseguran que este modelo ha llegado para quedarse. “Los ejemplos de otros países ya han demostrado que es un proyecto sostenible tanto social como económicamente”, explican. No obstante, el camino para lograrlo no es sencillo y sus impulsores han encontrado grandes dificultades a su paso. “Algunos problemas tienen que ver con la propia legislación y otros con la reticencia de los consumidores y la resistencia al cambio”, detallan a Consumidor Global. Además, otro elemento fundamental para decantarse por un establecimiento u otro es el precio. Y, en este aspecto, estas iniciativas no siempre salen ganando. “En ocasiones cuesta ver más allá de lo que se consume y entender que la forma de producir también influye en el valor del producto”, se defiende Emilio Lázaro, cofundador del supermercado cooperativo Biolibere en Getafe (Madrid).
Precios más ajustados, sólo a veces
“Ahorramos más de 250 euros cada mes por hacer la compra en un supermercado colaborativo”, asegura una compradora en el documental Food Coop, que narra la experiencia del proyecto Park Slope, la pionera cooperativa de Brooklyn. Y ese es precisamente uno de sus principales reclamos y la razón de su éxito . En sus pasillos se venden productos ecológicos, de cercanía y de temporada hasta un 30 % y un 40 % más baratos que en las superficies convencionales a cambio del pago de una cuota anual --que ronda los 100 euros-- y tres horas de trabajo voluntario cada mes. “La participación voluntaria permite reducir los costes y proponer precios con márgenes más ajustados”, explican a este medio fuentes de Supercoop.
Pero, en el caso específico de España, los supermercados colaborativos no siempre pueden competir con las grandes cadenas en precio, aunque algunos productos específicos sí pueden resultar más baratos. Por ejemplo, media docena de huevos ecológicos cuesta en Supercoop 1,87 euros, muy similar e incluso algo inferior a los que se pueden comprar en superficies como Hipercor, donde los más baratos salen por 2,09 euros. Sin embargo, en una gran variedad de artículos, las grandes superficies cuentan con precios difíciles de igualar o bajar. Según las comparativas de Consumidor Global, seis rollos de papel higiénico cuestan más del doble en Supercoop --4,47 euros-- que en Mercadona --2,07 euros--. Y una caja de detergente ecológico líquido para 20 lavados sale por 7 euros en el supermercado colaborativo, mientras que uno de Ariel, por ejemplo, de la misma cantidad cuesta unos 5,40 euros, es decir, casi un 23 % menos, e incluso el detergente Carrefour Eco Planet --para 40 lavados-- puede conseguirse por 6,15 euros. Pero, en su defensa, los supermercados colaborativos recuerdan que “hay una ética de respeto y apoyo a los proveedores y al medio ambiente” detrás de sus productos, aunque ello no siempre decante la balanza del comprador.
La guerra perdida contra los precios bajos
En ocasiones, “es el certificado ecológico lo que encarece unos céntimos el coste de los productos, otros son más caros porque requieren de un mayor trabajo manual y también porque nos aseguramos de que los proveedores reciben un precio justo”, justifica Lázaro.
En los tres supermercados mencionados, las personas que pagan la cuota anual se benefician de un descuento extra frente a los que realizan la compra sin ser socios. Sin embargo, y a pesar de ello, para Vicens, de El Rodal, este modelo de supermercados difícilmente puede lograr precios tan ajustados como los que ofrece una gran superficie. “Un tomate frito de marca blanca siempre va a salir más barato que el tomate frito de un productor local, pero tampoco creo que sea el mismo producto ni materia prima”, asegura. Mientras, en otros casos, como las frutas y verduras, los precios de estos supermercados están más cerca del de otras grandes cadenas y ahí sí pueden competir con los gigantes y hacerse un hueco.
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