Cuando los casos por coronavirus comenzaron a aumentar en España, la situación dejó una curiosa imagen en los supermercados: carros de la compra repletos de rollos de papel higiénico. La ansiedad y la incertidumbre propias de un año inusual, y muy difícil anímicamente, derivó en compras innecesarias y, en el caso del papel higiénico, con poca lógica aparente, pero que aportaban una falsa sensación de seguridad y satisfacción.
Aunque este tipo de acciones forma parte de una conducta generalizada en la sociedad actual, en los casos más extremos, el exceso de compras responde a un trastorno. “La adicción a la compra por internet u oniomanía es un comportamiento compulsivo que pretende controlar emociones negativas como la ansiedad o el estrés a través de la adquisición de bienes prescindibles”, explica a Consumidor Global Alba Palazón, psicóloga del Hospital Universitario Quirón Dexeus. Precisamente, esas dos emociones llevan meses patentes en muchos consumidores españoles, quienes han encontrado su vía de escape en el e-commerce.
¿Necesidad u ocio?
A la digitalización acelerada de muchos comercios, unida a un aumento del ahorro de las familias españolas, se ha sumado los factores propios de las compras abusivas. “La ansiedad mal gestionada y descontrolada y la necesidad de llenar un vacío emocional son las causas más frecuentes”, coincide Jordi Isidro Molina, psicólogo experto en trastornos de ansiedad y del estado de ánimo de Cedipte.
“El problema es que, lo que antes se hacía por necesidad, ahora se ha convertido en una actividad de ocio” asegura Molina, quien opina que internet provoca una impulsividad excesiva con graves consecuencias en el ánimo de las personas y en su economía. “Hay personas a quienes, sin tener un trastorno por compra compulsiva, les cuesta administrar bien su economía y no saben poner un límite a sus compras”, agrega.
La llegada de un virus mortal
Un comprador compulsivo empieza a adquirir bienes totalmente prescindibles para manejar una emoción negativa, como el enfado o la tristeza, e intenta eliminar así ese malestar. El problema es que, tras la compra, “ese malestar persiste y genera tolerancia, por lo que cada vez se necesita comprar más cantidad y productos más caros”, asegura Palazón. Como consecuencia, se ven afectadas también hasta las relaciones sociales, pues se deja de lado a la familia y a los amigos por adquirir cosas.
Si a eso se suma un contexto social marcado por las emociones negativas, como el miedo a salir a la calle y al contagio, la sensación de incertidumbre por el futuro y, en ocasiones, hasta el aburrimiento, la tristeza o la ira, la compra de bienes se dispara a niveles, todavía, más desorbitados. “El coronavirus ha afectado claramente a las compras innecesarias y las nuevas tecnologías también han tenido que ver con ello”, matiza Palazón. De hecho, la experta asegura que las compras por internet pueden llegar a ser más adictivas que las físicas, ya que dan una falsa percepción de control. “No vemos el dinero en metálico y compramos de forma diversificada, lo que da la sensación de que el derroche es menor”, añade.
Las alternativas al sobreconsumo
Más allá de aquellas personas que tienen un trastorno diagnosticado, lo cierto es que el consumo innecesario no deja de crecer, en parte por la continua exposición a la publicidad. “Las marcas envían multitud de mensajes en los que dicen que todo es más barato y que no hay que perder la oportunidad de comprar, lo que aumenta la ansiedad”, apunta Molina. Pero, frente a esta vorágine, también surgen cada vez más alternativas en busca de otro tipo de consumo. Así nacieron el Green Friday y el Giving Tuesday, con el fin de impulsar acciones e iniciativas solidarias.
“Hay mucha gente que huye del modelo de compraventa tradicional”, asegura José María García, creador de Gratix, una app que promueve regalar lo que ya no se usa y pedir lo que se necesita. Con más de 70.000 usuarios, se ofrece como una vía para fomentar el consumo “responsable y coherente”. “Muchos de los objetos que tenemos no los necesitamos, pero puede que nuestro vecino sí, o viceversa”, concluye García.