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Nos colamos en Ragazzi, el nuevo templo “espontáneo” del helado artesano en Madrid
Este local, regentado por dos letonas, está conquistando el barrio de Lavapiés con sus dieciséis sabores en tres tamaños distintos
Es un sitio distinto, coqueto y con personalidad, pero en absoluto recargado. Tiene un aire retro, pero para nada pasado. Desde fuera, uno podría pensar que es una pizzería elegante, y se equivocaría. Al entrar, uno no se siente en Lavapiés (aunque Lavapiés sea cada vez menos castizo y más internacional). Suena jazz, y después Sinatra. Podría ser una de las localizaciones de una peli de Sorrentino, o quizá de una más liviana y con menos ínfulas, de Nanni Moretti, por ejemplo; y puede que tampoco desentonase en Goodfellas. Es jovial sin proclamarlo. Es un proyecto serio, a pesar de la juventud: Ragazzi es la nueva heladería de moda en Madrid.
Una de sus fundadoras, Grazina, habla con Consumidor Global en una de esas densas tardes de agosto en las que la ciudad parece ir al ralentí. El local está a tiro de piedra del Cine Doré y a unos 600 metros del Museo Reina Sofía, así que uno ya se imagina la cantidad de paseos y debates que endulzará este negocio.
“Si vienen tristes, se van felices”
“Todo fue muy espontáneo. Yo he vivido los últimos 10 años en Vietnam y estaba buscando una excusa para volver a Europa, a Madrid en concreto, que es donde vivía mi hermana. Decidimos abrir un negocio juntas. Estuvimos pensando qué tipo de negocio… y la heladería nos pareció una buenísima idea, porque siempre que la gente entra a una heladería viene con una sonrisa y feliz; y si vienen tristes, se van felices”, cuenta Grazina, que es originaria de Letonia.
La propietaria admite que ellas no tenían experiencia previa en este sector, pero sí apunta que ella se dedicó durante muchos años al sector de los hoteles, gestionando establecimientos con muchísimas habitaciones. De esa administración de reservas, grande e impersonal, al pequeño placer de la degustación.
Éxito nocturno
“La mayoría de la gente que viene son grupos de amigos que están paseando por la zona y deciden entrar. El local es pequeñito, pero por las noches se llena. Y es lo que queríamos”, describe Grazina. Cuando habla de noche, lo hace con fundamento: la heladería cierra a la 01:00h.
“Hemos puesto mucho amor, también en el diseño, que está hecho por mí. Quería abrir algo con alma, con un poco de sentimiento y emoción, para que cuando la gente entrase se sintiera en una gelateria de un pueblo italiano. Hemos comprado muebles en El Rastro, en Wallapop… Lo hemos juntado todo y hemos conseguido crear este espacio, y además ha sido en poco tiempo, unos tres meses”, reconoce.
16 sabores distintos
Más allá del espacio acogedor y de la ubicación, quien manda y realmente dicta sentencia es el paladar. Y su helado, defiende Grazina, es artesanal, “de muy buena calidad”. Hay propuestas clásicas y otras más creativas, con un total de 16 sabores, pero la carta todavía no está fija. “Intentamos entender a nuestro cliente”, afirma.
El que más triunfa es el de pistacho, que, asegura, es “buenísimo”. “Lo digo yo, ¡pero no solo yo! Lo dice todo el mundo que lo prueba, incluso los italianos, así que lo tomo como un halago, como un gran cumplido”, comenta, complacida. Hay tarrinas de tres tamaños. La pequeña cuesta 3,80 euros, la mediana 4,90 y la grande 5,90 euros. “La grande es realmente grande, solo para los que tengan hambre. También tenemos conitos. El pequeño cuesta 4,90 euros”, detalla. Completan la oferta distintos cafés y unos atrayentes sorbetes de limón y de fresa.
“La mayoría de las heladerías no son de italianos”
En cuanto a la competencia, Grazina no se muestra preocupada. “En Lavapiés hay heladerías, pero no hay tantas. Creíamos que había hueco para nosotros. Además, la mayoría de las heladerías de aquí de Madrid no son de italianos. Hay muchos argentinos, pero italianos…”, expone.
Si el proyecto es exitoso, sus promotores intentarán abrir un segundo local en otro barrio que les guste. “¿Por qué tener solo un Ragazzi, si puede haber muchos?”, señala Gravina, optimista.
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