Hablar sana el alma. Esta es una afirmación que seguramente hayas escuchado en más de una ocasión en boca de tu psicólogo o incluso en la de tu madre cuando quería averiguar por qué estabas cabizbajo y apenas probabas bocado en la adolescencia. Y déjame decirte que tenía toda la razón cuando te han dicho esta frase, pues una charla con las personas adecuadas puede ser el momento idóneo para exorcizar el dolor de un conflicto o simplemente para liberar tensiones después de vivir una discusión de alto voltaje emocional.
Aunque no pocas veces el mecanismo de hablar con tu entorno sobre un problema que te aflige puede resultar una experiencia cuanto menos liberadora lo cierto es que volver a casa y no dejar de darle vueltas a la rueda mental donde has subido tu problema es cuanto menos drenante y poco productivo para nuestro cerebro.
El problema más difícil para tu cerebro, gestionar la culpa
Este tipo de conversaciones en bucle suelen venir a cargo de personas excesivamente perfeccionistas o tendentes a victimizarse o incluso a culpa, donde sus mecanismos mentales buscan dar respuesta a las incógnitas de lo sucedido. La mente es una controladora, a tu cabeza no le gusta sufrir y por ello busca desesperadamente una solución para que el conflicto acontecido no vuelva a ocurrir y a menudo el método de responsabilizar a alguien de lo ocurrido — ya seamos nosotros mismos u otro— hace que nos sintamos a salvo: “Si no hago o permito esto, no volverá a ocurrir”.
Ya lo decía Marian Rojas, es cuanto menos importante atender a la historia que nos contamos: “Uno tiene que tener una voz interior adecuada”, comentaba sobre el asunto de entrar en analizar cada detalle de lo pronunciado o dicho, buscando posibles fallos en la forma de actuar.
Deja de rumiar lo ocurrido
Parece muy obvio, pero lo cierto es que la sensación de haber perdido las formas, haberse excedido al hablar o de haber pecado de intensidad excesiva, suele acabar en un ciclo interminable de pensamientos, cargados de dudas sobre si pudimos molestar con lo que dijimos o hicimos a otros.
Alejandra de Pedro, popular psicóloga reconocida en redes sociales por divulgar contenidos relacionados con la salud mental, habla precisamente de esto, del motivo real por el que no puedes parar de rumiar mensajes, recuerdos o audios pasados. El problema está en este patrón estrechamente relacionado con la ansiedad y la necesidad de tu cerebro de buscar constantemente señales de que todo está en orden. Revisar mensajes de WhatsApp, preguntar indirectamente si alguien se incomodó o buscar confirmación con otros son respuestas comunes que, aunque están dirigidas a aliviar la preocupación, terminan empeorándola.
Ansiedad social y bucles mentales
Cuando los pensamientos sobre lo que dijiste no se detienen, es importante entender que somos nosotros los que debemos dominar nuestra mente y no esta a nosotros. Este fenómeno puede explicarse a través del concepto psicológico de disonancia cognitiva, que describe el conflicto interno entre cómo nos vemos —habitualmente como personas amables y buenas— y la posibilidad de haber causado daño, incluso sin intención.
Para aliviar esa tensión, buscamos pruebas de que no ha ocurrido nada grave en conocidos que puedan salvaguardar nuestros modos de actuación por el cariño que nos tienen, pero en ese proceso evitamos enfrentar el miedo real: aceptar que cometemos errores y que no somos perfectos.
¿Qué es la sombra en psicología? Cómo nos afecta ante una discusión
Aquí entra en juego el concepto de la sombra, descrito por Carl Jung como aquellas partes de nosotros mismos que preferimos ocultar porque no encajan con la imagen idealizada que queremos proyectar. No se trata de despistes menores, sino de características que nos cuesta aceptar, como la envidia, la arrogancia o el egoísmo.
Alejandra de Pedro destaca que reconocer y aceptar esas facetas más complejas de nuestra personalidad es un paso clave para liberarnos de la necesidad de castigarnos por cada pequeño error.
Todos cometemos errores, perdónate
Es importante recordar que no todo lo que decimos tiene que agradar a todos, y que cometer errores no nos define como malas personas. La solución no está en corregir el pasado o habituarse a vivir en este, la vida plantea distintas dicotomías cuya única función es la de que aprendas una lección. Muchos psicólogos afirman que este viaje emocional, al que llamamos realidad, trata de que aprendamos de las experiencias y comprendamos que hay que aceptar, inevitablemente, lo ocurrido, aunque esto sea irremediablemente malo.
“No se trata de evitar los errores a toda costa, sino de reconocer que forman parte de nuestra naturaleza”, comenta la psicóloga de Pedro sobre el hecho más universal de todos: errar es humano.
Abraza tu vulnerabilidad
La próxima vez que sientas esa presión de haber cometido algún error en una discusión, lo primero que has de hacer es dejar de fustigarte y entender que el conflicto no define quién eres.
Relájate y acepta que no necesitas ser perfecto, permítete abrazar tu vulnerabilidad y si necesitas compartir tu dolor con tus seres querido adelante, pero que no sea una excusa para validarte como persona, porque los conflictos tengan la capacidad de desproveerte de cómo te percibes a ti mismo. Tus amigos y seres queridos te valoran tal como eres, con tus virtudes y tus defectos, haz tú lo mismo. Deja de buscar errores donde probablemente no los hay y enfócate en seguir creciendo y aprendiendo, aunque eso signifique asumir que estamos hechos de luces y sombras.