Es invisible y tiene miedo. Pasa las horas encerrado en una pequeña jaula. Come dos o tres veces al día. No demasiado, apenas tiene apetito. ¿Para qué? Todo lo que hace es descansar, dar un paseo de veinte minutos al caer la tarde, y vuelta a la soledad. Pero una mañana todo cambia. Una chica lo visita, emite sonidos suaves, le hace un par de mimos, lo sube a un vehículo y se lo lleva a una casa en mitad del campo. Al principio le supone un gran esfuerzo ser cariñoso y se mantiene sentado en una esquina sin quitarle el ojo de encima. Prudente. Ella casi nunca lo deja solo. Se nota que cuenta con él y se lo lleva a todas partes. ¡Y qué paseos! Esto sí que es vida. Va perdiendo el miedo y cada vez está más unido a su amiga, que es mucho más alta y diferente y come en el aire. Pero él no la juzga. Solo la quiere. Algunas noches de tormenta, cuando él tiembla, la joven le deja subir a la cama y le acaricia. Le encantaría quedarse a vivir en esas caricias, piensa, y le suelta un lametazo. Es feliz. Ahora son dos. A los doce años le empieza a fallar la vista. También nota que las piernas traseras le flaquean, pero lo intenta disimular y mantiene la ilusión intacta para no quedarse sin paseos. Cumplidos los catorce, su corazón deja de latir sobre una fría mesa metálica mientras la mujer, recostada sobre su cuerpo, llora desconsolada con su pata entre las manos. Se podría decir que ha sido afortunado. Ahora es ella la que está sola. Tiene miedo.
“La mejor manera de afrontar la muerte de un animal de compañía es siendo conscientes de que el duelo que vamos a vivir va a ser proporcional al amor que teníamos por nuestro amigo peludo”, expone la auxiliar de veterinaria Laura Vidal (Alicante, 1984), también autora del libro Espérame en el arcoíris, páginas en las que plasma el duro proceso de duelo que recorrió tras perder a los animales con los que compartía su vida. Desde entonces, dedica su tiempo a impartir talleres y ayudar a otros a superar la pérdida de los miembros más peludos de la familia. Con motivo de la presentación de su último libro, Cuando ya no estás, que también gira en torno al duelo, Consumidor Global entrevista a esta especialista en hacer desaparecer el dolor.
--¿Cuál es la escena más alegre que recuerda junto a uno de sus animales?
--Creo que el momento de llegar a casa. Sí, cuando llegas a casa, cansada después de un día especialmente largo, y tu perro te recibe con fiestas, saltitos, caricias y lametazos. Siempre vienen a recibirte, felices, mientras el resto de tu familia, a veces, ni se levanta del sofá. Y te dan ese amor incondicional, ese amor sin filtros, sin máscaras, como queriendo decir: “Tú eres lo más importante en mi vida”.
--¿Qué valores y enseñanzas puede aportar un perro o un gato en la crianza de un niño?
--Lealtad, nobleza, el amor más puro… Cuando un niño se cría con un animal desarrolla un vínculo de amistad, de compañerismo, de entender al otro, pese a ser especies diferentes, de ayuda y respeto. Al enseñar a los niños el valor que tienen los animales, al enseñarles que no somos superiores a ellos, la sociedad mejora.
--¿Por lo general, los animales de compañía dan mucho más de lo que reciben?
--Yo diría que sí. Nosotros les damos muchas cosas materiales, pero ellos nos dan las cosas que importan de verdad. La riqueza no la puedes llevar en el bolsillo. Ese apoyo 24 horas, ese vínculo emocional, ese quererte por como eres, es impagable y es algo muy difícil de conseguir de otra persona. Por eso hay personas que tienen un vínculo tan fuerte con un animal.
--A veces, se mima más a los peludos que a otros miembros de la familia humana…
--El equilibro es aprender de ellos y dejar de lado la superficialidad. Cuando fallece su animal, mucha gente se echa en cara no haberle dado más caprichos. Pero, al final, los animales son felices con las cosas más sencillas. Vale mil veces más un abrazo o un paseo que cualquier juguete o castillo al estilo Paris Hilton. Son felices por el simple hecho de estar a nuestro lado. Les da igual que los lleves con una u otra correa. Ellos nos enseñan a huir de toda esa banalidad.
--¿Qué sintió cuando perdió a su primer perro, Galo?
--Cuando perdí a Galo sentí como si me arrancaran una parte del corazón. Sentí dolor físico en mi cuerpo. Se fue mi mejor amigo, el principio de mi familia. Galo me acompañó desde que me fui de casa hasta que tuve a mi primer hijo. Mi familia empezó con él. Cuando perdí a Galo me despedí de una etapa de mi vida.
--¿Cuál es la mejor manera de afrontar la muerte de un animal querido?
--Siendo conscientes de que el duelo que vamos a vivir va a ser proporcional al amor que teníamos por nuestro compañero peludo. Dándonos permiso para llorar, estar tristes y pasar por cada etapa, cada fase del proceso. Lo más importante es entender que, aunque su ser amado ya no esté, esa relación basada en el amor sigue viva y le acompañará por y para siempre.
--¿Qué factores influyen en la crudeza de un duelo?
--Al final es como el duelo por una persona. Que la muerte sea trágica, inesperada. Que sea una muerte evitable de un animal joven, o violenta, influye. No es lo mismo gestionar la pérdida de un perro de 18 años que muere durmiendo, que la de un perro de 3 años que muere atacado por otro. Este aspecto y la relación que manteníamos con el animal es lo que más dificulta el duelo. Me vienen personas mayores, que tenían al perro como única compañía, y me dicen que han perdido la fuerza para salir a la calle. Eso es crudeza.
--Si no hay dos duelos iguales, ¿cómo se puede ayudar a cada persona a superar el suyo?
--Haciendo un trabajo muy personal. Hablando y profundizando. Viendo qué es lo que le frena, que es algo diferente en cada persona. Si hay sentimiento de culpa o algún tipo de y si… Para ayudar a una persona a superar su duelo hay que ver cuál es la emoción que no sabe gestionar y acompañarla. La ayuda es sobre todo eso: estar a tu lado y mostrarte algo si no eres capaz de verlo. Pero el camino no lo puedo recorrer por ti. También hay personas que no aceptan lo que ha pasado. No quieren vivir esa tristeza y la esconden.
--¿La sociedad entiende un duelo animal?
--No, a la sociedad le cuesta entender un duelo normal. Vivimos de espaldas a la muerte. Es tabú. Es algo que no te enseñan en los colegios. Por eso cuando llega el primer duelo no sabes gestionarlo. Desconoces las fases y no sabes si es normal cómo te sientes. Si a eso le añades que hay duelos que se consideran de segunda, como puede ser un aborto, el de un animal, o incluso un suicidio, en estos casos no se tiene la misma comprensión del entorno.
--¿Incomprensión ante el dolor?
--La gente suele menospreciar el dolor. Te dicen cosas tipo “es solo un perro”, “cómprate otro”, “no hagas un drama” o “no seas exagerada”. Y esto genera más dolor todavía. Uno de los sentimientos más importantes en el duelo es el de validación. Y aquí pasa todo lo contrario. Te miran como si estuvieras loco. En el duelo necesitas hablar de lo que ha pasado, pero la gente no quiere escuchar porque no saben gestionar el dolor: te miran con ojos de horror, no saben qué decir, y se van.
--¿Saben perros y gatos lo que sentíamos por ellos?
--Sí, yo creo que sí. Los animales no dejan de demostrar que perciben muchísimas cosas: son capaces de señalar a una persona con cáncer, diabetes o coronavirus. Son mucho más intuitivos. Perciben las cosas importantes. Ellos simplemente sienten tu amor, saben que le quieres y no se cuestionan nada más. Al mismo tiempo, saben, por instinto, a qué persona le gustan los animales. Son mucho más sensitivos.
--¿Es mejor tirar todas las cosas del animal de compañía cuanto antes?
--No es bueno dejar todas sus cosas, porque es una forma de negación, como si nada hubiera pasado, y tampoco es bueno tirarlo todo porque es otra forma de negación. Hay que hacer una selección y ver qué cosas nos podemos quedar de recuerdo porque nos sacan una sonrisa o porque nos aportan algo positivo. El resto de cosas es mejor donarlas a una protectora. Ni dejarlo todo y que parezca que sigue ahí, ni hacer como si no hubiera existido. Nunca hay que taparse los ojos. El duelo, por desgracia, hay que hacerlo para aceptarlo y superarlo.
--¿Cuándo se puede adoptar o comprar otro animal de compañía?
--Yo siempre digo que, para adoptar otro animal, en el 99% de los casos, lo aconsejable es esperar a tener el duelo muy encaminado o hecho. ¿Cómo saber si es una buena idea? Preguntándote por qué quieres adoptar. Cuando las respuestas estén relacionadas con el miedo, a sufrir, a estar sola, a que mis hijos lo pasen mal. Yo lo descartaría. Si van en la línea “yo quiero compartir mi vida, tengo mucho amor para dar”, o “quiero salvar a uno que lo pase mal”’, ahí sí puede ser una buena idea. Adoptar un animal tiene que ser una elección y no una necesidad. Si estás sola, no lo haces por elección sino por necesidad. Lo recomendable es superar el dolor y la tristeza, y después adoptar porque lo queremos y no para tapar un duelo o una ausencia.
--¿Dónde van los perros al morir? ¿Qué es de ellos?
--Yo creo que después de la vida hay algo más. No estamos por estar y nos apagamos. Vamos a otro sitio. Cuando venimos, venimos para vivir una experiencia. Los animales vienen con muchas más lecciones aprendidas que nosotros. Por eso tienen una vida más corta. No necesitan tanto tiempo para aprender. El tiempo que compartimos con ellos nos cambia, nos da lecciones, pero cuando se van siguen, de alguna manera, en nosotros. Pasan de vivir a nuestro lado a vivir dentro de nosotros, porque no seríamos los mismos si no hubiéramos pasado ese tiempo con ellos. Forjan nuestro carácter.
--¿Cuál es la escena más triste que recuerda junto a uno de sus animales?
--La escena más triste que he vivido fue con mi perrita Minnie. Lo llevé muy mal. Ella estaba muy sana, pero cogió una enfermedad que nunca llegamos a reconocer, y en un mes no había nada que hacer. El momento más triste fue cuando le pusieron la inyección. Nunca olvidaré esa mirada. Yo estaba a su lado, le cogí la cabeza entre las manos, me pegué a ella y la acompañé hasta que respiró por última vez.