“El modelo de envases baratos es muy rentable para la industria, pero traslada un precio inasumible al conjunto de la sociedad”, así de claro y rotundo se muestra Alberto Vizcaíno, divulgador científico y autor de Contenedor Amarillo S.A. Y razón no le falta. Desde los años 60 la industria alimentaria fabrica envases con bisfenol A (BPA). Este compuesto químico está presente en varios productos, en especial en las conservas o refrescos.
A ojos de la Agencia Europea de Sustancias y Mezclas Químicas (ECHA) el bisfenol es “altamente preocupante”, pero sigue en los lineales del supermercado. En diciembre de 2021 la Comisión Europea redujo la cantidad recomendada a 0,04 nanogramos por kilo de peso corporal al día. “Unas 100.000 veces menos de lo que estaba permitido hasta entonces”, defiende Nicolás Olea, médico y catedrático en la Universidad de Granada. En algunos países, como es el caso de Francia, ya está prohibido, pero en España no. Pero, ¿qué es el BPA?, y ¿por qué tendría que preocuparnos?
El bisfenol A tienen graves consecuencias para la salud
El bisfenol A es un compuesto químico utilizado en la fabricación de algunos plásticos como los policarbonatos y las resinas epoxi, dos de los elementos más utilizados en la industria moderna mundial. Está en los DVDs, en los cristales de las gafas y en electrodomésticos. También en los cosméticos, en el papel film, en las tintas de impresoras y en las latas de conserva. Ya sean aceitunas, atún, fabada o cerveza. “El bisfenol es un disruptor endocrino, es decir, un químico que actúa sobre las hormonas en el organismo de los animales y las personas”, lamenta Vizcaíno.
Y como las hormonas controlan los sistemas del cuerpo, ciertas dosis de disruptores pueden producir todo tipo de problemas. Defectos en el desarrollo fetal, deficiencias cognitivas, malformaciones congénitas, alteraciones del desarrollo sexual y, hasta varios tipos de cáncer, como el cáncer de mama, de próstata o de tiroides. “Los recién nacidos llegan al mundo ya con dosis de bisfenol A”, incide Olea. De hecho, una investigación del Instituto de Salud Global de Barcelona (ISGlobal), comprobó que de 2.685 mujeres embrazadas, el 79 % presentaban niveles elevados de BPA en su orina.
¿Tanto cuesto sustituirlo?
A pesar de su uso masivo, sustituir el bisfenol A es posible. La oleorresina hace la misma función y hacerlo “tampoco cuesta tanto, es más, la cifra es tan baja que incluso roza lo vergonzoso”, argumenta Vizcaíno. Este experto se remite al libro de Leonardo Trasande, Enfermos, gordos y pobres para calcular la cuantía. Según Trasade, cada lata modificada costaría unos 0,02 dólares por lata o conserva. .
Aquí en España, sin embargo, “no conocemos en exactitud cuantos envases se producen” y es difícil calcular ese coste total. No obstante, a juicio de Vizcaíno, es similar o incluso algo menor. De hecho, el equipo de Consumidor Global se ha puesto en contacto con varias empresas conserveras españolas para saber qué opinan sobre esta sustancia y si la han reemplazado de sus productos. Y el silencio es lo que más ha predominado. El Grupo Dani García es de los pocos que ha contestado y ha explicado que dejó de emplear el BPA hace unos años. ¿Cuántos? ”Hace unos cuantos”, responde Maximino Iglesias, director de calidad de la empresa.
Las alternativas que usan algunas empresas
El Grupo Dani García asegura a este medio que ahora utilizan el BPA-NI que, a su parecer, es “más respetuoso para la salud humana”. Sin embargo, como señala Olea, “eso es un concepto abstracto y no presenta ninguna garantía”.
El BPA-NI es el bisfenol no intencionado. Es decir, la empresa no trabaja directamente con bisfenol, pero si en un control se encuentran restos de éste, “es de manera no deliberada”, matiza Olea.
Actúa como recubrimiento interno en las latas
La función del bisfenol es conservar mejor el alimento. “Las latas están hechas de aluminio o de acero y estos componentes en contacto con algunos alimentos reaccionan. Actúa como una capa entre la comida y el metal”, explica Vizcaíno. Una especie de recubrimiento interno que, a simple vista, no se ve.
“Y es aquí donde está el mayor problema”, sentencia Jonh Galeón, divulgador científico. “Porque el consumidor no puede conocer con exactitud y con certeza en qué productos está y, por lo tanto, nunca sabrá cuál es su nivel de exposición”, añade.
El bisfenol es legal
El bisfenol es legal, pero desde hace unos años y, gracias a la comunidad científica, su uso está en entredicho. “La sociedad de ahora, a diferencia de la de los años 90, ha abandonado el argumento de que porque algo sea legal, es seguro para la salud”, opina Olea. Sin embargo, pese a que han empezado a sonar las alarmas, “la regulación del bisfenol está en manos de grandes multinacionales químicas como Bayer o The Dow Chemical que, a través de grupos de presión, logran que se legisle a su favor”, explica Galeón. Asimismo, este experto también incide en el hecho de que la industria siempre se las apaña para “hacer otros estudios que avalen la seguridad de los productos que ellos mismos venden”.
“Para Europa no es un componente tóxico, sino altamente preocupante y, entonces, no cuenta”, critica Olea. Además, el catedrático sostiene que las organizaciones que velan por la seguridad alimentaria “no lo hacen con un rigor científico, sino más bien político”. Aun así, Europa lleva un tiempo tras el bisfenol, pero su prohibición total nunca se ha materializado. En 2011 lo quitó de los biberones de plástico y en 2020 de los tickets de la compra.
El efecto cóctel de los químicos
“Una vez en un juicio, la empresa me dijo que para padecer alguna enfermedad causada por la exposición del BPA hacía falta que el consumidor se bañara en una piscina olímpica”, explica Olea. “Es un argumento muy vago”, añade. A su parecer, aunque el consumidor reciba una exposición baja, existe el denominado efecto cóctel.
La mayoría de los componentes químicos que se cuelan en el plato (y cuerpo) no tienen un efecto persistente, es decir, que se almacenan. Pero la acumulación de muchos a través de los años “genera una dosis elevada”, corrobora Olea. De hecho, el catedrático concluye que “en la toxicología reguladora nunca se ha investigado este efecto, y es muy común en nuestra sociedad”.