Si comparamos las diferencias actuales de estilo de vida con el de hace unas pocas décadas --pongamos cuatro o cinco-- lo primero que nos suele venir a la cabeza son cuestiones relacionadas con el acceso a la información, el famoso internet, y todo lo que esta red conlleva, es decir, la democratización de las comunicaciones, los nuevos escenarios laborales, docentes, incluso de ocio y tantas otras cosas.
Es posible que también salga a relucir la actual democratización de las labores domésticas, de las que antes solo se encargaba la parte femenina de la ecuación. Si bien es cierto que esto es así, aún sigue siendo necesario avanzar en estas cuestiones. Pero si en algo se ha alcanzado la paridad máxima es en el acto culinario.
Y no ha sido para bien precisamente. Ya no es que antes solo cocinaran las mujeres y ahora se cocine por un igual, no. En la actualidad hemos alcanzado, pero por abajo, una uniformidad perfecta: ahora ya no cocina ni dios, o apenas lo hace nadie. Ni ellos ni ellas, nadie.
Cocinar como ingrediente clave de la salud
Desde hace tiempo se ha venido observando de forma bastante convincente la asociación entre el hecho de cocinar y comer en casa con una mejor calidad de aquello que se come, tanto en adultos como en niños y adolescentes. Un estudio de 2015, contrastó en una muestra de más de 9.000 participantes con más de 20 años que cocinar con frecuencia en casa se asoció con una dieta más saludable, ya fuera que se estuviera intentando perder peso o no.
En este otro trabajo de 2017, con más de 11.000 participantes entre 29 y 64 años, se observó que, cuantas más comidas caseras se realizaran, menor era la adiposidad (porcentaje de grasa corporal) entre los participantes. Los niños y adolescentes también se benefician de que las comidas se cocinen y acontezcan en el marco familiar.
En este interesante estudio de 2019, se preguntó a casi 5.000 padres y cuidadores sobre la frecuencia de comidas familiares (siempre o casi siempre, de 4 a 5 veces por semana y menos de tres veces por semana) y se contrastó que, en el marco de este estudio, menores frecuencias de comidas en casa se asociaban con mayores cifras de obesidad entre los niños.
Lo mismo o muy similar que se observó en este trabajo llevado a cabo por la Academia Norteamericana de Dietética: las iniciativas que fomentan las comidas caseras ayudan a que la selección de alimentos sea más saludable.
La realidad no lo pone fácil
Nuestras madres, al menos la mía y como ella la mayoría de las madres de mi entorno, nunca fueron a la universidad, y mucho menos, estudiaron nutrición y dietética. Sin embargo, eran capaces en la mayor parte de los casos de poner todos los días encima de la mesa (o dentro de un paquete con papel de aluminio) una oferta de alimentos ya no solo nutritiva, variada y saludable, sino al mismo tiempo gastronómicamente placentera.
Es decir, alcanzaron a resolver la cuadratura del círculo dietético: que aquello que era saludable fuese al mismo tiempo agradable. En este sentido tengo muchas cosas que agradecer a mi madre. En realidad, todos lo tendríamos que hacer... hayamos perpetuado o no sus consejos, aunque, lo reconozco, yo lo tengo mucho más sencillo por la profesión que decidí ejercer.
Pero aquel escenario ha cambiado y lo ha hecho de forma radical. Las jornadas partidas en las que adultos y escolares hacían un alto en el camino diario para ir a casa y comer ha desaparecido. Si aún queda algún vestigio de aquello, la tendencia es la total erradicación. En algunas ocasiones, para comer hoy en día, recurrimos a cantinas, comedores y a la restauración colectiva, en otras a las máquinas de vending y en otras al famoso delivery. También es cierto que algunas personas (las menos) recurren a llevarse la comida de sus casas hasta sus trabajos.
Al final, el caso es que en la actualidad casi nadie escoge los menús del día a día. Todo lo más tendrá a su alcance una oferta más o menos abierta con un numero dado de opciones. No obstante, jamás podrá escoger los ingredientes con los que confeccionar la oferta de sus menús. Este escenario alimentario, distinto del de hace apenas tres o cuatro décadas en España, ha sido identificado en algunos trabajos como probablemente deletéreo para nuestros intereses de salud, ya que la oferta alimentaria suele ser peor.
En resumen, tal como se pone de relieve en este estudio (2020), todos estos cambios están estrechamente relacionados con la industrialización de los sistemas alimentarios, con el cambio tecnológico y con la globalización; cambios que se ven alimentados por los intereses de las corporaciones alimentarias transnacionales y de las inadecuadas políticas de las administraciones para ofrecer a la ciudadanía un marco de alimentación saludable en estos nuevos contextos. Así, la magnitud del cambio dietético del que somos objeto, plantea serias preocupaciones para la salud mundial.
Cocina más y olvídate de todo lo demás
Olvídate de los superalimentos, olvídate también de patrones dietéticos del tipo keto, ayuno intermitente o de la importancia de incluir más o menos hidratos de carbono, proteínas y grasas en tu alimentación. Olvídate por tanto de todos aquellos consejos tan populares como absurdos que se plantean como “la solución” para seguir una alimentación saludable. Recuerda también que alcanzar la dieta mediterránea como solución idílica es tan bonito como imposible. Pero hay una cosa que nos puede ayudar a acercarnos a ella, y no es otra cosa que tratar de mantener un mínimo de cultura culinaria en el hogar.
Además, no será algo que nos beneficiará de forma directa, sino que también contribuirá a mejorar la salud de nuestros hijos. Esa clase de conocimiento y de forma de vivir constituyen una herencia intangible que estamos a punto de perder definitivamente y que, como has visto, redunda en un mejor pronóstico de salud. Por tanto, invito a que dejemos a un lado el delivery, el take away y los ultraprocesados a un lado y que no dejemos pasar la oportunidad de cocinar tantas veces como podamos y de comer en familia (en vez de con Netflix, Instagram o una hoja de balance). Es posible que este consejo sea el que más nos acerque a esa zanahoria atada a un palo que conocemos como dieta mediterránea.
Para ello, recuerda que el tiempo invertido en comprar, preparar y cocinar materias primas originales es eso... una inversión. Y que, a base de adquirir práctica y recursos, cada vez necesitarás menos de ese recurso finito y que tanto apreciamos que es el tiempo. Por último y si te sirve un consejo fruto de la experiencia, con la suficiente práctica, te aseguro que además ahorrarás tiempo y, por supuesto, dinero.